Clínica con la muerte. Mariam Alizade

Clínica con la muerte - Mariam Alizade


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No hay juicio ni condena. No hay responsabilidad individual. Más tarde, una balanza rigurosa pesa las buenas y las malas acciones. La vida se extiende. Ya no cuenta tanto el momento preciso del morir sino el último día del mundo al final de los tiempos.

      Otro elemento que interviene junto al lecho del agonizante es la última prueba que sustituye al Juicio final. Los grabados de época (siglo XV) así lo atestiguan. Esta prueba «consiste en una última tentación. El agonizante verá la totalidad de su propia vida, tal como la contiene el libro, y se sentirá tentado, bien sea por la desesperación de sus faltas, o por la “gloria vana” de sus buenas acciones, o por el amor apasionado de las cosas y los seres. Su actitud, en la exhalación de este momento fugaz, borrará de golpe los pecados de toda su vida, si rechaza la tentación, o, por el contrario, anulará todas sus buenas acciones, si cede».

      Empiezan los tiempos de la interrogación personal. Coincide con el interés por lo macabro. La descomposición de la carne, la figura del cadáver cobran relevancia. «La “morte secca” (huesos, esqueleto) se propaga por todas las tumbas y hasta penetra en el interior de las casas, instalándose en muebles y chimeneas» (Aries, 1977, p. 37).

      Algunos autores (Tenenti, Aries) entienden este horror de la muerte como un síntoma del amor a la vida. El horror a la descomposición se hace presente en la poesía (siglos XV y XVI). Pero el horror no se reserva a la putrefacción sino que “está intra vitam en la enfermedad y en la vejez” (Aries, p. 37).

      Se toma conciencia de la presencia universal de la corrupción. El esquema cristiano se altera. El hombre de fines de la Edad Media tenía una conciencia aguda de ser un muerto a plazo fijo y al mismo tiempo sentía una pasión intensa por vivir, lo que le hacía rechazar con espanto todo indicio de su fin siempre próximo. Ese hombre sentía un desaforado amor por lo que se entendía por las temporalia que englobaban a las personas, los animales, el jardín, vale decir, todos los enseres terrenales que procuraban placer de vivir.

      La muerte propia implica un reencuentro con la tumba propia. Con ella surge la vivencia de fracaso. El hombre deja de estar consustanciado con la naturaleza y se instala en la mentalidad que impera en la segunda Edad Media, donde prima un mundo ávido de riquezas y honores, mundo que cubre los siglos XIV y XV, cuando el carácter perecedero de la vida provoca desilusión y sensación de fracaso. La muerte deja de ser rendición de cuentas para transformarse en la muerte física, la carroña, la muerte macabra.

       La muerte ajena

      A partir del siglo XVI, el hombre ya no se preocupa tanto por su propia muerte y la muerte es ante todo la muerte ajena. “Se trata de la ausencia del otro cuya añoranza y recuerdo inspiran durante los siglos XIX y XX el nuevo culto de tumbas y cementerios” (Aries, p. 43). Sobre el otro se dibuja la muerte y se la colma tanto de romanticismo como de lo macabro. La muerte queda asociada al amor; la agonía, al trance amoroso. Sexo y muerte se alían intensamente. El duelo adquiere un carácter ostentoso.

      Se hace del morir un culto y se lo adorna de atributos magníficos. Cuenta Aries (p. 45): «Dos novios de esta familia que no llegan a veinte años, se pasean por los maravillosos jardines romanos de Villa Pamphili. “Nos pasamos una hora hablando -comenta el muchacho en su diario- de religión, de inmortalidad y de qué dulce sería morir, decíamos, en estos jardines tan hermosos”. Y añadía: “Morir joven, siempre lo deseé”. Se cumplirían sus deseos. Unos meses después de su boda, el mal del siglo, la tuberculosis, lo llevaría a la tumba. Su mujer, una alemana protestante, cuenta así su último suspiro: “Sus ojos, ya fijos, se habían vuelto hacia mí... y yo, su mujer, sentí lo que nunca hubiese creído, sentí que la muerte era la felicidad”“. Y comenta enseguida Aries: “¿Quién se atrevería a leer semejante texto en la América actual?”.

