La tierra de la traición. Arantxa Comes
de dicha sede.
—¿Te preocupa algo?
Myllena siente en dos compases: el primero, bajo la piel, donde despierta el miedo y la ira por que hayan querido acabar con su vida; el segundo, de manera superficial, haciendo que sus ojos recorran la mesa llena de apuntes y libros, el alféizar donde reposan varias macetas y plantas, y terminen en la silla de ruedas de la experta mecánica.
—¿Te preocupo yo?
—¿Ha salido mal la operación?
La mirada entre ambas se dilata, remueve. Bega reconoce la ferocidad de Evie Lievori y la inteligencia de Vesna Rois en los ojos oscuros de Myllena; Myllena, en cambio, halla una seguridad que no la tranquiliza en Bega. Esa seguridad de que el mundo no se detiene, pese a que todos necesitan un descanso.
—¿Por la silla? —La mujer procede a cuentagotas, porque es experta en armar cualquier tipo de artefacto con maestría casi innata y también en indagar dentro de las emociones—. Chiquilla, los demás verán esto como una complicación, que ya no use mi bastón. Creerán que mi valía solo reside en las piernas…
No es un secreto que Bega Lystou está enferma, pero lo es su enfermedad.
—Infravaloran lo que se escapa de sus reducidas normas. —La experta acaricia las hojas de las plantas quietas ante la ventana, le gusta rodearse de vegetación, como si esa vida le devolviera la que el tiempo le va arrebatando.
—Yo jamás lo haría.
—Y por eso me caes tan bien. —Arranca el tallo de una planta que Myllena no reconoce y comparten una sonrisa.
La aprendiza regresa la mirada al manual de Mecánica Aplicada, entender y manejarse en todas las disciplinas es un deber del Experto Superior. Por eso, Myllena no estudia en la Universidad Central, sino en su hogar, la Casa Ilustre. Los expertos son sus profesores y ella, una alumna privilegiada por aprender directamente de quienes más saben sobre la argamea y el funcionamiento del país.
—¿Qué sucede con los últimos modelos de cargas autónomas?
—Que consiguen almacenar la argamea, pero en cantidades insuficientes, dado que es tan potente como inestable si se acumula en aparatos pequeños. Y no solo son ineficaces, la escasez de la argamea comienza a volverla exclusiva, por lo que las cargas se comercian a precios poco asequibles y no todo el mundo puede adquirirlas.
—Mercado, chiquilla, eso compete a las lecciones del experto financiero Kovatski. —Bega ni siquiera la mira, aunque Myllena ha reconocido una nota de contrariedad en ella—. Muy bien…
La mujer se humedece el pulgar y pasa una página del Diario Mecánico. Cada experto tiene uno, legados escritos desde la fundación de la Arga hace ciento setenta y seis años, donde recaban y analizan información relevante para la evolución del país, sobre todo, si guarda relación con la argamea.
—¿Qué deberíamos hacer entonces con las cargas autónomas?
—Averiguar el modo de que sean funcionales y accesibles. Que consigan contener grandes cantidades de argamea sin que, por ejemplo, esta se desestabilice y explote. O también podríamos abrir de nuevo la red argámica a todo el país y abastecerlo con sus reservas hasta que se extingan, de manera que volvamos a utilizar otras formas de proveernos de energía…
—¡Myllena! —Bega cierra el diario de golpe y la chica aprieta los labios, porque la experta mecánica nunca se enfada en balde—. Has mezclado mi asignatura con finanzas y con la labor ética del Experto Superior. No trabajamos para recuperar otros modelos de industria renovable, sino para encontrar un problema a la escasez de energía argámica…
—¡Pues deberíamos! Si hace tiempo Brisea Interior hubiera accedido a las demandas del Gobierno de la Isla de gestionar por completo el uso de la argamea, entonces esto no habría ocurrido. Porque está documentado que sus habitantes entendían el gran avance que suponía que ese pedazo de tierra albergara una energía constante, ¡inagotable! Mucho más potente y duradera que otras renovables que ya estaban haciendo de este país un pionero… Qué digo pionero, ¡una utopía medioambiental! Pero no, Brisea Interior quiso monopolizarla, extralimitarse en los pactos de colaboración y hacer suya la argamea, ¿qué esperábamos? ¿Qué narices esperábamos que hicieran los isleños?
