Clínica con la muerte. Mariam Alizade
de un ciclo natural. De ocurrir esta especie de milagro mental, fruto de una profunda elaboración, la vida entera se irá transformando para bien. La muerte estará presente en cada bello amanecer, en cada instante de vida lúcida y agradecida. Empezamos a morir al nacer y terminaremos de morir al extinguirnos definitivamente. La muerte incluso podrá perder su nombre y se convertirá en un pasaje, un salto vital a otro lado, una trasmutación de energía… una fuente de extraña vitalidad.
La conciencia de transitoriedad inmediata, el movimiento constante y lúdico ser-no ser más, nos acerca a estados psíquicos de mayor lucidez, modifica la cosmovisión y nos humaniza al sensibilizarnos a la gran ola de lo efímero. La conciencia se expande y se aproxima a un plus de realidad que linda con lo impensable. La mente se libera de temores y se armoniza con la totalidad. Nos aproxima una y otra vez al otro, al extranjero que forma parte del todo en que estamos inmersos. Aprendemos a corregir errores de pensamiento, a domesticar impulsos negativos fruto de hábitos de cultura milenaria regidos por el miedo y la creencia en el poder de acopiar, de tener, de competir, de consumir, de quitarle al prójimo en provecho propio. La angustia por sabernos mortales es fuente de múltiples errores humanos.
La educación desde la infancia en el arte de vivir sin temor a la muerte y en estado de gratitud y amor por el don recibido, familiarizará a las futuras generaciones con la naturalidad de la travesía por la vida, con un principio y un fin. Al aprender, en forma lenta y sostenida a aceptar la impermanencia, bordearán la sabiduría y se incrementará el vivir generoso, humilde, valiente.
Imagino que morir ha de ser como atravesar una cuarta o quinta dimensión, como lanzarse a un vacío infinito. En el acto de soltar amarras con la tierra, el ser se lanza a lo desconocido.
El adiós será suave, pese a las apariencias, la desaparición una evanescencia natural, sin tragedia, y, de alguna manera difícil de explicar, la irradiación de este trabajo abrirá en muchos otros, pequeñas puertas incipientes hacia una solidaridad interminable, y un mundo rescatado de las luchas fratricidas y de la ignorancia.
Quizá vivir sea un periplo en busca de un saber oculto: que somos eternos, milagrosos, dignos de felicidad, privilegiados por tener la oportunidad de experimentar una vida terrenal.
“Luz, más luz”, pedía Goethe al morir. Yo pido luz cada día, porque cada día es día magnífico para vivir y morir. Reclamo la consubstanciación en el alma de vida y muerte para librarnos de vanos derroteros mentales secos y yermos, para abrirnos al gran misterio de estar vivos, a la delicia de existir, al amor en plural hacia el universo inagotable, al abrazo con el más allá, hoy, y en el instante del gran viaje.
Prólogo a la primera edición
Este libro fue naciendo de a poco, por efecto de la reflexión entre una clínica que lidiaba con la muerte y una teoría que se entrelazaba con ella. Fue creciendo a través de múltiples notas y observaciones llevadas a cabo a lo largo de los últimos quince años. Darlo a conocer se trasforma en una suerte de imperativo. Tengo la impresión de que podrá ser de utilidad no solamente para los especialistas en el campo de la psicología, sino también para el equipo tratante que enfrenta a diario una multiplicidad de situaciones difíciles que requieren de la mayor cantidad de herramientas posibles. Toda clínica, en tanto aproximación a un sujeto viviente, implica la participación de la ausente presencia de la muerte. En el registro de pacientes que forman parte de este libro, la muerte física tanto se yergue como realidad inminente como se asoma en el horizonte de las posibilidades mediatas. Su título podría también haber sido “Clínica con la muerte natural”. El agregado de la palabra “natural” enfatiza que no habrá de tratarse de la muerte intencional en cualquiera de sus formas, sino de aquella muerte que, inevitable, nos ha de alcanzar un día a todos los aún vivos. Dejamos de lado la consideración de la fascinación por la muerte y la importante temática del potencial genocida humano. Es un libro acerca de la cotidianidad de la muerte. Esta habrá de emerger en su vertiente dramática y escandalosa, por un lado, y en su vertiente natural o “familiar”, por el otro.
