Clínica con la muerte. Mariam Alizade

Clínica con la muerte - Mariam Alizade


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su doble carácter de invisible y de eficaz. Se juega con prácticas de muerte y resurrección para curar enfermedades (magia homeopática o imitativa). Escribe J. Frazer, (1890, p. 48): “Hay una rama prolífica de la magia homeopática que obra por medio de los muertos; del mismo modo que un muerto no puede ver, oír ni hablar, así se puede, basado en la regla de la magia homeopática, dejar a la gente ciega, sorda y muda por el uso de huesos de difuntos o de cualquier otra cosa que esté contagiada por la corrupción de la muerte: por ejemplo, entre los galeses, cuando un mozo va a galantear por la noche, coge un poco de tierra de una tumba y la esparce sobre el techo de la casa de su novia exactamente sobre el lugar donde los padres duermen. Imagina que así prevendrá que no se despierten mientras él habla con su amada, puesto que la tierra de la tumba les dará un sueño tan profundo como el de la muerte”.

      Muerto no quiere decir inexistente o ineficaz. Lo muerto hace. Hace con lo que queda de él, con la materialidad sobrante (huesos, cenizas, restos), y con una parte de sí que no desaparece nunca. Me refiero al espíritu, al “alma” que sigue planeando sobre la superficie de la tierra. Invisible acorporeidad que debe temerse, reverenciarse y llamar a veces en nuestro auxilio.

      El pensamiento salvaje (Lévi-Strauss, 1962) está dominado por la ciencia de lo concreto. En los ritos funerarios de los fox, por ejemplo, tienen lugar ceremonias de adopción por medio de las cuales se sustituye un pariente muerto por otro vivo, lo que permite la partida definitiva del alma del difunto. Los ritos funerarios muestran la gran preocupación por deshacerse de los muertos, para asegurarse de que el “fantasma” del muerto no retorne a vengarse o a molestar a los vivos. Los vivos “deben mostrarse firmes ante los muertos: los vivos harán comprender a estos que no han perdido nada al morir, pues recibirán regularmente ofrendas de tabaco y de alimentos. En cambio, se espera de ellos que a título de compensación de esta muerte, cuya realidad recuerdan a los vivos, y del pesar que les causan por su deceso, ellos les garanticen una larga existencia, vestido y algo que comer” (pp. 56-57).

      El alma y el cadáver interactúan. Sus poderes deben ser controlados.

      También se simboliza a la muerte con propiedades de la naturaleza. En Portugal, a todo lo largo de la costa de Gales y en algunas partes de la costa bretona prevalece la creencia de que los nacimientos se verifican cuando sube la marea y de que la gente muere cuando está bajando (Frazer, p. 53). El fenómeno muerte recibe desplazamientos y concretizaciones en los múltiples sucesos de vida y muerte que ocurren en la vida natural.

      Todo en la naturaleza vive, muere, y renace bajo formas metamorfoseadas. El fantasma o espíritu del muerto implica una metamorfosis imaginaria. El cadáver también se trasforma, el alma emigra y se trasmuta.

      Los muertos constituyen una suerte de especie oculta: eficaces, eternos, positivos o negativos, omnipresentes...

      b. Tipología de la muerte (semantización cultural de la muerte)

      Una mirada a vuelo de pájaro sobre distintas formas de encarar la muerte en diferentes épocas de la humanidad posibilita relativizar el contrapunto vivo-muerto.

      Aries (1977), en sus investigaciones sobre tumbas y ritos funerarios, ha contribuido en gran medida a echar luz acerca de esta fascinante cuestión. Distingue la muerte amaestrada, la muerte propia, la muerte ajena y la muerte prohibida, en el orden enunciado. Habré de repasarlas brevemente e incluiré también otras dos formas: la muerte desorbitada y la muerte súbita.

       La muerte amaestrada

      Esta muerte es difícil de representar hoy día. Así tuvo lugar la muerte durante un milenio, vale decir que es la forma de vivir con la muerte que más tiempo ha ocupado. Puede llamársela también “la muerte avisada” dado que los seres humanos están “avisados” de antemano de que van a morir.

