La tierra de la traición. Arantxa Comes

La tierra de la traición - Arantxa Comes


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igual, saben que a mí cualquier cosa que enfade a la Arga me place. Pero, te lo advierto, estás en nuestra casa. Si no quieres escucharnos, si prefieres juzgarnos, tu madre y tú tenéis la puerta más que abierta para largaros de aquí.

      Eileen aprieta los labios, desde que Lior la resguardó en la carreta ha pasado una semana terrible. Explicarle la situación a su madre y decidir entre ambas que ya no podían residir en Honingal fue doloroso. Nadie que esté marcado por la Arga puede vivir con normalidad, y la familia Cohan lo está. También fue doloroso abandonar casi todas sus pertenencias, quemar las que podían dejar un rastro o vincularlas con un pasado que debe permanecer quieto, moribundo bajo el polvo de los recuerdos del mundo. Vesna Rois, una vieja amiga de Kenna Cohan, las ayudó a buscar un lugar seguro, pero Vala no lo era y quedaron pocas opciones. Eileen no esperaba que esa casa fuera la última de ellas.

      —¿Tus tíos conocen a Vesna Rois? ¿Conocen a mi madre?

      Los mellizos intercambian una mirada. Es rápida, casi imperceptible, aunque, por suerte, logran comunicarse todo lo que las palabras revelarían frente a una persona que todavía no ha demostrado ser de fiar.

      —Por la conversación que han mantenido, está claro que sí. —Lior asiente—. Micah y Raz nunca nos han hablado de ninguna, al menos, de manera personal.

      Eileen no pide permiso cuando despliega una silla y se sienta, entierra el rostro entre las manos y Lior y Garnet aprovechan para mirarse de nuevo, atrapados en ese silencio que grita demasiado. La melliza incluso gesticula ante el hartazgo del otro, sin embargo, la discusión termina con varios suspiros. Al fin y al cabo, ambos saben que incluso ellos habrían malinterpretado la situación que la chica vivió en aquel camino hacia Tawic, bajo la tela del carro que transportaba peces y un cadáver.

      —Cohan —musita Lior—, soy pescador. —La aludida por fin alza la cabeza, el ceño fruncido—. Paso mucho tiempo en el golfo de Brisea, justo donde la Isla debería estar ahora mismo. Un día… —Mira con cautela a Garnet, que asiente—. Un día vi un bulto sobre las olas. Créeme que eludo cada problema con el que me cruzo, aunque… aquel día decidí que no, que tal vez alguien se estaba ahogando. Me equivoqué. Ya estaba muerto y, aun así, su piel relucía con ese tono irisado…

      —Como el que los isleños poseían por su exposición a la argamea natural del entorno.

      —Exacto.

      —Pero eso quiere decir que esa persona… La argamea fluía únicamente en Brisea Isla, es la que permitía que se sumergiera y emergiera cada siete años. La que aislaba el terreno y hacía funcional su ecosistema entero debajo del agua , como una burbuja que recreaba la vida en el exterior. Nadie podía acceder a la isla móvil una vez hundida y solo se podía salir de ella con submarinos, porque, si atravesabas la bruma argámica, un anillo neblinoso que la delimitaba, aparecías en el fondo del mar. Puede que el isleño… decidiera acabar con su vida de esa manera, ¿no?

      —Si fuera así, ¿por qué iba vestido de buzo y con el símbolo de la resistencia isleña? —razona Garnet—. Esa milicia se disolvió tras la Guerra de las Ruinas y se prohibió mostrar su insignia en toda Brisea.

      —Quizá esté pasando algo malo allí donde la Isla se vuelve invisible para los de la superficie —resuelve Lior—. ¿Por qué otro motivo se reorganizarían?

      —Pero ¿isleños contra isleños?

      Las dudas incorporan a Eileen, que empieza a sentirse demasiado abrumada, y se acerca al congelador con pasos vacilantes, como si el suelo resbalara, como si le impidieran alcanzarlo.

      —Entonces, ¿el cuerpo está aquí?

