Amar a la bestia. Nohelia Alfonso

Amar a la bestia - Nohelia Alfonso


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¿no? —divagué con la vista perdida.

      Por eso mismo, sí. Te autobautizaste así a los diecisiete. Fue cuando aprendimos la verdad, como dice la canción: nunca seríamos las reinas del instituto. Tampoco es que tú quisieras serlo, preferías pasar desapercibida, no como Melisa. Por aquel entonces pretendíamos ser distintas, no queríamos ser unas aspirantes más a cuerpo diez y cabeza cero, y tú habías descubierto a los Rammstein. Luego leíste Los amores lunáticos, de Lorenzo Silva, donde había una chica que tampoco era la reina del instituto, pero enamoraba al protagonista —un chico también distinto— con su melena negra y su piercing en el labio, y llegamos a la conclusión de que el nombre te quedaba como un guante: Dolor de corazón. Yo te consideraba una sufridora, pero aquel nombre era como una bandera para ti, te llenaba de orgullo, no de autocompasión. La contundencia del alemán le restaba lo hortera y lo cursi y le sumaba la crudeza con la que tú lo sentías, grabado a fuego. A los diecisiete cambiaste, renaciste de tus cenizas, y eso era lo que para ti significaba Herzeleid, un «he sobrevivido», un «he perdido la inocencia», un «he sangrado, pero yo sola me he cauterizado la herida», un «cuidado con la rosa, pincha».

      Suspiré.

      —Pero como por fuera seguías pareciendo tan dulce y tierna como una magdalena empapadita en leche —siguió—, decidiste espinarte con el piercing del personaje de Silva y otros que vendrían luego. Y diez años después, sigo llamándote por ese nombre y soy de las pocas personas que saben qué significa.

      Qué impotencia. No recordaba absolutamente nada de eso, pero sí la letra de la canción de Rammstein:

      Bewahret einander vor Herzeleid

      denn kurz ist die Zeit die ihr beisammen seid.

      Denn wenn euch auch viele Jahre vereinen einst werden sie wie

      Minuten euch scheinen.

      Herzeleid.

      —Creo que en ese momento fue cuando te enamoraste de la bestia, como tú solías decir —continuó mientras yo la observaba con los ojos como platos—. Cuando te enganchaste al amor doloroso, cuando aceptaste que era así. Aquel amor era enfermizo y dañino y te devoraba por dentro como una piraña.

      Es curioso cómo el daño puede ser adictivo y reconfortante; como esas heridas en las encías que uno no puede dejar de rozar con la lengua a pesar del escozor.

      —Adán se convirtió en una droga para ti, te corroía las entrañas, pero el síndrome de abstinencia era peor. Aquella falta de aire te hacía sentir más viva que nunca, como si la verdadera felicidad no consistiera en alcanzar el placer, sino en descansar del dolor. Por eso te volvías loca de dicha cuando él se dignaba apenas a mirarte, cuando el monstruo reparaba en la devastación que había causado a su alrededor y te daba un día de tregua. Períodos de luna de miel, como los llaman en psicología criminal. Parece que todo lo demás ha merecido la pena. Y lo obvias, lo olvidas, y te quedas solo con lo dulce, lo idílico, que muchas veces está cubierto de maquillaje. Lo que no borra el maquillaje son las cicatrices. Y te convertiste en un ser decrépito, mendiga de cariño, dependiente hasta la náusea.

      Dios mío… ¿De verdad había sido así?

      —Llegaste a convencerte de que preferías sufrir si eso suponía seguir a su lado, de que el sufrimiento sería mayor sin él. Preferías tropezar con su desprecio que hacer el esfuerzo sobrehumano de esquivar sus patadas y alejarte. Estabas dispuesta a recibir puñaladas antes que no tenerle, a soportar el sufrimiento de su despotismo antes que el de su pérdida.

      Qué poquito nos queremos a veces… Y es cuando el monstruo gana la partida.

      —Yo creo que te perdiste en la atracción sexual, tan poderosa que, a veces, es muy difícil distinguirla del amor. El misterio que envolvía a Adán era realmente magnético. Un niño bien que bajo su camisa blanca ocultaba tatuajes carcelarios. Pianista de élite, capaz de sublimarte con Tchaikovski y de interpretar a escondidas melodías de metal gótico. Lo expulsaron del conservatorio por tocar delante de un auditorio de más de dos mil personas una balada satánica en lugar de un arreglo de Beethoven. Un rebelde sin causa, un espíritu errante. Te sorbía la esencia, consumía tu energía. Sin alma ya solo eras carne y, como es lo único que quería de ti, cada instante te parecía el cielo. Estabas tan borracha de deseo que se lo entregabas todo, ya sin fuerzas, convencida de que ese era tu premio, de que obtenías algo valioso a cambio. Mentira. Acababas de firmar tu sentencia y de colocarte tú solita los grilletes, Mica.

      La escuché hablar, como ausente. No me miraba, y sus ojos se llenaron de un brillo acuoso. Lo está pasando peor que yo con todo esto.

      —Yo solía rezar para que fuera él quien te dejara, ya que a ti te resultaba imposible, antes de que tus huesos secos cedieran al abuso de la crueldad y se partieran. No podías más con el peso de aquella relación, pero la adicción era más fuerte. Intentabas desintoxicarte y él siempre te hacía recaer, una y otra y otra vez, hasta que logró que te odiaras a ti misma. Estabas anulada, y lo peor era que él lo sabía y lo disfrutaba: era un psicópata. Entonces no sabías el maltrato psicológico al que te sometía, ni lo mucho que eso te marcaría de por vida. Y cantabas canciones de Rammstein y pensabas que la única forma de evitar el dolor era protegerse de estar juntos, era no amar a nadie.

      —Te lo hice pasar mal, ¿eh? —Traté de romper el silencio que nos caía encima como una lluvia muy fría.

      —Fue un calvario para los que te queríamos, Mica —explicó—. Pero nadie lo pasó peor que tú. ¿Entiendes ahora por qué tu hermana y yo tratamos de evitarte todo esto? Si hubieras podido escoger antes del accidente, te habrías sometido a un borrado de memoria voluntario, créeme. Creo que solo así habrías podido empezar de cero. No es que yo deseara esto, bien lo sabe el cielo, pero… ya que ha ocurrido, aprovéchalo. Porque temo que, si lo recuerdas, caigas otra vez en sus garras. No lo busques, Mica. Prométeme que no lo buscarás.

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