Una pregunta se impone en esta semiología introductoria de la muerte: ¿vamos a vérnoslas en estas páginas sólo con la muerte física, con la amenaza al estado de viviente, con el aniquilamiento del cuerpo orgánico, o vamos a considerar también los vericuetos de la muerte psíquica, vale decir, la dimensión de lo inerte, de lo destruido, de lo “aniquilado” en el mundo interno?
Si bien el énfasis de este libro está puesto en considerar al “por morir” en su condición humana de mortal, enfrentado a la inminencia de la descomposición de su carne, no he podido evitar la inclusión de un capítulo de reflexiones acerca de la muerte psíquica. En esas líneas se hace presente la otra muerte, la de adentro, la que mata potencialidades vivientes, la que nos enseña acerca de la visita de la muerte dentro de nuestras mentes, muerte que empobrece la calidad de la vida.
Vivir implica un constante combate lúdico contra las amenazas de la pulsión de destrucción vertida sobre nosotros mismos. El “oficio de vivir”, como lo denominaba Pavese, exige un reto perpetuo, un afianzar palmo a palmo el estado de viviente, cultivando la vida y sorteando los obstáculos negativos. La muerte misma puede ser experimentada como una experiencia final mayor dentro del contexto de la vida o servir de pretexto para empobrecer la calidad de la vida cotidiana.
El dualismo freudiano opone la vida y la muerte, la construcción y la destrucción, lo positivo y lo negativo. Muchos conceptos del campo de la teoría, tales como masoquismo, principio del Nirvana, dolor psíquico, pulsión desobjetalizante (Green, 1986), núcleos aletargados (Cesio, 1958), hacen hincapié en los procesos que desgarran, rompen, sideran el aparato psíquico. Lo “no vivido”, lo “no permitido vivir” constituyen espacios del dominio de lo muerto.
Mi experiencia clínica con pacientes “por morir” se realizó principalmente en el campo de la oncología. En 1980 asistí en la ciudad de Boston a un workshop sobre “Stress, factores emocionales y cáncer”. Lo lideraba el grupo Simonton. En su centro de trabajo, las estadísticas revelaban una sobrevida en pacientes graves del doble de lo esperado. Mi veta de investigadora recibió un estímulo y ya en Buenos Aires decidí intentar corroborar por mí misma ciertas premisas planteadas. Me acerqué con esos fines a Lalcec (Liga Argentina de Lucha Contra el Cáncer), donde el doctor di
Paola fomentó mi interés invitándome a tomar contacto con el Hogar San Francisco. Allí empecé a entrevistar pacientes. Concomitantemente asistía a la sala de Ginecología del Hospital de Clínicas, cuyo jefe era el doctor di Paola hijo, y luego trabajé en el Hospital Rivadavia con el doctor Dante Calandra. Un nuevo proyecto de investigación tuvo lugar en un servicio de oncología del Hospital de Clínicas con los doctores Perazzo, Brosio y Sparrow. A todos ellos les debo el haber podido moverme cómodamente explorando en sucesivas entrevistas distintas situaciones y distintos aconteceres psíquicos.
El cuerpo, ese poderoso regidor de nuestro destino, emerge en estas páginas en primer plano imponiendo su viva presencia mortal. El mundo de las representaciones frente a la muerte, el campo de los afectos donde la angustia juega un rol predominante habrán de ser investigados. Pero el libro no se detiene en el muerto mismo. Va a explorar también el duelo, o sea, el territorio del dolor psíquico en los sobrevivientes, e igualmente considerará, desde los aportes de la antropología, los idearios de la muerte para ubicarla en diversos contextos socioculturales. Se abre camino entonces hacia el luto, los rituales de la muerte, el concepto del cadáver, las ceremonias funerarias, los actos eutanásicos, el tiempo de la agonía, el problema del dolor. En algunas de estas temáticas me detendré especialmente. Otras aflorarán al correr de la pluma dando cuenta de la complejidad del fenómeno muerte.
Es inherente a la vida lidiar con el sufrimiento que, como bien señalaba Freud en 1930, procede de múltiples fuentes: del mundo externo natural, donde la catástrofe es moneda siempre posible bajo múltiples formas (maremotos, inundaciones, incendios, terremotos, tornados, huracanes, tormentas, etc.); del mundo externo humano (guerras, asesinatos, accidentes, pérdida de seres queridos, etc.); del propio cuerpo (enfermedades, amenazas de muerte, etc.); de las relaciones entre los hombres (desamparos, peleas, rivalidades, abandonos, separaciones, malos tratos, etc.). El sufrimiento en tanto lucha frente a los obstáculos de la existencia