      El culto a los muertos les confiere una suerte de inmortalidad en el recuerdo. Abundan los monumentos conmemorativos que indican la idea de perennidad.

       La muerte prohibida

      Según Aries, los cambios a través de los siglos en lo que a la muerte respecta son tan lentos que no son advertidos por los contemporáneos. Desde hace un tercio de siglo, la muerte, otrora familiar, “se ha convertido en algo vergonzoso que es causa de interdicto”.

      El embuste, la mentira al enfermo acerca de su enfermedad, el cerco de silencio, se tornan moneda corriente. Ya no se muere en casa sino en el hospital, a solas. La vida obligadamente feliz debe alejar toda idea de muerte. Las apariencias de “siempre vivo” predominan en la sociedad.

      “Todas estas muertecillas silenciosas han remplazado y eclipsado la gran acción dramática de la muerte” (p. 56). Se esconde el paso de la muerte, se la disfraza a los niños. El muerto debe ser evacuado lo antes posible. Entonces el luto se hace en la intimidad y se comparte poco el dolor.

      Escribe Aries: “Se equivocaría por completo quien identificara esta huida ante la muerte con una indiferencia hacia los muertos. En realidad, lo que de verdad ocurre es al revés. En la sociedad de antaño, los clamores del duelo ocultaban apenas una resignación rápida: cuántos viudos volvían a casarse pocos meses después del fallecimiento de su mujer. Hoy, en cambio, prohibido ya el luto, comprobamos que la mortalidad de viudos y viudas al año siguiente de la defunción del cónyuge es mucho más frecuente que la de la muestra testigo de la misma edad”.

      La muerte prohibida pertenece a una sociedad industrializada donde priman los valores narcisistas de felicidad, poder, lucro.

       La muerte desorbitada

      Observada en diferentes culturas –amok malayo, olón de los tunguses, locura ártica (Cordeu y Montevechio, 1992)– , esta muerte se singulariza por carecer de toda norma y, como su nombre lo indica, por presentar características de desborde: crisis de despersonalización, convulsiones, efusiones emocionales intensas, etc. Son duelos trágicos donde se manifiesta un terror sagrado, un sentimiento de derrota ante la muerte, y se padece la “sumersión desidentificante de los seres primordiales” (Pagés Larraya, 1982, p. 50, citado por Cordeu y Montevechio, 1992, p. 16).

       La muerte súbita

      Quiero agregar esta forma de morir dentro de la tipología de las muertes. El individuo es tomado por sorpresa sin rituales de despedida y sin agonía previa. Es una muerte totalmente imprevista que impregna de estupor a los deudos. Trátase, para los sobrevivientes, de una experiencia de brusca y sorpresiva máxima ruptura.

      Desde un saber inconsciente, poco antes de morir suelen iniciar movimientos de despedida sin entender ellos mismos por qué lo hacen, como si presintieran oscuramente (inconscientemente) que la muerte se avecina. En apariencia súbita, a nivel inconsciente la muerte fue haciendo señales que fueron registradas y que llevaron a que esa persona actuase de una manera que luego, una vez muerta, será resignificada por los sobrevivientes como de aviso y preparación para la partida.

      Esta muerte suele ser envidiada por muchos pacientes que padecen enfermedades largas e invalidantes como el cáncer, ya que evita el sufrimiento de tomar conciencia del deterioro orgánico, el dolor físico y el dolor psíquico ante la proximidad de la muerte.

      c. La muerte en la actualidad: una mirada desde el psicoanálisis

      Resuenan en mi pensamiento la diversidad de muertes en este breve e intenso recorrido a través de la historia y sus costumbres.

      En el fenómeno muerte se entrecruzan niveles: somático, psicológico, social, cultural.

      Reflexiono acerca de la muerte desde mi praxis. Si bien es cierto que la muerte prohibida impera, las tabicaciones no son rígidas. También hoy día alguien muere en forma domesticada. La muerte del ser humano del siglo XX ha sido atravesada por esta profusa legión de tipologías. Las formas se imbrican y los movimientos de englobamiento y de discriminación entre unas y otras se suceden. Encontramos así sujetos


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