Descubre la vacuna emocional. Christine Lebriez
el peligro no desaparece, sino que se hace crónico, este sistema puede empezar a fallar. Los fallos que pueden darse son diferentes, pues, a pesar de nuestro parecido, cada persona tiene un cerebro con características particulares. Puede darse una ansiedad agobiante, pueden aparecer ataques de pánico sin causa aparente, puede comenzar una irritabilidad y desorganización incontrolable, o una tristeza paralizante. Todas estas reacciones se producen por la existencia de una situación de estrés crónico.
En psicología el estrés se describe como el resultado del balance entre los recursos que una persona percibe que tiene para gestionar una situación y las demandas de la situación. Si cree que puede gestionar de forma exitosa, no habrá estrés; si cree que no puede, entonces se producirá estrés, y esa persona reaccionará con miedo o ansiedad[1]. Si el estrés persiste y se hace crónico, nuestro sofisticado sistema de protección empezará a agotarse y dará señales de que estamos en una situación extrema que requiere atención. Por sorprendente que pueda parecer, esas señales que indican que nuestro sistema se está agotando son consideradas por algunos expertos como mecanismos de defensa del cerebro. Y es lógico.
Si nuestro cerebro percibe que estamos ante una situación peligrosa que no conseguimos gestionar (una situación de estrés crónico), y decide que ya no lo puede soportar más, se las arreglará para lanzarnos un aviso para que nos apartemos del peligro. Estas señales ante una situación extrema son de tal intensidad que las atenderemos de forma inevitable. Por ejemplo, si la respuesta es una tristeza intensa, el mensaje del cerebro sería: «Quédate en la cama si no puedes hacer nada». Si la señal es un ataque de pánico, el mensaje de cerebro sería: «Sal corriendo de una vez de ahí». O si la señal que envía son percepciones distorsionadas de la realidad, como las disociaciones o las alucinaciones, el mensaje del cerebro sería: «Como no podemos evitar el escenario del peligro, voy a distorsionar tu percepción para que no tengas una visión tan clara de la realidad y no te haga daño».
El caso de Miguel
Un ataque de ansiedad sin motivo
Miguel tiene diecinueve años. Es estudiante universitario y ha pasado el confinamiento en casa de sus padres. Miguel se puso en contacto con nosotras durante la cuarta semana del confinamiento, pues en los últimos días había sufrido dos ataques de ansiedad muy intensos que le habían dejado lleno de miedo a que volvieran a ocurrir. Este fue su relato:
No sé qué me ha pasado, siempre he sido nervioso, pero esto no me había pasado nunca. Creí que me daría un infarto y me iba a morir. El primer día que me ocurrió era por la tarde. No me levanté bien, me sentía extraño y la comida de ese día me sentó mal. Me tumbé un rato después de comer y al cabo de una hora empecé a encontrarme indispuesto; no podía respirar, tenía temblores en las piernas y mi corazón latía muy deprisa; después empezaron los escalofríos y una sensación de dolor y presión en el pecho. Me asusté y se lo comenté a mis padres; quería ir a urgencias, pero me dijeron que si estaba loco, que con la pandemia era una insensatez. No sé cuánto duró. Recuerdo que salí a la terraza y allí empecé a sentirme un poco mejor. Me quedé agotado. Al día siguiente seguía sin sentirme bien, no podía dejar de pensar en lo que me había ocurrido. A los dos días de que me sucediera la primera vez volvió el ataque. También fue por la tarde, y apareció de forma más repentina e intensa; me tiré al suelo y creí de verdad que me moría. Eran los mismos síntomas que la primera vez, pero con mayor intensidad. Mi padre me llevó a urgencias. Al llegar allí ya me encontraba mejor. Me dieron un ansiolítico y me dijeron que era un ataque de pánico, que no me preocupase y que mejor contactara con un psicólogo. Me dicen que no me preocupe, que no es grave, pero me resulta imposible no preocuparme. Me da mucho miedo que me vuelva a pasar. La verdad es que estoy muy preocupado por la pandemia, pero no creí que me estuviese afectando tanto. Quizá tuvo que ver con algo que ocurrió el día antes del primer ataque: tuve una reunión online con algunos profesores y yo acabé bastante angustiado. No saben aún cómo nos examinarán, pero sí nos insistieron en que no nos van a regalar nada. Acabé convencido de que iba a perder todo este curso.
