Descubre la vacuna emocional. Christine Lebriez
Pautas para relajarse
Dedica tiempo durante el día para calmarte utilizando ejercicios de relajación. La práctica frecuente de la relajación ayuda a conciliar el sueño y a concentrarse mejor, y proporciona más vitalidad. Estas prácticas pueden incluir ejercicios de relajación muscular y de respiración, meditación, natación, estiramientos, yoga, oración, escuchar música suave, pasar tiempo en contacto con la naturaleza, así como otras actividades similares.
A continuación te indicamos unos ejercicios básicos de respiración que te podrán ayudar:
1. Busca un lugar tranquilo donde sentarte cómodamente o recostarte.
2. Inhala lentamente por la nariz, contando pausadamente uno, dos, tres, y expande suave y cómodamente tus pulmones.
3. Tranquila y silenciosamente, di en tu interior: «Mi cuerpo se está llenando de calma».
4. Exhala lentamente por la boca, como soplando suavemente, contando uno, dos, tres, y vacía los pulmones.
5. Suave y silenciosamente, di en tu interior: «Mi cuerpo se está liberando de tensión».
6. Repite el ejercicio hasta cinco veces.
7. Practica diariamente cuantas veces sea necesario.
MIEDO, INCERTIDUMBRE E IMPOTENCIA
La incertidumbre es tremendamente molesta para el ser humano, y lo es hasta tal punto que a veces se prefiere tener la certeza de que algo negativo está sucediendo antes que no saber qué pasará, aunque al final el resultado sea positivo. El popular refrán «más vale malo conocido que bueno por conocer» ilustra bien este hecho. Tanto es el malestar que nos genera no saber qué ocurrirá que nuestra sociedad está acostumbrada a pagar un alto precio por no tener incertidumbre, y existe todo un entorno de negocio, el de la seguridad, motivado por el malestar causado por la incertidumbre. ¿Quién no tiene varios seguros (vida, accidentes, vivienda, viajes, coche, salud, escolar, etc.) que nos permiten gestionar la incertidumbre? «Puede pasar algo malo, pero estoy protegido», es lo que solemos pensar. Realmente, esta intolerancia tan acusada a la incertidumbre que caracteriza a los de nuestra especie ha resultado un filón económico para algunos negocios.
Quizás en unos años, décadas, o quién sabe en cuánto tiempo, vuelva a aparecer una nueva catástrofe humana que nos muestre nuevamente nuestra fragilidad ante el mundo. Es la historia de la humanidad: pestes, pandemias, catástrofes…
O que en nuestra vida particular tengamos que enfrentarnos a algún suceso dramático impredecible.
En el contexto de la COVID-19, la incertidumbre se ha colado en nuestros hogares, y no sabemos cuándo va a desaparecer, o si vendrá otra pandemia u otra adversidad, o si ha venido para quedarse.
Nuestro vida segura y acomodada se ha ido, quizá para no volver, al menos en la forma que conocíamos. Después del impacto inicial producido por la aparición de la COVID-19 seguimos percibiendo malestar y las sensaciones negativas: el miedo, la incertidumbre, la frustración y la impotencia.
Las dudas, no solo siguen existiendo, sino que han aumentado: «No me han hecho el test, ¿cuál es realmente mi estado?», «¿lo tengo o no lo tengo?, ¿qué me está pasando?, ¿será COVID-19?, ¿debo ir al médico?», «¿cada cuánto me tengo que hacer el test?», «si tengo la COVID-19 y me proponen el ingreso hospitalario, ¿será bueno?, ¿y si no vuelvo a ver a mi familia?», «si paso en casa la enfermedad, ¿me curaré o puedo empeorar?», «¿cómo puedo estar seguro de no contagiarme?», «¿qué sucede con mi familiar en el hospital?, ¿y si nos infectamos todos?»,, «¿hasta cuándo vamos a estar así?», «¿cuándo habrá tratamiento o una vacuna?», etc. Estas son algunas de las preguntas que están en la mente de todos, en algunos casos de forma continua y machacona, sin poder pensar en otra cosa. En cualquier caso, todas estas preguntas se pueden resumir en una: ¿qué va a pasar?
