ORCAS Supremacía en el mar. Orcaman
respeto y amistad. Mi agradecimiento a Aline Alexandre quien se ofreció desinteresadamente a traducir el libro al idioma portugués. Aline trabajó como guardaparque auxiliar en el Área Natural Protegida el Doradillo, donde me desempeño como guardaparque. Pude comprobar su gran compromiso y preocupación por la protección de la naturaleza y conoce y comparte mi pensamiento sobre la necesidad de educar para preservar. Ella vive en Brasil y su traducción del libro facilita llegar a otros lectores, con otras problemáticas ambientales que incluyen las orcas.
A los amigos e increíbles fotógrafos Jorge Cazenave, Alexis Garay y al siempre recordado Alberto Patrian, quien desde el inicio de mis investigaciones puso a mi disposición sus fotos, algunas ilustran este libro desde su primera edición. La colaboración de ellos, me permite contar con imágenes que de otra manera sería muy difícil obtener. A la amiga y gran artista visual Alejandra De Falco por su hermosa pintura de orca que ilustra el primer capítulo.
Mi especial agradecimiento a mi esposa Patricia Blanco por su paciencia al leer y releer el manuscrito. Sus sugerencias, y en ocasiones emotivas lágrimas al leer algunos capítulos me brindaban la tranquilidad de que iba por el camino correcto.
A los lectores de la 1° edición, quienes se tomaron el trabajo de comunicarse con la editorial Sudamericana para solicitar mi anterior mail dado que olvidé incluirlo en la primer edición y me enviaron cientos de e-mail, con sus comentarios plenos de sentimientos hacia las orcas y queriendo hacerme conocer que mientras leían sentían que estaban a mi lado observando orcas, sintiendo el viento, el sonido del mar, el chillar de las gaviotas o el soplido de las ballenas. A ellos y a ustedes que tienen en sus manos la II° edición, les digo ¡MUCHAS GRACIAS!
Por último a los guardafaunas y guardaparques que compartieron y comparten conmigo la interminable lucha que significa conservar las áreas naturales protegidas. A los que dieron su vida por esta tarea ¡mi más profundo homenaje!
Juan Carlos López -orcaman-
Director
Proyecto Orca Patagonia-Antártida
E-mail: [email protected]
1
EL CAMINO DE MIS SUEÑOS
Si hay un deseo, hay un camino
Dicho Wasili
Miro a Buenos Aires y veo una ciudad atestada de gente que se desplaza según el ritmo del reloj: sus pasos apresurados marcan el tiempo a utilizar. Cada individuo reserva para sí sus inquietudes, sus miedos y sus preocupaciones. Cada individuo lucha minuto a minuto y segundo a segundo por mantener su territorio dentro de la febril actividad que se desarrolla en ese centro partido por una arteria vigorosa: la Avenida 9 de Julio.
Desde la ventana del departamento que alquilo en un cuarto piso de Carlos Pellegrini al 900, soy un simple observador de esa colonia humana a la cual pertenezco. Me maravillo por la habilidad que demuestran para evitar los enfrentamientos: las reglas de educación y moral, o el mero sentido de la supervivencia, hacen que muchos conflictos se apaguen en miradas fulminantes, insultos entrecortados, gritos o empujones. Esos rituales son intentos, a veces no premeditados, de eludir la pelea y el consiguiente daño físico.
Frente a los seres humanos se desplazan imponentes y veloces predadores mecánicos: un mínimo error significaría ser arrollado. Si eso sucediese, cientos de otros automóviles seguirían circulando sin que sus conductores se preocuparan por lo ocurrido, más allá de una mirada curiosa que serviría como anécdota para mencionar al fin del día.
Los jóvenes machos interrumpen el descanso de los dominantes que cuidan el harén con sus numerosas hembras. Ellas se mueven suavemente para acomodarse sobre el redondeado pedregullo de la playa, hasta que lo adaptan a las formas de sus cuerpos. Así intentan regular la alta temperatura del mes de marzo que apenas apacigua un poco la brisa marina.