—Myllena Lievori-Rois, siéntate y cálmate.
La aprendiza no sabe en qué momento se ha incorporado ni cuándo las manos le han empezado a temblar con tanta rabia. Bega Lystou ha sido tan cortante que ahora Myllena se siente sin fuerzas. La confianza jamás exculpa la falta de respeto.
—Chiquilla… —dice la experta mecánica, al fin su voz suave como la primavera de ese día—. Te entiendo, no es fácil aceptar nuestra historia. Un mismo país, que durante gran parte de la Era anterior no lo fue, dividido en dos, porque una porción de él desaparece durante siete años bajo el mar. A un territorio le pertenece la argamea, a la otra mitad le parece injusto no tener más control sobre ella. —Suspira—. Te entiendo, Myllena, pero escúchate. Vas a ser la futura Experta Superior. En este puesto, se os escoge desde niños, cuanto más jóvenes mejor, para que la Arga os pueda enseñar lejos de manías e ideas preconcebidas, y tú destacaste entre todos los candidatos. —Otra pausa, toca la planta más cercana a ella.
»La Experta Superior no puede perder los papeles. Puede pensar en el pasado, es necesario, aunque no para recriminar algo que ya no se puede cambiar. Se piensa en él para hacer de este presente algo que valga la pena. La rebeldía no se está alzando solo entre los isleños, hartos de vivir en una pobreza enmascarada y una discriminación todavía más alienada en las filas de los poderosos. También despierta en El Foco, en quienes han invertido su dinero en una industria que se desmorona por la falta de una fuente energética que desapareció hace treinta años… ¿Qué crees que sucederá cuando se den cuenta de que nuestras fábricas, motores y herramientas están hechos a medida de la argamea y no de otras energías?
—Lo tendremos que desmantelar todo y rehacerlo desde cero. Perderán su inversión.
—Y la paciencia.
—Y, con ella, la estabilidad de Brisea.
—La guerra. Desde los derechos más básicos hasta el corazón del sistema.
A Myllena se le seca la boca. De pronto, que traten de asesinarla incluso le resulta lógico. Ella es una pieza que se esperaba perfectamente acoplable, no de bordes deformados, indomables, conteniendo ideas contrarias a los deseos de la mayoría de la Arga. Si desapareciera, cualquiera podría sustituirla para encajar en ese plan, mantener el orden, los secretos y las ansias de poder.
—Lo siento, señora Lystou.
—¿Y esa fría cortesía solo porque te he regañado? No es una actitud propia de ti y no me gusta. —Bega sonríe y Myllena la acompaña una vez más—. Eres necesaria, chiquilla. No comprendes hasta qué punto, pero debes ser paciente.
—¿Experta mecánica Lystou? ¿Señorita Lievori-Rois?
Cascada, la escolta de Bega, aparece de pronto y Myllena piensa enseguida en Duna por esa ley que obliga a los escoltas a deshacerse de su identidad —nombre, apellidos, familia, todo el pasado— en pos de la protección de sus respectivos expertos. Un escudo idéntico de pelo gris, chaqueta azul cobalto, pantalones y botas negras y detalles dorados, que no duda, que no puede actuar más allá de su deber.
—Hola, Cascada —la saluda Myllena—. Ya habíamos acabado.
—Es mentira, aunque se lo perdono porque creo que ha sido una lección en la que ambas hemos aprendido mucho. Muy entretenida.
—Me alegro, experta mecánica Lystou.
—Ay, Cascada, siempre igual, con esos modales de marioneta.
—Experta…
—¡No! —La mujer finge irritación, pues solo desea que la escolta la trate con la misma cercanía que otras personas que aprecia.
—Me voy ya —se despide Myllena, un equilibrio entre la