ORCAS Supremacía en el mar. Orcaman

ORCAS Supremacía en el mar - Orcaman


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me propuso que viajara a Madryn para colaborar en una ilusión que se transformó en la primera empresa argentina para el traslado de turistas al fondo del mar. Hoy esa actividad se denomina bautismo submarino y tiene un gran desarrollo.

      En cuanto el Jockey Club aceptó mi pedido de licencia sin goce de sueldo, cambié el vidrio protector por el cual veía y atendía a los socios por el visor de mi máscara de buceo.

      Al lado de la sección ventas de la fábrica Cressi-Sub, en Puerto Madryn, se habilitó un sector, no muy confortable, donde recibíamos a los futuros aspirantes al bautismo submarino. Armábamos grupos de cuatro o cinco turistas con ninguna o poca experiencia en buceo o en natación y los poníamos a cargo de un instructor, generalmente buzo profesional, que les daba lecciones teóricas y los guiaba en una inmersión conjunta en el muelle Luis Piedra Buena (conocido como el Muelle Viejo) hasta una profundidad de entre tres y ocho metros, según las condiciones de las mareas. Esta actividad requería una buena preparación física y mental, además del espíritu de aventura, que en mi caso reemplazaba la falta de experiencia como instructor de buceo.

      Al comienzo acompañaba a Enrique Dames –un buzo experimentado, de gran habilidad didáctica, tal vez debida a su trabajo de maestro primario– en calidad de observador. Pero al tercer día de acompañarlo, sorpresivamente, me presentó como uno de los guías instructores y dividió en dos al grupo que tenía a su cargo. Sin opción, hice mi primera experiencia como guía instructor de buceo. No sólo fue exitosa, sino providencial: si Enrique no hubiera tomado esa decisión, yo habría dejado pasar buena parte de la temporada de verano antes de solicitar un grupo para guiar.

      La experiencia no sólo fue positiva para la empresa (los bautismos submarinos se convirtieron en un boom turístico): para mí significó una posibilidad de trabajo futuro y me permitió conocer a buceadores por quienes guardo un gran respeto y admiración, como Mariano Malevo Medina, Peke Sosa, Carlos Loco Beloso, Jorge Pérez Serra, Nelson Dames, Cacho Comes, Néstor More, Pancho Sanabra y tantos otros que me acercaron a las orcas y los tiburones, temas habituales cuando charlan los buzos.

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       ORCAS ENTRE EL MITOS Y LA REALIDAD

       “El arte la literatura y el mito, son los elemento

       por medio de los cuales conseguimos que se escuche”

       Dr.Ph Roger Payne

      Las orcas atraparon tanto mi atención que empecé a buscar información con enorme ansiedad. Al principio, la diferencia de criterios en los relatos de observaciones y/o ataques de orcas a humanos resultaba muy confusa. Por lo general, los ataques se perdían en el tiempo (“me lo contó hace muchos años un amigo de un tipo conocido, a quien a su vez se lo había comentado un amigo cuyo padre escuchó la historia de un marino o un buzo”) o en imprecisiones por el estilo. En conjunto, daba la impresión de un gran rompecabezas al que siempre le faltaban piezas.

      Con el deseo de solucionar el problema, de vuelta en Buenos Aires me dediqué a buscar bibliografía sobre el tema. Y encontré un problema adicional: el material disponible era escaso. También mi tiempo se volvió escaso: en el segundo semestre de 1972, Pino Nicoletti y Jorge Pérez Serra me citaron en La Casa del Buceador para invitarme a tomar las riendas de la empresa Turismo Submarino pronta a inaugurarse en Puerto Madryn. Acepté la propuesta sin pensarlo dos veces.

      En la década del ’70 y en una ciudad patagónica aislada de los grandes centros culturales, conseguir información científica sobre orcas era una utopía. Cambié mi rumbo y traté de acceder al mayor número de publicaciones relacionadas con el buceo, la pesca y la náutica. Como no podía ser de otra manera, comencé con el clásico El mar viviente, de Jacques Yves Cousteau. Allí, luego de un fascinante relato de la actividad de orcas en la captura de ballenas, se lee: “Para mí, las orcas no son más que delfines más grandes y más bellos. El macho puede alcanzar una longitud de 7,5 metros y posee poderosas mandíbulas provistas de grandes dientes, con los que podría hacer pedazos a un hombre, aunque no se sabe que lo haya hecho nunca. Varios buceadores marroquíes dignos de confianza que se encontraron en presencia de espolartes –así llamaban a las orcas–, informan que se acercaron a ellos para nadar un rato a su alrededor. Cuando saciaron su curiosidad, se alejaron como hubieran hecho los delfines corrientes”.

