Pedaleando en el purgatorio. Jorge Quintana

Pedaleando en el purgatorio - Jorge Quintana


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en ese momento, una vez más, no supe qué decirle. En sus ojos se intuía una inmensa tristeza. La Operación Puerto había saltado a los titulares el 23 de mayo de 2006 y ahora estábamos, en junio de 2008, con un corredor que no había sido sancionado, pero al que tampoco se le dejaba correr en la elite. Aquello era un limbo jurídico inexplicable, una sanción encubierta en forma de círculo vicioso del que nadie sabía ni podía salir. En 2007 Sevilla había saltado de T-Mobile a Relax pensando que encontraría un oasis de paz en el que reconstruir su carrera e incluso el equipo había maniobrado y negociado con el Consejo Superior de Deportes un plan supuestamente revolucionario en la lucha contra el dopaje. Pero la realidad fue diferente: estando en Relax, la Vuelta vetó todo nombre implicado en la Operación Puerto, incluido Sevilla, por lo que el equipo entró en barrena, con mil problemas económicos.

      Eso forzó a Sevilla a coger la maleta y firmar por el modesto y extravagante Rock&Racing americano, un conjunto donde se había unido a otros ilustres apestados como Tyler Hamilton o Santiago Botero. Ellos iban de «malditos», con calaveras en la ropa y declaraciones de tono amenazante. Pero aquello no dejaba de ser una pose que, además, no encajaba bien con la cara de niño ni con la sonrisa eterna de Sevilla, quien había acabado ahí como recurso final ante el veto de los grandes organizadores y, en consecuencia, la falta de apetito de los grandes equipos.

      Su frase, «para lo que me va a servir», me persiguió todo el día. Así era yo. Asumía como propios los males ajenos. Y necesitaba darle vueltas hasta encontrar una solución, algo que no siempre conseguía. En el caso de Sevilla, me perseguía la imagen de ver en el mismo podio a Alejandro Valverde. Eran la cara y la cruz de una misma moneda. Uno se iba en apenas unos días al Tour mientras que el otro tenía en su calendario el Tour de Qinghai Lake, en China. El mundo era injusto. Y así se lo expuse a mi compañero Enrique.

      Cuando se lo comenté, le pillé metiendo la medalla de bronce en la maleta. No me hizo caso. Seguía ordenando la ropa mientras yo daba argumentos sobre la injusticia, las dos varas de medir, la suerte en la vida de estar en el momento y lugar equivocados… Enrique comprendió que no me iba a callar fácilmente, así que cerró la maleta, se sentó sobre la cama, me miró a los ojos y me dio una lección.

      —No tienes arreglo, amigo. Abre bien las orejas.

      —Dispara —contesté sabedor de que la confianza entre ambos había crecido con el paso de los meses.

      —La Operación Puerto ha sido como un incendio que arrasa una sierra entera. Los árboles, los animales… todo es calcinado. Pero en mitad de esa destrucción, ves una zona que ha quedado intacta. Tal vez sea porque el hombre construyó un cortafuegos, quizás sea porque el viento cambió de dirección o puede que fuera porque un avión lanzó un cargamento de agua en el momento adecuado. No lo sé. Pero ese trocito no se ha quemado. Y ya está, se disfruta y no se piensa más. Es la vida.

      —Así que a Sevilla lo matamos y a Valverde lo convertimos en héroe.

      —Olvídate de Valverde. Vamos a ver… —siguió Enrique antes de frenar su explicación, lanzar un fuerte soplido y mirarme con aire resignado—. Sevilla ha sido calcinado por la Operación Puerto. Y eso no tiene remedio. Por mucha agua que eches, está calcinado. Jamás volverá a correr en Europa. Lo intentó con Relax, pero las grandes vueltas no le quieren. Necesitan otra imagen y otros nombres. Sevilla jamás volverá a correr un Tour o una Vuelta. Eso es así. ¿Vivimos un deporte hipócrita? Sí. Pero ellos han cometido un error, les han cazado y ahora deben reconocerlo públicamente y pagarlo. Los abogados les dicen que no lo hagan, que callen, que intenten seguir corriendo… y así siguen metidos en el mismo círculo y pagando facturas abultadas a esos letrados. Se están equivocando. Pero no es mi decisión. No hay más. Déjalo correr y disfruta.

      —Pero… —empecé a argumentar.

