Pedaleando en el purgatorio. Jorge Quintana

Pedaleando en el purgatorio - Jorge Quintana


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un ritmo tras tanto parón y luego habrá una concentración en altura. Yo no tengo claro que eso vaya a funcionar, pero Enrique está obsesionado y quiero que vayas con él. Pero no te equivoques: necesito verte bien en los campeonatos de España. Ahí debes demostrarme que convocarte para el Tour no es un error. Hasta entonces no me importa el rendimiento. Son otros los que tienen que sacar las castañas del fuego. Kenny se está entonando y empezamos a ir por el buen camino.

      —José Luis, ¿y por qué confías tanto en mí?

      —Lucas, este Tour será muy especial. Lo decimos todos los años, pero esta vez lo es más que nunca. El recuerdo de la Operación Puerto está encima de nosotros y hemos empezado con el pasaporte biológico. Mis patrocinadores me lo han dicho mil veces: si hay un escándalo, se cargan el equipo. El Tour también nos lo ha dicho: equipo que meta la pata, equipo que van a matar. Fíjate en Astana. Tiene a Contador, pero los han dejado fuera por lo que pasó en 2007. Y yo se lo he dicho a los corredores uno a uno. Pero hay algunos que… —explicó José Luis antes de tomarse unos segundos de reflexión— no están dispuestos a escuchar.

      —Joder —acerté a decir.

      —Sí, jodernos es lo que van a hacer si siguen por ese camino. Lo siento, pero no puedo aceptar la situación —la expresión en la cara de José Luis se había endurecido de repente—. Mi deber es pensar en el grupo y no en los intereses egoístas de un individuo. Así que necesito ir a Francia con tranquilidad. Eso es lo que tú me garantizas. Pero otros son duros de oídos. Y Francia no es el sitio para aprender lecciones. Ya viví registros en la época del caso Festina y solo de pensarlo se me pone la piel de gallina. La gendarmería te mete en la cárcel en menos de un segundo y luego ya si eso, te buscas un abogado y tratas de salir. Estoy mayor para esas mierdas. Así que el debate está cerrado: prepárate a conciencia y te garantizo una plaza en el Tour. Pero debes tener claro que vamos a ir limpios. Sí o sí. No hay alternativa. ¿Vale?

      —Estamos de acuerdo. Totalmente de acuerdo, jefe.

      Clara y yo volamos hacia España esa misma noche. Ella se había quitado un peso de encima al poner orden en los negocios familiares. Yo, en cambio, vivía en medio de unas circunstancias muy diferentes. Desde mi charla con José Luis Calasanz, sentía una presión golpeando mi cabeza, una presión de cuatro letras, las cuatro letras más maravillosas que un ciclista podía escuchar. Y no, no eran amor. Eran T-O-U-R. Y, de nuevo, una sensación ya olvidada comenzaba a rondar mi cabeza: ¿se podía ir a pan y agua a un Tour? José Luis lo tenía tan claro que sentía que no podía defraudarle. Todos debíamos entender nuestros límites y asumirlos con deportividad. En Gigaset así era. Pero, ¿pensarían igual los demás rivales?

       CAPÍTULO VII

      Aprincipios de mayo afronté el Tour de Romandía. Es una carrera suiza y sirve como broche final para los que vienen de las clásicas de las Ardenas y, también, como última cita en la preparación de los que tienen en mente el Giro de Italia y andan justos en su forma. En definitiva, es una carrera de alta montaña y mi primer gran test del año con la elite mundial. Sin embargo, nadie en el pelotón estaba pendiente de mí. Todos miraban al Astana y al Giro de Italia, pues la organización había decidido cambiar su anuncio inicial e invitar al conjunto kazajo… si en la lista de inscritos figuraba, entre otros, un Alberto Contador que decía estar en la playa disfrutando de unas vacaciones y totalmente desconectado del ciclismo.

      En mi caso, no llegaba a Romandía después de unas vacaciones. Me presentaba tras un mes entrenando duro, pero sin el ritmo de mis rivales. Enrique vio mi pedaleo en la primera etapa y me dijo que estuviera tranquilo porque iba a andar bien y lo único que necesitaba era dejar pasar un par de jornadas. Aquella frase fue balsámica para mis nervios. Las sensaciones fueron buenas durante todas las etapas e incluso me metí en dos fugas. Comprendí que mi nivel no era lo suficientemente bueno para ganar, pero tampoco tan malo como para hacer el ridículo. Jamás fui el primero en quedarme ni tuve la sensación de que estaba corriendo contra rivales mejores que yo. Después de esa semanita por la Suiza con acento francés, regresé satisfecho y con muchas lecciones aprendidas de un Enrique al que cada vez veía más cómodo conmigo. Él había sido octavo en la general y, sobre todo, me había insistido en que debíamos cambiar la mentalidad si queríamos llegar a la elite. Tenía muchos planes y me había insistido en que debíamos hablar durante la concentración que íbamos a hacer juntos.

