Jardines comunitarios y populares. Analía Paola García

Jardines comunitarios y populares - Analía Paola García


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de disciplinamiento de los cuerpos y de las conciencias, denunciado en su libro Vigilar y castigar (1975) el dispositivo carcelario, del cual hace una minuciosa descripción, y estableciendo un paralelismo con los mecanismos escolares. Émile Durkheim (1975) consideró la infancia como un fenómeno “presocial” y planteó la necesidad de una pedagogía moral que educara la supuesta naturaleza “salvaje” del sujeto infantil. Julia Varela y Fernando Álvarez-Uría (1991) sostienen que la escolarización fue una “maquinaria de gobierno de la infancia” que, a partir de la obligatoriedad, produjo la definición de un estatuto, la construcción de un espacio específico, la aparición de un cuerpo de especialistas y la destrucción de otros modos de educación. La asistencia diaria y obligatoria gestó y consolidó los discursos sobre la “protección, represión, socialización y educación”.

      La historia de la educación y de la pedagogía está atravesada por la tesis “acerca del niño”. Dichas disciplinas consolidan las ideas acerca de que los infantes tienen necesidades e intereses diferentes de los de los adultos, y que deben ser protegidos. Jean-Jacques Rousseau reforzó en el siglo XVIII el mito de la inocencia infantil, la cual habilitó el cuestionamiento a los castigos físicos y simbólicos, instalando la idea de respeto y cuidado. En 1762 escribe el Emilio, en el que desarrolla cómo educar a los sujetos para que no pierdan su “bondad natural y se transformen en ciudadanos” en un mundo complejo y corrupto. El filósofo suizo discrepa con las posiciones eclesiásticas y con la pedagogía jesuítica, que partían de la concepción de la existencia del pecado original. La tesis acerca de la maldad nos remite a la criminología del siglo XIX –que establece la tendencia del niño al delito– y a la pedagogía positivista, que iguala su naturaleza a la de los salvajes de las denominadas “sociedades primitivas”.

      3.1. Representaciones hegemónicas occidentales

      Andrea Szulc (2004) afirma que las representaciones hegemónicas occidentales actuales se corresponden con pensar a los niños como un grupo social carente de conocimientos, de autonomía, de madurez sexual, de responsabilidad y de conciencia de sus acciones; siendo los adultos los encargados de transmitir, educarlos y socializarlos. Desde diversas disciplinas se fue configurando y reafirmando dicha representación.

      Las ideas de Durkheim (1975) influyeron en los estudios sobre los procesos de socialización que ocurren dentro de las familias (heterosexuales y nucleares), es decir, en el proceso de adquisición por parte de los niños de las pautas y los roles sociales. Según Talcott Parsons (1976) es la familia el primer y privilegiado espacio donde se realiza la socialización infantil, en complementariedad con otras agencias como la escuela y el grupo de iguales, quienes llevan a cabo la socialización secundaria. En la teoría funcionalista de Parsons, los niños son vistos como receptores pasivos de los contenidos que la sociedad considera necesarios para que una persona se convierta en adulta. La socialización sería uno de los mecanismos que garantizan la continuidad del orden social.

      Por otro lado, la psicología genética reforzó el modelo evolutivo, estableciendo estadios estandarizados, graduales y homogéneos de desarrollo. El uso de la teoría constructivista en el ámbito educativo fue un fundamento para clasificar y rotular el desarrollo de los niños. Para Jean Piaget, el desarrollo psicosocial se subordina al desarrollo espontáneo y psicológico. Los estudios de Sigmund Freud (1998), Erik Erikson (1973) y Jean Piaget (1980) han tenido una gran influencia en la visión funcionalista de la infancia, en la cual se reduce la complejidad de este fenómeno social solo como un período de desarrollo biológico y una etapa de socialización. La niñez aparece así como un momento en el cual se conectan la dimensión individual y la social de un individuo, cuando se aprenden las normas morales, se internalizan los roles sociales y se desarrollan las habilidades cognitivas.