      Con la opinión opuesta, Alberto Vázquez-Figueroa sostiene en su libro Viaje al fin del mundo: Galápagos: “La orca, la asesina de ballenas, la devoradora de focas. El monstruo más sanguinario y terrible de los mares, capaz de atacar las barcas de pesca, hacerlas volcar y después tragarse de un sólo bocado a sus ocupantes”. A esa línea adhiere Ángel Cabrera, quien escribió en el apartado Mamíferos sudamericanos de su Historia natural: “Todos los autores que han tenido oportunidad de estudiar de cerca las costumbres de la orca están de acuerdo en confirmar la fama de animal feroz que le dieron los antiguos. Es un cetáceo sanguinario como ningún otro, y el único que se alimenta normalmente de vertebrados de sangre caliente (...) Dada su voracidad, la orca es uno de los animales marinos más dañinos”.

      Los primeros textos que mencionan a las orcas presentaban ese sesgo. Durante el Imperio Romano, en el año 50, Plinio el Viejo observó el sacrificio público de una orca varada en el puerto de Ostia, cerca de Roma, y describió al animal como “una enorme masa de carne armada de salvajes dientes; enemigo de otras ballenas, las carga y las penetra como barcos de guerra”. En la Edad Media, a mediados del siglo XII, el Speculum Regale dice: “Tienen dientes iguales a los de los perros, y son tan agresivas con los demás cetáceos como los perros lo son con los restantes animales terrestres. Las orcas, pues, se agrupan y atacan a grandes ballenas. Y cada vez que se encuentran con una ballena solitaria, la acosan a mordiscos hasta que muere por esta causa, aún cuando, antes de morir, la ballena puede matar a un gran número de atacantes con su poderoso soplido”.

      Esa mirada sobre las orcas ha mantenido su hegemonía. Dice Fred M. Roberts en Bases del SCUBA (La Biblia del buzo deportista): “Las orcas han tomado el nombre de ballenas asesinas por su rudeza y ferocidad para atacar cualquier cosa que nada. Se ha sabido que salen de abajo de los témpanos de hielo y golpean a las focas y a las personas tirándolas al agua; se encuentran en todos los océanos y mares tanto tropicales como polares. Lo único por hacer cuando aparezca una ballena asesina es salirse del agua inmediatamente”.

      El U.S. Navy Diving Manual (manual de buceo de la Armada de los Estados Unidos de Norteamérica) dice: “La ballenas asesinas...son extremadamente feroces. Tienen poderosas mandíbulas de dientes afilados y alcanzan grandes pesos y velocidades. Atacan sin vacilar todo lo que encuentren. Si son avistadas orcas todo el personal debería salir del agua inmediatamente.

      Otras publicaciones difundidas e importantes también describen a las orcas como asesinas: el Manual del buceador moderno, de Owen Lee (en su momento, el libro más leído por los que eligieron la actividad); Zoogeografía de los mares antárticos, de Rogelio B. López; Tiburones, de Juan Martín de Yaniz; el folleto Antártida Argentina, de la Dirección Nacional del Antártico.

      Apenas Whales and Dolphins (Ballenas y delfines), del investigador Everhard J. Slijper, propone algo distinto: “Es dudoso que una orca haya matado a un ser humano”. Pero la opinión generalizada está más cerca del relato de los expedicionarios de Shackleton a la Antártida, cuando los veintiocho hombres que perdieron el Endurance triturado por el hielo trataban de alcanzar la Isla Elefante a bordo de tres botes: “Del oscuro mar, con exhalaciones explosivas y rítmicas, ballenas asesinas de cuello blanco surgían junto a los botes y los evaluaban con sus pequeños e inteligentes ojos. Ernest Holness, quien había desafiado al Atlántico norte, se cubrió el rostro con las manos y lloró”.

      Mientras leía estas definiciones sobre las orcas, me llegó la historia del velero Lucette. El 15 de junio de 1972, mientras navegaba a unas 120 millas al S.O. de las Islas Galápagos, en el Pacífico Sur, tres integrantes de un grupo de orcas golpearon el casco de esta embarcación de trece metros de eslora, que se hundió en sólo cuatro minutos. Sus seis tripulantes permanecieron treinta y ocho días sobre un bote, hasta que los rescataron


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