      Escribe Aries (1977): “La antigua actitud para quien la muerte es a la vez algo familiar, cercano y atenuado, indiferente, se opone sobremanera a la nuestra, temerosa de la muerte hasta el punto de que no nos atrevemos a pronunciar su nombre. Por eso, esta muerte familiar recibe aquí el título de muerte amaestrada. No quiero decir con ello que antes la muerte se hallara en estado salvaje, por haber dejado de serlo. Quiero decir, al contrario, que hoy se ha vuelto salvaje”.

      Acerquémonos a ella: el caballero se apresta a morir. Estamos en el siglo de los romances medievales, de las canciones de gesta. La muerte amaestrada es una muerte noble en la mejor acepción del término.

      Aprestarse a morir constituye un acto fundamental en la vida de un hombre de aquellos tiempos. Toda su vida se le ha enseñado que “su ser en el mundo”, “su esencia misma de ser viviente”, “su dignidad” dependen de la grandeza con que lleve a cabo las ceremonias de la despedida. Se ansía ser: protagonista de la propia muerte. Nada más triste y torpe que morir abruptamente sin haber asistido a los rituales de la antesala de la muerte. De la muerte súbita (pestes, accidentes, etc.) no hay nada que decir. Está signada por un criterio desvalorizante. El muerto se ha perdido su muerte y eso es lamentable. Todos ansían protagonizar el momento de pasaje de vivo a muerto, conmemorar los rituales de la despedida y ser recordados por los sobrevivientes en la grandeza de esta gesta máxima que se denomina “morir”.

      Tratábase de una muerte sencilla, de un tranquilo movimiento final. Esta es la muerte de Rolando de la canción de gesta, la del Quijote, de Tristán, de Lanzarote. Uno muere “atento a sí mismo”, familiarmente.

      Cuando Aries cita a Rolando, describe los pasos tragicómicos con que prepara su muerte. La primera parte de la ceremonia consiste en lamentar la vida ya pasada, evocando los logros alcanzados y la travesía realizada (las tierras conquistadas, la dulce Francia, Carlomagno que lo crió, etc.). El personaje llora con intensidad pero muy brevemente pues, como bien precisa Aries, “el momento pertenece al ritual” y debe pasar de inmediato a la segunda parte: trátase del perdón de los compañeros que rodean al moribundo por cualquier pesar que le hubieran podido causar en vida. El agonizante encomienda a Dios a los que sobreviven. El cuarto del “por morir” está repleto de visitas que asisten a las pompas finales. No es cuestión de defraudar al público. Nunca faltan niños en esas habitaciones. La muerte amaestrada es una muerte en compañía, es una muerte-ejemplo, socialmente valorizada. Es una muerte-nacimiento. Tanto el “por morir” como el “recién nacido” gozan de prerrogativas narcisistas.

      Saldadas las cuentas con la vida, llega luego la hora de pensar en Dios. El “por morir” inicia sus plegarias. Primero un mea culpa, el gesto de los penitentes, y luego la plegaria por la salvación del alma. Acto seguido, el sacerdote le concede la absolución.

      Escribe Aries (1977): «Después de la última plegaria, ya sólo queda esperar la muerte que ha de venir sin tardanza. Y así Oliveros: “El corazón le falla, su cuerpo entero se desploma. El conde ha muerto, no le alcanzó más demora”. Si ocurre que la muerte tarda algo en venir, el moribundo la espera callado: “Dijo (su última oración) y luego ya no soltó prenda”».

      El silencio no habrá de ser llenado con palabra vana. No es cuestión de romper la estructura ritual de los actos de la partida.

      ¿Dónde quedaba el miedo, la angustia ante lo desconocido? El propio nombre de muerte domesticada remite a la contención de las ansiedades de muerte en aras de un bien mayor: morir como el superyó (la opinión pública) lo estipula. Si se siente miedo, se lo oculta. La angustia es dominada, lo que permite que el moribundo se retire en calma con la paz del deber cumplido (cumplir la vida).

      La muerte amaestrada implica una “concepción colectiva del destino” (Aries, p. 32). El individualismo llegará más tarde para modificar el significado de la muerte y desvirtuar su naturalidad.

       La muerte propia

      Esta tipología de la muerte aparece en el siglo XII. Distintos fenómenos observados por Aries en los ritos funerarios y en el minucioso registro de lápidas y sepulturas lo conducen al trazado del camino hacia la personalización de la muerte.

      La representación


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