      3.2. Aportes de la sociología de la niñez y de los estudios contemporáneos con y sobre las infancias

      La mirada occidentalizada puso “al niño” en condición de menor, pasivo, imposibilitado de comprender algunos de sus actos, y sin capacidad de agencia social. Según Andrea Szulc (2015), esto podría explicar, en parte, la relativa escasez de trabajos antropológicos y su registro etnográfico. Alma Gottlieb (2000) sostiene que la vacancia se acentúa más aún cuando se trata de trabajos con bebés, en cuanto se duda de su capacidad de informantes, por la ausencia de lenguaje, su supuesta irracionalidad y dependencia de los adultos.

      Carolina Remorini (2013: 823) sostiene:

      La primera infancia, los infantes y sus interacciones sociales han ocupado un lugar subsidiario y hasta implícito en las descripciones etnográficas sobre sociedades “tradicionales”. Ellos están de alguna manera presentes en las etnografías clásicas cuando se habla de maternidad, de organización familiar, del parentesco, de ciclo vital o de la división genérica del trabajo, si bien es preciso reconocer que muy pocos estudios etnográficos han tomado como objeto de descripción y análisis la conducta infantil o la vida cotidiana de los infantes.

      Franz Boas (2008) es uno de los primeros antropólogos en mencionar en un texto de 1912 el concepto de naturaleza infantil, el cual fue asociado a “riesgos, fragilidad” y, por ende, centró su atención en los cuidados y las necesidades específicas. Boas fue pionero en sostener, frente a la idea de la fijeza de los tipos raciales, que desarrollo y el crecimiento están afectados por factores sociales y geográficos, los que pueden alterar los patrones preestablecidos genéticamente. Asimismo, manifestó que el desarrollo del cerebro en los humanos supone un tiempo más prolongado y, por lo tanto, es absolutamente sensible al contexto ambiental.

      Margaret Mead (1993) y Ruth Benedict (citada por Remorini, 2013) discutieron las relaciones entre los sujetos y la cultura en diversos contextos socioculturales. Szulc (2015) sostiene que Mead es quien ha posibilitado romper con la mirada petrificada y universal acerca de la niñez y adolescencia. Los trabajos en Samoa abrieron la posibilidad de pensar lo biológico y social de forma indisociable, mostrando el modo en que las transformaciones corporales y biológicas son afectadas y modificadas por el entorno, lo cultural, lo económico.

      Desde la década de 1980 algunos enfoques sociológicos intentan cuestionar la supuesta universalidad del desarrollo biológico infantil y visibilizan las condiciones sociales que inciden y determinan dicho proceso. La antropología retoma algunos aportes de lo que en Gran Bretaña se llamó “la nueva sociología de la niñez” (James y Prout, 1990; Jenks 1996), para pensar otras maneras de acercarse a la infancia en el trabajo etnográfico. Las citadas obras de Chris Jenks y Allison James y Alan Prout se consideran fundacionales en la visión sociológica de la infancia, en cuanto la definen como una construcción social. En Constructing and Reconstructing Childhood, James y Prout desarrollan ejes que permiten tensionar y poner en duda las representaciones occidentalizadas:

      1 La infancia es comprendida como una construcción social. Se reconoce su carácter natural (biológico), pero integrado en un contexto social y cultural que modifica los modos de pensarlas y transitarlas.

      2 La infancia es una categoría de análisis social que debe ser indagada en las tramas y relaciones sociales en las que se inscribe.

      3 Las relaciones sociales de los niños son valiosas para estudiarlas por sí mismas, independientemente de la perspectiva adulta.

      4 Los niños son y deben ser vistos como agentes; es decir, como actores sociales activos que participan en la construcción y determinación de sus decisiones, de su entorno y de las sociedades en las que viven.

      5 La etnografía es un método fértil para el estudio de la infancia, porque permite considerar la voz infantil en la producción de los datos.

      6 La infancia es un fenómeno en relación con la doble hermenéutica de las ciencias sociales actuales. Un nuevo paradigma sociológico sobre la infancia da cuenta de la reconstrucción social y política de la infancia en nuestras sociedades.

      Este aporte de la sociología de la infancia a la antropología posibilita discutir aspectos metodológicos del enfoque etnográfico, en cuanto se considera a los niños como interlocutores válidos, capaces de expresarnos sus “puntos de vista” independientes


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