La tierra de la traición. Arantxa Comes
celebran que ya han entrado en el año 176, otros ahogan penas y desatan las risas, muchos trabajan en lo que pueden, legal o no. Las redadas de jueces son más habituales cada vez.
Cansado de dar vueltas sin sentido, Mats se detiene en la terraza de un bar, pide un café solo y abre de nuevo el libro. Lo único que desea es despejar la mente o llenarla de algo que sustituya el gesto decepcionado de su padre, la discusión con Aster, todo lo que no es y debería ser.
El tiempo transcurre perezoso, el hielo se derrite en el café tan veloz como un pestañeo. Mats se seca el sudor de la frente y el arrepentimiento, en vez de menguar, crece, se asienta en el estómago y expande sus raíces hacia el cuello. Se lleva una mano al pecho y se lo masajea, casi inconsciente. El ritmo de su respiración ni siquiera avisa cuando colapsa y luego se altera, tose y trata de secarse las lágrimas decididas a brotar. La situación empeora al levantarse de golpe y avanzar a trompicones para alejarse de la gente. Tropieza.
Por suerte, unos brazos lo recogen. Mats encandila con las palabras y, por mucho que parezca contradictorio, teme el contacto casual. Porque, si es voluntario, Mats se siente más valiente que nadie, pero, si es inesperado, se asusta. Y, pese a ello, se deja sostener unos segundos, un consuelo, antes de reincorporarse. Erguido, vulnerable, agotado, ambos se quedan helados.
Cassian Weiloch.
Arde donde se tocan.
Madre mía.
—Lo siento.
—¿Estás bien?
Mats titubea.
Cassian no oculta su sorpresa.
La presencia del hijo del Experto Superior en ese distrito da que hablar, sin embargo, Mats no se asombra por ello, sino porque siempre se han encontrado allí. Justo en esas calles tensas a pesar de la actividad que las inunda, se cruzaron por primera vez: uno salvó a otro de una paliza y luego se tomaron una cerveza que se calentó como el silencio entre ellos. Hubo más ocasiones, fortuitas, extrañas, aunque Ehart conociera el apellido de Weiloch y Weiloch no supiera el de Ehart y tampoco preguntara más de lo debido.
—Estoy bien.
Y Mats huye, no quiere comprobar si Cassian se queda mirando su espalda, o si tarda en bajar las manos que lo han sujetado con tanta firmeza. Huye, el dorso de la mano sobre la cicatriz de sus labios, porque le acobarda la casualidad traviesa que los une. Está acostumbrado a sonreír, a decir las palabras correctas, a conseguir lo que quiere.
Jamás con Weiloch, no hoy que es el día de las sorpresas.
Es una leyenda que, quien deambula por El Horno, siempre encuentra algo. O a alguien.
Y Mats no cree en ella, pero la gente en ese distrito no juega, por eso ni siquiera duda si sus ojos lo están engañando: Aster y Shay están hablando con un hombre. Muy quieto, observa la transacción. Shay le entrega un fajo de rurias y el otro le tiende dos entradas rojas a su hermana. No logra descubrir para qué son, si bien todo lo que se adquiere en El Horno guarda relación con su propio y particular caos.
Con aquello que se intercambia entre susurros y manos sucias.
7
Distrito El Horno. Vala, capital de Brisea
Tras cada intercambio, hay un negocio criminal. Ese es el prejuicio que también se comercia en El Horno. Al fin y al cabo, Aster Regnar y Shay Hoffa acaban de comprar dos entradas para asistir a un torneo ilegal de boxeo por cincuenta rurias. Un timo. Sin embargo, hace tiempo que dejaron de poder opinar sobre las actividades que se desarrollan en ese distrito, porque lo frecuentan más de lo que preferirían.