      Enrique quiso que justo después de Romandía nos fuéramos a Sierra Nevada (Granada). Su plan pasaba por descansar, pero a más de 2000 metros, un ejercicio útil cuando se quiere subir el hematocrito y, por tanto, la capacidad del cuerpo de transportar más oxígeno a los músculos y retrasar el cansancio. Es cierto que también es posible incrementar el hematocrito inyectándose EPO artificial, pero nosotros ya habíamos descartado esa idea. Después de esos días de descanso, comenzaríamos a entrenar pensando solo en el Tour y sin precipitarnos. Enrique insistía en que una concentración en altura es mano de santo si se hace bien y una muerte garantizada si se hace mal, puesto que acabas con fatiga muscular para meses. Enrique siempre se había entrenado a sí mismo e incluso había empezado la carrera de Educación Física, así que tenía unos conocimientos mayores que los míos, por lo que no me opuse a sus planes. Estaba con alguien que sabía de lo que hablaba.

      Decidimos pasar en altura un total de seis semanas. Tuvimos tiempo para analizar el presente y pensar en el futuro. Lo primero que nos hizo saltar la alarma en el Centro de Alto Rendimiento fue la sentencia pública de Anne Gripper. Esta mujer era una de las jefas de la UCI para cazar tramposos. Y detalló las primeras cifras del pasaporte biológico: 2172 controles de sangre y orina, 854 ciclistas analizados y… ¡23 sospechosos! Enrique estaba indignado.

      —¿Sospechosos? Y una mierda. O hay culpables o no los hay. Y si los hay, tenemos que hacer todo lo posible para cazarles. Así que empiezan a meter sanciones o la gente no se lo va a tomar en serio en la puta vida. Llevamos cinco meses de pasaporte y no han hecho nada. Mira lo del Giro: ¡es un esperpento!

      Yo optaba por callarme cuando Enrique explotaba. Sabía que no le iba a convencer. En el fondo, todo dependía de los suizos. Ellos no quieren perder los juicios. Sabían que sancionar por un método indirecto era algo revolucionario y que cualquier expediente acabaría en los tribunales. Por eso resultaba necesario acumular pruebas hasta estar seguro de que disparaban con argumentos indiscutibles. Además, el pasaporte estaba ayudando en otro sentido. Y las noticias de ese mes de mayo lo confirmaron.

      —Recuerda lo que pasó en Romandía. Se anunció un positivo por testosterona en un control fuera de competición. Al final, el ciclismo está cambiando. Esto va en serio, Enrique.

      —Pero va demasiado lento.

      —Bueno, no todo lo tiene que hacer la UCI. También los equipos y los ciclistas somos responsables. Mira a Juan Carlos. Lo tenemos medio apartado desde que dio esa analítica rara y no va a disputar ninguna de las grandes. Le están invitando amablemente a dejar la bici.

      —¿Y tú ves a muchos equipos con la misma disciplina?

      En ese momento no supe qué contestar, pero unos días más tarde llegó la respuesta. Milram expulsó del Giro a Igor Astarloa, excampeón mundial. En su nota de prensa, el equipo se preocupaba por usar las palabras adecuadas. No hablaba de dopaje. Pero sí de valores anómalos. La realidad es que Astarloa fue fulminado de la faz de la tierra. No convencí a Enrique. Según él, aquello era una excepción y seguía poniéndome más ejemplos: los corredores del CSF volaban en todos los puertos y, sobre todo, lo hacía Emanuele Sella, quien se había anotado tres etapas y la montaña. Enrique estaba obsesionado con la revelación del Giro. No era el único. Muchas voces decían en público y privado que esos ciclistas eran unos sinvergüenzas hasta el punto de que el mánager de la modesta escuadra italiana, Bruno Reverberi, tuvo que responder en público: «Demandaré a los que duden». Enrique se salía de sus casillas.

      —Coño, Reverberi puede demandar a los que le calumnien. Pero… ¿dudar? Yo dudo hasta de mi padre. Y, por supuesto, dudo de muchos de este Giro. Fíjate: los limpios del Gerolsteiner ven como al papá de uno de sus ciclistas le pillan con el coche lleno de medicinas


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