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izquierda, ni la mayor parte de los auténticos académicos en los más diversos ámbitos del conocimiento, particularmente de las ciencias sociales, de investigadores y especialistas reconocidos, que sean o se declaren antiestalinistas.
Todavía más, la mayoría de la población rusa se ha pronunciado a favor de la rehabilitación de Stalin, exigiendo que se permita erigir monumentos y se reconozca el papel histórico jugado por el vilipendiado estadista, que, en buen rigor, fue el mentor y rector de la edificación socialista de la URSS.
Incluso las encuestas oficiales de opinión pública, llevadas a cabo en el seno de una población que, durante más de treinta años, viene siendo objeto de manipulación, desinformación y de periódicas campañas antisoviéticas, arrojan resultados sorprendentes: más de la mitad de la población de Rusia considera que una de las más grandes personalidades y estadistas en toda la historia del gran país fue Stalin. ¡Los comentarios huelgan!
De suyo se comprende que la sesgada visión de la historia de la Unión Soviética fue y continúa siendo promovida por los mezquinos intereses de los círculos más retrógrados de los Estados Unidos de América y sus adeptos del resto del mundo -entre los cuales los gobernantes rusos actuales ocupan un lugar señero- cuyo objetivo principal es denigrar el sistema socialista, pues incluso hoy el contenido humanista de una sociedad sin clases sociales continúa siendo el principal enemigo del degradante modo de producción capitalista.
Visión análoga a la recién señalada continúa teniendo lugar en el seno de las organizaciones políticas y conglomerados sociales -lamentablemente, incluso de las auténticas izquierdas- que, en su mayoría, se han convencido de que la Unión Soviética fracasó, porque el sistema socialista fue incapaz de resolver sus problemas económicos y sociales y, en definitiva, fue derrotada en la competencia con las potencias capitalistas.
Así pues, en este contexto surge esta obra que intenta poner al menos algunas cosas en su lugar, y echar por tierra ciertos mitos creados por la oficiosa propaganda anticomunista de los Estados Unidos, de la aplastante mayoría de los países europeos y del resto del mundo, siendo que estos últimos, pura y simplemente, se limitan a reproducir, mecánicamente, la “información” de las supuestas “fuentes fidedignas” de sus preceptores.
Sin embargo, la difusión generalizada de la propaganda anticomunista no tendría nada de extraordinario, si no alcanzase una amoralidad suprema en el desembozado maridaje de los órganos de comunicación de masas y los organismos de seguridad de la mayor parte de los susodichos Estados.
Todavía, se torna más penoso constatar que, en la actualidad, hay representantes políticos de partidos de izquierda que, con cierta soberbia, se declaran antiestalinistas. No se requiere un análisis muy profundo para concluir que estos políticos de la era neoliberal, infortunadamente, no conocen la verdadera historia de la URSS, la que puede ser estudiada, interpretada y relatada, de manera cabal, solo con base en la documentación original y estudios especializados -infelizmente, desconocidos por los antiestalinistas de ayer y de hoy-, en los datos de los archivos, muy especialmente de los desclasificados del Estado Soviético y del PCUS.
Somos de la firme opinión que la principal fuente de información -se desee o no reconocerlo- tiene su asiento en los archivos históricos rusos, que permitirá a los interesados conocer la verdad y, efectivamente, acercarse a la realidad habida en la URSS entre los años 1923 y 1990.
En las páginas que siguen -y que el lector preocupado con el devenir económico, social y político no trepidará en someter a un oportuno análisis crítico- son formuladas varias tesis que, sin duda, de forma harto novedosa, ofrecen una interpretación dialéctica de los acontecimientos que se concatenaron tanto para el surgimiento y desarrollo de la Rusia de los Soviets como para su destrucción paulatina y, a la postre, para su muerte.