      —No me mentes a Valverde. Piensa en mí. O, mejor todavía, piensa en ti. He visto tus resultados en Portugal. ¿Te crees que me chupo el dedo? ¿Me vas a decir que ibas a pan y agua? No me toques los cojones. Antes de señalar a otro, mírate en el espejo. Nos hemos salvado porque no trabajábamos con Eufe, pero hacíamos lo mismo. ¿Somos mejores que el resto? Piénsalo bien antes de contestar. Es verdad, otros se salvaron porque trabajaban con el canario, pero al policía o al político de turno le vino bien poner un límite a la destrucción o, incluso más sencillo, ni siquiera tuvo tiempo o ganas de investigar todos los nombres. Piensa lo que quieras. Da igual. La vida no va a cambiar. Unas partes del monte se quemaron y otras, no. Ahora toca pasar página.

      —No hay ni buenos ni malos —dije a modo de conclusión.

      —Hemos tenido más y menos locos, pero jamás diría que teníamos buenos y malos. Ahora es diferente. En Gigaset, al menos, queremos cambiar y otros también están por la labor. No sé si somos mayoría. Pero somos muchos, aunque me siga poniendo de los nervios por culpa de los cabrones que se resisten. Volviendo a lo que me decías: por supuesto que también me jode ver la cara de Sevilla, pero no hay nada que podamos hacer. Y si vamos con una antorcha a quemar a Valverde porque su trocito de bosque no fue calcinado por la Operación Puerto, tampoco salvaremos a Sevilla. Lo quemado… quemado está. Además, recuerda que la historia de Valverde aún no ha acabado. La UCI le perseguirá hasta el fin de los días. Y, sobre todo, sé sincero contigo mismo. Yo no me siento con la autoridad moral para encabezar una lucha contra los que no salieron calcinados. ¿Lo vas a hacer tú? Estoy seguro de que tampoco puedes. ¿O no ha habido un Eufemiano Fuentes en tu vida?

      En ese momento me acordé del doctor Luis Alcázar, del que hacía mucho tiempo que no sabía nada, pero quien me había ayudado a organizar todo un sistema de dopaje al más alto nivel. No pude contestarle a Enrique. Me había cerrado la boca.

       CAPÍTULO IX

      El inicio del Tour de Francia de 2008 fue fijado en Finisterre. Más concretamente, la primera etapa tenía como salida Brest, localidad de indudable aroma marítimo y militar. Me había pasado semanas buceando en internet para anticipar lo que iba a vivir en la Grand Départ. Pero pronto entendí que nada de lo que había imaginado me iba a servir como preparación mental. Para empezar, el viaje me demostró que en el ciclismo hay dos tipos de carreras: el Tour y las demás.

      El equipo organizó el desplazamiento a Brest desde el aeropuerto de Barajas, por lo que comenzamos la carrera con un viaje a la capital para quedarnos a dormir una noche en el Hostal Torrejón, el hotel que usamos todos los ciclistas españoles cada vez que tenemos que tomar un vuelo desde la capital. Allí aprovechamos uno de los reservados de la zona del restaurante para mantener una charla privada. José Luis nos lo había pedido y eso que no era nada partidario de reuniones colectivas. Le gustaba más el trato individual. Esa noche, sin embargo, se le veía tenso y con ganas de hablar. Algo estaba rumiando y necesitaba transmitirlo.

      —Sé que no es un momento fácil. Todos estamos nerviosos, pero necesito que nadie pierda el norte. El organizador, Christian Prudhomme, ha dicho que vamos a vivir el Tour más limpio de la historia. Yo lo veo de otra forma. Creo que comenzamos el Tour más complicado. Os he escogido por un motivo: confío en vosotros y si alguno no está listo, tenemos tiempo para cambiarlo hoy mismo y traer a un reserva. Y no hablo de nivel deportivo. No me importa. Lo único que os pido es que nadie meta la pata. He hablado con los dueños de Gigaset y os lo voy a explicar bien para que lo entendáis.

      José Luis interrumpió el discurso, se sirvió un generoso trago de agua y bebió. Se notaba que no se sentía cómodo.

      —El gerente de Gigaset me ha dicho que si hay un positivo, corta el patrocinio. El equipo está apoyado por la marca desde España. El resto de distribuidores de Gigaset en Europa respetan la decisión y colaboran. Pero, en el fondo, no les importaría acabar con todo y tener más dinero para lanzar sus planes nacionales. Por eso le debemos todo a la filial de España. Y ellos me insisten en que entienda el concepto y os lo transmita: les da igual ser el peor equipo del Tour. Pero si ganamos diez etapas y hay un positivo, lo dejan. Es una cuestión de reputación. Nadie quiere que les identifiquen como financiadores de drogadictos. Confío en vosotros, en cada uno de los nueve. Y confío en el médico,


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