      No hay vuelta atrás y los mellizos se aproximan también. Juntos y sin avisar, levantan la tapa y Eileen mira el interior. Entre bolsas que no contienen nada, más bien una capa que lo oculta, se intuye una cabellera escarchada y partes de ropa acartonadas por el frío. Puede que se lo esté imaginando, aunque Eileen cree ver ese brillo nacarado en la piel. Cierran con ímpetu, como si el cadáver hubiera abierto la boca y confirmado sus desesperanzadoras teorías.

      —¿Qué vais a hacer con él? ¿Vuestros tíos no lo han descubierto?

      —Bueno, es que…

      Más secretos. Eileen se cruza de brazos y espera. Ya que ha caído la primera máscara, ¿qué les impide deshacerse de alguna más? Sin embargo, cuanto más tardan en responder, más grave se torna la verdad tras las mentiras.

      —Funciona con una carga autónoma.

      —Como todo lo que no está en la Casa Ilustre o El Foco de Vala. Vamos, que deberíais ser ricos o influyentes para poder acceder a la red argámica, y Tawic no es el pueblo más boyante de Brisea, precisamente. ¿Qué pasa entonces?

      —Nada —contesta Garnet—, basta por hoy.

      Eileen no puede insistir, porque, de pronto, se escucha una voz entrecortada por una especie de interferencia y Garnet da un ligero respingo en el sitio. La melliza se aparta, si bien no lo suficiente como para que la otra chica no vea que está sacando lo que parece un comunicador inalámbrico.

      —Estás de broma —musita Eileen, bajo la atenta y atemorizada mirada de Lior.

      Garnet no se percata, se lleva al oído y luego a la boca una pequeña campana de color negro. Asiente. Habla. Asiente, y se rasca el inicio de la nuca rapada, gira sobre sus talones a tiempo de advertir el enfado de Lior y la sorpresa de Eileen.

      —¿Un comunicador inalámbrico? No existen. Eso es… alta tecnología. ¿Cómo? ¿Cómo es posible que funcione un aparato así? La argamea concentrada habría hecho estallar ya la diminuta carga que debe tener insertada. Oh… —Eileen se gira hacia el congelador—. ¿También funciona por separado del generador argámico de vuestra casa? Sí, estáis bañados en rurias… ¡No, esperad! ¿Traficáis? Madre mía, ¿dónde nos ha metido la señora Rois?

      —Tranquilízate… —le pide Garnet.

      —Es tu culpa. ¿Por qué no te has ido a hablar con Aster a otro lugar? —le reprocha Lior.

      —Porque es urgente y se habría puesto a dar voces si no llego a responder enseguida. ¿Quieres que los tíos se enteren de las cosas que fabricamos?

      —Ellos no saben ni la mitad de lo que tramáis… —Eileen se lleva otra vez las manos a la cara y se pasea a ciegas.

      —Cohan, por favor, no seas dramática, ese es el papel de Lior —bromea Garnet con total confianza.

      —¡Pues explícame por qué debería quedarme aquí callada en vez de huir de esta casa!

      —¿Recuerdas que antes te he dicho que me gusta todo lo que contraríe a la Arga? Pues los Ederle tenemos un don para ello y presentimos cuándo estamos cerca de un igual. Tú estás de nuestro lado, solo que aún no lo sabes.

      —¿Y en qué momento lo sabré?

      —Te pica la curiosidad —la provoca Garnet, casi un ronroneo, entretenida.

      —Garnet, para —interviene Lior al descubrir que Eileen tiene más paciencia que su hermana, aunque no tanta como él.

      —Si demuestras que eres digna de tal información, Eileen Cohan, y te quedas aquí el tiempo suficiente, lo averiguarás. Con todas las consecuencias.

      —¿Con todas las consecuencias?

      —Lior y yo nos tenemos que ir.

      —¿Me vais a dejar así?

      —Espero que Tawic te reciba con los brazos abiertos, Cohan. El pasatiempo favorito de este pueblo es nadar en las calas, pero, cuidado, que aguardan monstruos. —Y así finaliza la melliza una lucha de gigantes que casi se cobra los secretos mejor guardados de una familia entera.

      Fuera del sótano, delante de Micah, Raz y Kenna, los tres fingen que todo marcha a la perfección, que su primer contacto ha sido fruto de la tensión y el miedo. De momento, parece que Eileen no hablará. A Garnet le basta, a Lior le asusta.

      Sin


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