Podríamos asegurar -sin gran margen de duda- que la lectura atenta de este libro llevará al lector a concluir que el mismo es producto de una incuestionable rigurosidad científica, pues es evidente que las reflexiones y juicios aquí contenidos han sido fundamentados con recurso a un exhaustivo estudio de documentos históricos, de los archivos desclasificados del Kremlin y de obras de autores especializados en la problemática soviética, mundialmente reconocidos, sobre todo rusos-soviéticos, como es el caso del filósofo Aleksandr Zinóviev, del académico Serguei Kara-Murzá, del economista y académico Valentín Katasónov, de los historiadores Yuri Zhúkov, E. Prúdnikova, Yu. Emelyánov, I. Froyánov, S. Mirónin, E. Spitsyn, V. Soima, V. Kardashov, S. Semánov, A. Fúrsov y muchos otros.
No obstante lo referido anteriormente, siendo la seriedad científica una cualidad altamente positiva e indispensable en la elaboración de cualquier trabajo de investigación, ella puede convertirse, a veces, en una suerte de desventaja, pues el intrincado contenido del objeto analizado conlleva el riesgo de que, para el lector no especializado en este ámbito del conocimiento, no represente interés internarse en sus meandros.
Estamos persuadidos de que la visión de las razones de la catástrofe de los gobiernos de los países socialistas, y muy especialmente de la destrucción de la Unión Soviética, que predomina en el mundo -y, en realidad, se le ha impuesto a la opinión pública de los países de América Latina- por lo general, es reductora y simplista.
Asimismo, estamos seguros de que muchos de los análisis que se han hecho sobre el histórico acontecimiento son, en su mayoría, estereotipados -y desde el punto de vista de la realidad histórica-, bastante prejuiciosos y falsarios. Se nos antoja que, muchas veces, lo que prima en ellos es la obsesión ideológica y política, y no el ánimo de encontrar y mostrar la verdad. O, en última instancia y en el mejor de los casos, reflejan la pereza intelectual de algunos de sus autores, que se limitan a repetir las opiniones de los anticomunistas gurús de la “sovietología”.
Los autores de monografías, ensayos, opúsculos y artículos que, con independencia de los fines que perseguían y persiguen, entregaron y entregan al público una visión tendenciosa de lo que fue el proceso de construcción del socialismo en la Unión Soviética -muchos de ellos sin siquiera haberse tomado el trabajo de recurrir al uso de fuentes serias de información para sustentar sus opiniones- parecieran ignorar que sus análisis descansan en un enfoque estrecho y reductor -con mucha frecuencia, falaz- de los hechos reales.
Habría que convenir que, no obstante la rigurosidad científica estar ausente en la mayoría de dichos análisis, estos, a los ojos del lector, continúan teniendo la calidad de estudios dignos de credibilidad, lo que siempre le ha causado un grave daño a la Unión Soviética, que ni siquiera después de su total destrucción, escapa a las tergiversaciones, falacias y ataques virulentos.
Por lo que no tiene nada de extraño que los medios de comunicación de masas al servicio del anticomunismo -liderados, organizados y financiados, en definitiva, por el principal enemigo de la Humanidad progresista- difundan con el empeño propio de propagandistas profesionales a sueldo, total o parcialmente, el contenido de los susodichos estudios. Y, lamentablemente, es este el tipo de información que determina la siempre manejable “opinión pública”.
Empero, el fenómeno más contraproducente que ese tipo de estudios ocasiona estriba en que, al reducir al carácter de absoluto interpretaciones y versiones arbitrarias de los acontecimientos históricos, se les transmite a estas la calidad de verdades absolutas, que, con el correr del tiempo, devienen para las gentes axiomas inconmovibles e irrefutables. Por tanto, enquistados en sus conciencias, son muy difíciles de erradicar.
Así pues, si se desea estudiar, de manera cabal, la edificación del socialismo y las razones de la destrucción de la Unión Soviética, no se debe ignorar el papel determinante que siempre jugó una de las armas más efectivas del capitalismo: la desinformación permanente, que -como la práctica lo ha hecho palpable- fue y es la causa principal del desconocimiento que se tenía -e interesadamente algunos insisten en tener- de la realidad de los países socialistas.
Es preciso, entretanto, acotar que la guerra de desinformación y manipulación de la conciencia de las más amplias masas de la población mundial no se inició con el nacimiento de la Unión Soviética, porque las potencias imperialistas, a la sazón, optaron por el ya archiconocido método: la agresión militar directa contra