El grabado. Jordi Catafal
Segundo estado de dos. Aguafuerte.
El siglo XVIII en Europa
Boucher. Estudio de una cabeza de mujer. Aguafuerte a partir de una obra
Será en un ambiente culto, lleno de libros, de cuadros y de obras de arte donde la sociedad querrá participar cada vez más de los gustos antes reservados a una minoría. En este proceso el grabado jugará un papel esencial. Se producirán grandes cambios sociales, técnicos y estéticos que marcarán todo el desarrollo del grabado, en especial la búsqueda del color, y las técnicas de la aguatinta, el punteado y el grabado al crayon. En el siglo XVIII, la técnica, la artesanía y el arte se miran en igualdad de condiciones para producir obras de una excepcional calidad.
Francia
El grabado no ocupó aquí un lugar destacado hasta el reinado de Luis XIV, a pesar de la protección oficial a la industria editorial y del interés de algunos pintores de renombre en esta técnica. Durante el siglo XVI existió un claro predominio de la xilografía germánica, y durante la primera mitad del siglo XVII, de las influencias italianas y flamencas. A partir de 1660, cuando Luis XIV promulgó el Edicto de San Juan de Luz, el grabado participó de los privilegios de las demás Artes Liberales, otorgándole una dignidad oficial desconocida en otros lugares. Esta situación de privilegio, junto a la actividad editorial, da origen a una escuela de burilistas de extraordinarias cualidades técnicas, pero de escasa creatividad.
En este ambiente irrumpieron dos pintores de talento: Antoine Watteau (1684-1721) y François Boucher (1703-1770). Watteau no grabó muchas de sus obras y, en general, las que grabó se publicaron después de su muerte y retocadas al buril. Pero sus obras fueron ampliamente reproducidas y difundidas por varios grabadores franceses contemporáneos, que popularizaron los temas de la comedia, sus fiestas y las escenas galantes por toda Europa.
Un caso distinto es el de Boucher, el más importante de los grabadores franceses del siglo XVIII, que empezó grabando 125 aguafuertes con obras de Watteau y Jean-Honoré Fragonard (1732-1806). Hay una gran cantidad de pintores y grabadores que se dedican bien a la estampa, bien a la ilustración de libros, como los Cochin, padre (1688-1754) e hijo (1715-1790), o Jean-Baptiste Oudry (1686-1755), extraordinariamente hábiles, pero al tiempo faltos de auténtica fuerza creadora.
Inglaterra
Completamente distinta es la situación en Inglaterra. Allí no había existido una fuerte tradición artística nacional hasta el siglo XVIII. La mayoría de los artistas importantes activos habían sido continentales, pero ahora despertará con fuerza un arte británico; así, en el campo del grabado es de destacar el interés por las novedades técnicas y su aplicación (como la manera negra). En 1735, el Parlamento elaboró una ley para protegerlo y en 1769 se fundó la Academia Real. También se estimuló enormemente el comercio y la edición con fines comerciales de los grabados.
Entre los grabadores de esta época brillan con luz propia dos nombres: William Hogarth (1689-1764) y William Blake (1757-1827). El primero empezó a trabajar como grabador, con una formación como orfebre; hacia 1720 y a partir de esta época, compaginó la pintura con el grabado de los mismos.
Su obra se caracteriza por las series, esto es, un conjunto de cuadros (o grabados) que narraba una historia; se trataba de obras concebidas para el grabado, ya que en este formato era posible adquirir toda la serie. Los temas son nuevos, una sátira social feroz con una cierta indulgencia para con los más desfavorecidos: La carrera de la prostituta (1732-1733, con seis láminas), La carrera del libertino (1735, con ocho láminas), El matrimonio a la moda (1749, con seis láminas); suele tratarse de aguafuertes y buril.
El caso de Blake es muy peculiar. Se trata de un autor literario muy apreciado, que se dedicó a editar y distribuir sus propios libros con grabados al aguafuerte, muchas veces retocados personalmente con acuarelas y tintas. En su obra destacan las ilustraciones para El libro de Thel (1789), Canciones para la inocencia (1789), Europa, una profecía (1794) y el Libro de Job (1823-1826).
Hogarth. Autorretrato, 1748. Aguafuerte y buril. En esta obra se retrató rodeado de libros, junto con su paleta de pintor en la que figura la línea de la belleza, un buril y su perro, que presenta una mirada muy parecida a la del artista.
Blake. La queja de Job: «¿Qué es el hombre, que le pones a prueba en todo momento?», 1793. Aguafuerte y buril.
El origen del grabado en España
Tradicionalmente, el grabado tuvo un papel secundario en España hasta el siglo XVIII. Los motivos son complejos: por una parte, la tradición política de los reyes de alejar la industria editorial del territorio peninsular para radicarla principalmente en el país de Flandes; por otra, la predilección por grabadores extranjeros con mayor prestigio del momento. Los reyes y los nobles españoles siempre prefirieron contratar fuera del país a artistas y artesanos ya formados y con prestigio, en lugar de crear centros industriales y de formación en el propio país, como el caso de Pedro Perret, grabador de la corte durante los reinados de Felipe II, III y IV. Existieron grabadores, pero no excepcionales, como fue el caso de Pedro de Vilafranca Malagón. También algunos pintores practicaron esporádicamente el grabado. José Ribera (1591-1652), llamado “il Spagnoleto”, trabajó entre la Península e Italia (donde realizó la totalidad de su obra gráfica); discípulo de Caravaggio, era esencialmente dibujante y sólo de forma esporádica se dedicó al grabado al aguafuerte (de hecho, sólo se le conocen 18 planchas grabadas). De cualquier manera, su escasa producción e interés personal es engañoso ya que sus obras han sido reconocidas por los especialistas entre las mejores estampas de la Italia del siglo XVII.
Pedro Pascual Moles. Retrato de Fernando de Silva y Álvarez, Duque de Alba, 1772. Buril y aguafuerte.
Ribera. San Jerónimo leyendo, c 1624. Aguafuerte con buril y punta seca.
Pedro Pascual Moles. Inicial “A” perteneciente a la Máscara Real, 1764. Aguafuerte y buril.
Manuel Salvador Carmona. Retrato de Carlos III, según Mengs, 1783. Aguafuerte y buril.
El siglo XVIII
Es necesario llegar al siglo XVIII para que se produzca la aparición de una auténtica industria del libro y del grabado en la Península, así como la creación de escuelas y centros para el aprendizaje de la técnica. Este nuevo impulso aparece por la influencia francesa de los Borbones, quienes crean una estructura similar a la existente en Francia, y por la política de los ilustrados, representada esencialmente por el rey Carlos III. La creación de una Escuela española está asociada a la figura de Palomino (1692-1777), grabador de cámara de Fernando VI, que mereció la denominación de Director de la clase de Grabado por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Esta Academia instituyó seis pensiones para el aprendizaje del grabado en París. Una de ellas la ganó Manuel Salvador Carmona (1734-1820), quien estuvo en París entre 1752 y 1763 y en donde aprovechó para formarse; posteriormente cosechó un notable prestigio. A su regreso a Madrid fue propuesto por Carlos III para dirigir la enseñanza del grabado en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Allí modernizó los estudios, las técnicas