Lo único que tranquiliza a Aster es que su madre y la abuela de Shay saben dónde se encuentran. No le gusta tener que ocultárselo a su padrastro y a Mats, pero, según la propia Kai Regnar, no lo entenderían. Y, después de la discusión que ha escuchado en casa, Aster está más convencida de que tiene razón: Rhys es extremadamente precavido por razones que solo su pareja conoce y Mats la regañaría si supiera que se pone en peligro cada semana.
—Ederle podría haberte regalado unos pases, ¿no? —dice Shay, empuja con más fuerza la silla y esquiva a un vendedor de pieles al que Aster le dedica una mirada de desagrado.
Si usar animales para el trabajo o el entretenimiento está prohibido, todavía lo está más comerciar con sus vidas o sus restos, como si valieran menos que un par de billetes.
—Ha faltado a la Escuela Argámica durante dos semanas y me ha llamado de repente. Además, me ha llegado una carta de Lior que va dirigida a ella…
—Te juro que no los entiendo.
—Ha debido pasar algo, Shay, porque la ha enviado desde Tawic, no desde Honingal.
—¿Lior está en casa de sus tíos?
—Eso parece… ¡Ay! —se queja al tropezar con una mujer que profiere varios insultos a los que ella no responde.
—Todo está cada vez más tenso —murmura Shay, que se detiene, rodea la silla para colocarse frente a Aster y posa ambas manos sobre las mejillas de su amiga, presiona un poco—. ¿Estás bien?
Por respuesta, la chica traga saliva y aprovecha disimuladamente esos escasos segundos que siempre suelen durar en contacto. Y tal vez porque lleva años disfrutando de esos instantes que dilata en la imaginación, Aster siente que el corazón le atraviesa el pecho cuando Shay le pasa el pulgar por el pómulo, rozando la tirita sobre su nariz y algunas pestañas inferiores. Tenue, pero con mucha lentitud.
—Tu hermano me matará si se entera de esto.
—¿Es… to?
—Ya sabes —Shay se aparta—, El Horno, los Ederle…
—Oh, sí, claro, claro. —Incinera cada emoción, el calor le sube hasta el rostro como un fogonazo desde el estómago—. Quedan pocas horas para el combate, será mejor que sigamos.
Avergonzada, Aster agacha la cabeza, Shay busca su mirada con el ceño fruncido, y esquiva otro posible contacto, aunque terminan jugando a intentar encontrarse y las risas no se hacen esperar. Ella apaga la hoguera en su interior y la carrera vuelve a ganarla la amistad que comparten; el resto son detalles, intensos e importantes, si bien no están por encima de los sentimientos de Shay.
—¿Si te invito a una cerveza antes del combate, cambiarás esa expresión de Mats Ehart?
—¿Expresión de Mats Ehart? —La chica casi no puede resistirse a una nueva carcajada.
—Esa que dice: «Me hago el duro, pero soy más blando que un bizcocho poco horneado».
Entonces sí, Aster se ríe hasta que le tironean las mejillas.
—Si hay algo que quieras decirme, solo hazlo, Aster —resuelve Shay, una seriedad inesperada.
Decirle. Aster aprieta los labios, una excusa, una vía de escape, solo necesita eso. Y sabe que se va a marcar un Mats Ehart y que se lo llevará a la tumba, pues es el típico comportamiento ininteligible que ella rechaza y con el que su hermano suele vencer en cada discusión.
—Has pagado quince rurias más por esas entradas. Invito yo.
Sin embargo, Shay nunca desiste fácilmente.
—Averiguaré qué te ocurre, Aster Regnar.
—Es una promesa.
Enganchan los meñiques y Shay le guiña un ojo.
Se entretienen en un bar y se beben una cerveza fría que le da sentido al final de la primavera, hablan sobre el interés de Mats por Cassian Weiloch, de lo nuevo que está escribiendo Aster, aunque ahora no pueda dedicarle mucho tiempo a causa de los trabajos de clase. Se ríen y se olvidan de sus problemas, de los que atraviesa Brisea y de esa presión que amenaza con estallar desde que