El miedo no se cura, se gestiona
Miguel ha tenido dos ataques de pánico (popularmente se conocen como ataques de ansiedad) y tiene miedo de que le vuelva a suceder. Ha desarrollado miedo al propio miedo. Lo que ha ocurrido es normal y esperable. Miguel es una persona nerviosa que reacciona con bastante intensidad emocional frente a las preocupaciones. Desde que comenzó el estado de alarma, su percepción de peligro no se ha reducido; al contrario, considera que todo es un caos y reconoce que tiene miedo. Además, que por la pandemia haya cambiado todo el sistema de exámenes en su universidad le parece injusto y le asusta.
En el caso de Miguel se ha ido produciendo en las últimas semanas un aumento de sus niveles de preocupación y de ansiedad hasta que se desencadenó el primer ataque de pánico. Una vez se ha dado el primero, es más probable que aparezcan más ataques de pánico, pues el miedo al propio ataque hace que se mantenga una vigilancia permanente sobre el propio cuerpo que alimenta el miedo. Se produce así un círculo vicioso que impide que se pueda lograr un estado de tranquilidad.
Un ataque de pánico es una forma de que nuestro cerebro diga «no puedo más, para ya». El problema es que hace miles de años esta reacción servía para salir corriendo despavoridos y escapar del peligro, pero ahora el cerebro, aunque intenta lo mismo, no lo consigue. En el caso de Miguel, la COVID-19 y los exámenes online en la universidad no son evitables. No puede salir corriendo.
El miedo es un programa emocional básico que tenemos todos los seres humanos y no se elimina ni se cura, porque no es una enfermedad.
Pero sí que es necesario aprender a gestionarlo.
En primer lugar, Miguel debe entender qué es el miedo, cómo se genera, cuál es su función adaptativa y por qué ha tenido un ataque de pánico. Es importante comprender el mecanismo que le ha llevado a este problema, pues entenderlo facilita que pueda aceptar lo que ha ocurrido, y cuando se acepta, es más fácil gestionarlo. Miguel debe entender que los ataques de pánico desaparecerán, pero su capacidad para tener miedo no desaparecerá. Es un programa emocional básico de todos los seres humanos. El miedo no se elimina, no se cura, porque no es una enfermedad. El miedo se gestiona.
En un problema de pánico es imprescindible aceptar que los ataques de pánico pueden aparecer. Hasta que el cerebro deje de estar alerta pueden aparecer esas respuestas. Aunque la sensación durante un ataque de pánico sea de muerte inminente, no es lo que sucederá. Los ataques de pánico son muy desagradables, pero no son peligrosos. Si nuevamente empieza un ataque, las indicaciones para manejarlo son las siguientes:
Indicaciones para afrontar un ataque de pánico:
• Reconoce que se trata de un ataque de pánico, ya ha tenido otros. No te va a ocurrir nada malo.
• Aunque parezca interminable, el ataque llegará a su máximo en escasos minutos.
• Si lo crees necesario, busca ayuda sin alarmarte. Si estás a solas y hablar con alguien te tranquiliza, llama, habla unos momentos y pide que te vuelva a llamar pasados cinco o diez minutos.
• Acepta el malestar y no te empeñes en eliminarlo cuanto antes.
• No intentes relajarte para acabar con la crisis, solamente lo empeorarás. Procura no prestar atención a aquellas partes de tu cuerpo que parecen funcionar mal y desvía tu atención hacia aquellas otras partes del cuerpo que no dan muestras de alteración.
• Puedes distraer tu atención dirigiéndola a estímulos neutros del ambiente (un cuadro, un sonido, lo que veas a través de una ventana, etc.).
• Respira de forma pausada; intenta acompasar tus respiraciones sin hacer.
Miguel debe aceptar que sacar a su cerebro de la situación de especial alerta en la que se encuentra va a costar un tiempo. No es inmediato. También debe seguir las siguientes indicaciones:
• Llevar una vida ordenada: horarios de sueño, de comidas y descansos.
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