Desde mi ventana puedo observar a las madres que cuidan el torpe e inexperto andar de sus pequeños; al mismo tiempo, a ellas las cuidan sus parejas, hombres que, como al pasar, miran el desplazamiento de algunas jóvenes señoritas de encanto inquietante, o señoras que lucen la madura elegancia de la mujer argentina.
En el mar, los predadores naturales avanzan dentro de su territorio de alimentación. No nadan tranquilamente como cuando realizan actividades de juego, patrullaje o descanso: buscan su alimento en una coordinada formación estratégica que les permite aprovechar el descuido de las madres y la inexperiencia de los cachorros. Y atacar.
Los machos miran, indolentes e inmóviles en el territorio que obtuvieron en la playa. Sólo se preocupan por controlar que las hembras de su harén se mantengan en su lugar.
Desde mi punto de observación ubicado en el inicio de una suave pendiente en la ancha playa de Punta Norte, Península Valdés, a unos cincuenta metros de la colonia de reproducción de lobos marinos– puedo ver cómo algunos cachorros miran la poderosa aleta dorsal de la orca que se acerca lentamente. Mientras surge del agua, semejante al periscopio de un submarino, la lobería desarrolla su normal actividad de descanso, peleas territoriales, nacimientos y copulaciones. Sólo algunos ejemplares más cercanos al mar miran por algunos instantes el andar de las orcas que se aproximan a la costa.
El gran macho B3 (Bernardo) nada lentamente: desplaza su cuerpo de aproximadamente siete metros y varias toneladas y deja ver su ancha y alta aleta dorsal que corta la superficie del mar. Con un violento movimiento de su aleta caudal, se lanza hacia un grupo de quince cachorros de lobos que juegan en el agua, a sólo un metro de la costa. Dos hembras que nadan junto a ellos les advierten rápidamente del peligro.
Una madre llama a su pequeño hijo para indicarle que no debe abandonar la seguridad de la vereda o plaza. Le señala el peligro que representan los conductores de automóviles quienes, al recibir la luminosa señal verde del semáforo –muchas veces, antes– se lanzan a gran velocidad. Algunas madres, despreocupadas de las actividades de sus hijos, hablan entre sí o simplemente están ausentes. Sigo observando desde mi ventana y me pregunto cuánta presión contenida acumulan las personas que intentan ganarle al tiempo.
Puedo sentir el infaltable viento patagónico que roza mi cuerpo mientras soy testigo una vez más de un movimiento en el tablero de la selección natural. Bernardo nada vigorosamente y embiste casi de frente a los cachorros. Algunos no advirtieron el aviso de las hembras; otros no pudieron evaluar a tiempo el peligro por su inexperiencia. Los (quizá) más aptos salen rápidamente del mar, en una suerte de galope hacia la colonia. Al mover con fuerza su cuerpo varado, Bernardo hace estallar el agua a su alrededor: confundiendo aún más a los cachorros y con un rápido movimiento lateral de cabeza captura a uno, al que mantiene firmemente entre sus dientes fuertes y cónicos.
Luego de la captura –y mientras el resto de los catorce cachorros se unen a la colonia y ponen distancia con la zona de acción–, Bernardo efectúa bruscos balanceos dorso ventral que le permiten girar hacia el mar. Allí nada hasta encontrarse con su hermano Mel (B5), con quien compartirá el alimento.
Luego del alejamiento de las dos orcas, permanezco algunas horas en mi puesto de observación. Los lobos marinos retornan a sus actividades: algunos ingresan al mar para alimentarse, otros para disfrutar de su temperatura, otros para jugar entre las restingas y las algas.
La brisa marina rodea mi cuerpo con un frío abrazo mientras la luna va dibujando sobre la superficie del mar una vigorosa arteria plateada que palpita aunque no tiene autos, semáforos o gente apurada. En este escenario rigen aún las normas naturales de la vida y la muerte, que me dan un lugar: el del observador que decidió cerrar una ventana de un cuarto piso para adoptar las playas de la Patagonia como forma de vida y a las orcas como compañeras de trabajo.
Hoy puedo decir