El miedo se ha instalado en nosotros, lo percibimos a todas horas y en todos los sitios, y es difícil acostumbrarse a él. Las preguntas anteriores no tienen una respuesta certera. El miedo crónico daña profundamente al ser humano, pues pierde su valor protector y le arrebata el sentido común y la motivación para la lucha. Además, mientras haya miedo, puede generarse pánico, y si aparece, pueden generarse brotes de caos e histeria colectiva. Pero veamos qué es el miedo, esa sensación de la que tanto se habla cuando percibimos un peligro o una posible amenaza.
El miedo, un mecanismo que se activa para protegernos
Los seres humanos estamos prendados de nuestra inteligencia y de lo que hemos logrado avanzar, y nos tenemos en tan gran estima que se nos olvida nuestra auténtica naturaleza. Por más que tecnológicamente y científicamente hayamos alcanzado un desarrollo increíble, la capacidad de nuestro intelecto está muy descompensada en cuanto a nuestro diseño emocional. A nivel emocional no somos diferentes de nuestros antepasados de hace 15.000 años. Más bien somos muy parecidos.
El miedo es un mecanismo que nos ha servido para la supervivencia: tiene una labor defensiva y adaptativa, ya que si detecta «un peligro», nos activa para protegernos y salvarnos del mismo.
En cuanto el cerebro humano identifica algo que pueda tener una consecuencia negativa, lo etiqueta como peligroso y reacciona con una descarga de hormonas que ponen en marcha toda una serie de mecanismos dirigidos a protegernos de ese peligro. La percepción de ese peligro activa en nuestro cerebro unas vías (el eje hipotalámico-pituitario-adrenal) que se encargan de prepararnos para huir del peligro o para luchar contra él. Estas vías neurológicas se encargan de segregar adrenalina y cortisol (la hormona del estrés, por ejemplo); dichas hormonas son los mensajeros que van dirigiendo en nuestro cuerpo la maniobra protectora contra el peligro. Y hasta ahí llega la racionalidad de la que tanto presumimos los seres humanos. En el momento en que sentimos miedo, nuestro cerebro emocional toma las riendas y pone nuestros mecanismos mentales y biológicos al servicio de nuestra protección.
El diseño biológico del ser humano está hecho para la supervivencia. Que los seres humanos podamos pensar, razonar y alcanzar el desarrollo que hemos alcanzado es una cosa; que estemos diseñados para ese fin es otra. No estamos diseñados para el entorno tecnológico en el que estamos viviendo. De hecho, el cerebro frecuentemente se confunde, pues no está tan actualizado y es capaz de angustiarse con incontables sucesos (llegar tarde a la oficina, no tener el regalo de cumpleaños de nuestra pareja, una cena con personas que no nos gustan, un examen, un dolor de cabeza, el pinchazo para un análisis de sangre, no saber qué partido ganará las elecciones, si subirán los impuestos, el calentamiento global, etc.).
El lector puede pensar que en todos estos casos el cerebro no se equivoca a la hora de identificar que la situación pueda ser peligrosa (suspender un examen puede tener unas consecuencias muy negativas), pero sí se equivoca con la respuesta que es adecuada para gestionar la situación (sudar, estar tensos o que el corazón lata muy deprisa es necesario si nos persigue un perro ladrando, pero no durante un examen). Lo cierto es que, intentado protegernos, nuestro cerebro nos puede crear problemas importantes que algunas veces solamente somos capaces de detectar cuando ya hemos cometido el error de dejarnos llevar por nuestra respuesta emocional.
El miedo es, por tanto, un programa básico con el que todos los seres humanos nacemos y que debemos conocer y entender. Junto con otros programas emocionales (tristeza, ira, alegría o asco), el miedo ha sido tan importante para nuestra evolución y supervivencia que forma parte del «cableado básico emocional» con el que nace el cerebro de los seres humanos. Da igual la raza, la cultura o el país. De la misma forma que cualquier bebé humano está programado para aprender a hablar, estamos preparados para sentir miedo cuando nuestro cerebro percibe que una situación pueda tener consecuencias negativas para nosotros.
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