La tierra de la traición. Arantxa Comes

La tierra de la traición - Arantxa Comes


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de la piel, y esta… Los antecedentes son escasos, pero hace tiempo existía una sustancia dificilísima de detectar por su rápida acción. Peculiar por muchas y variadas propiedades, como ser ignífuga. Se sintetiza de una planta autóctona de la isla móvil.

      —La Isla ya no está.

      —Alguien tuvo que conservarla, por si acaso…

      —Eso es mucho suponer.

      —Y, aun así, te han intentado asesinar con un veneno.

      Ambos miran la carta como si esta, de pronto, pudiera abrir una solapa y enseñar sus mortíferas fauces. De nuevo, Frinn evidencia ser más intrépido —o imprudente— cuando esconde las manos dentro de las mangas de la camisa y maniobra para descubrir el interior. Es torpe, y Cassian se demuestra a sí mismo que su paciencia no es infinita al sentirse tentado de ayudarlo con las manos desnudas.

      Por fin, cuidadoso, Frinn saca un folio y lo despliega con dos sacudidas. Cassian se asoma por encima de su hombro, aunque le saca más de una cabeza. Solo son unas líneas, si bien las amenazas no necesitan de muchas palabras para surtir efecto.

      Eliminar a los impuros y hacer renacer el verdadero derecho de la única Brisea. No hay cabida para los errores… y tú eres uno de ellos. Se te arrebatará todo, empezando por la identidad que no te pertenece.

      —¿La identidad que no te pertenece? —relee Frinn, confuso.

      —Se refiere a mi broche. Me lo han robado. Me están mandando una señal… —A Cassian se le quiebra la voz, retrocede unos pasos.

      —No lo entiendo.

      —¿No? ¿En serio, Frinn? Me quieren muerto porque no debería haber nacido. Soy una mancha en la historia de la Era Argámica. —Cassian comienza a andar en círculos y gesticula, pues no sabe qué hacer con las manos, pues no sabe cómo parar de hablar—. La propia Amalea Hurey, la primera Experta Superior, lo decretó así cuando la Arga aún la formaban trece expertos: su cargo era el único que no se sucedería de manera hereditaria para preservar la democracia en la elección de un líder. —Doce familias, ahora siete, dispuestas a recabar y proteger información sobre la argamea a través del tiempo, siempre vigiladas por alguien sin ataduras personales ni juicios que pudiera legar—. Myllena Lievori-Rois fue escogida con tan solo siete años y relevará a mi padre cuando ya no pueda ejercer o muera. Es la ley, pero entonces, ¿qué pasa conmigo? ¿Dónde encajo yo en todo ese plan?

      —¡Cassian!

      Cassian Weiloch nunca pierde los papeles, aunque nadie lo había intentado asesinar antes, y regresa a la realidad con su nombre, una sacudida, un disparo, sintiendo que los pulmones le van a estallar y se desinflará hasta convertirse en un amasijo de carne y huesos en el suelo. Por suerte, es Frinn quien lo rescata, quien lo sujeta para que no se derrumbe.

      —¿Qué hacemos? ¿Avisamos a mi padre?

      —¿Seguro?

      Cassian entreabre los labios. Es su padre. El Experto Superior Lewin Weiloch es su padre.

      —Vamos a investigar.

      Frinn asiente y enciende de nuevo el mechero. El papel tarda en prenderse, se resiste a eliminar la amenaza, pero, al final, lo hace y se consume con lentitud. El crepitar parece un grito de venganza, el eco permanece en sus oídos. Cuando en la bandeja solo quedan restos ennegrecidos e insalvables, ambos salen de la sala con Purr pisándoles los talones.

      —¿Por dónde deberíamos empezar? —pregunta Frinn bajando las primeras escaleras.

      La Casa Ilustre por dentro es tan inmensa como se intuye desde fuera. Las cúpulas refulgentes abovedan el techo en alturas apenas alcanzables a la vista, los gruesos muros dividen estancias capaces de albergar un país entero en sus entrañas, pasillos de mármol, frescos y poco silenciosos, cuyas paredes esconden más pasillos invisibles. Todo iluminado por preciosas lámparas colgantes y la luz que entra por las ventanas rectangulares, algunas besan el suelo liso, las molduras de otras pretenden rozar los cielos acristalados o sobriamente artesonados.

      —En el mensaje no estaba escrito ni mi nombre. Y si con «identidad» se refiere al broche…

      —¿Alguien de la Casa Ilustre?

      —Podrían ser los isleños.

      —Ya te he dicho que la bomba en el cementerio no me parecía un hecho aislado…

      En silencio, encaran el pasillo principal del primer piso. Ayudantes, sirvientes y jueces recorren la Casa Ilustre, con bandejas, armas o documentos entre los brazos, cada uno decidido a hacer su labor como la Arga demanda. Solo interrumpen su rigidez y dirección cuando se cruzan con Cassian y Frinn: ofrecen una sutil reverencia y prosiguen. El hijo prohibido del Experto Superior y el experto industrial de dieciséis años, que de forma abrupta heredó el puesto por la muerte de su padre, no sienten que merezcan tanta consideración.

      Otras escaleras conducen al vestíbulo, una planta circular rodeada de gruesas columnas entorchadas que ascienden hasta el techo, donde el ajetreo es mayor y los ojos indiscretos podrían preguntarse por sus prisas, por esas expresiones de desasosiego e incertidumbre. Desde luego, una desventaja a todas luces para una persona que acaba de ser amenazada y otra que trata de ayudarla a encontrar al culpable. Por eso, se obligan a reducir el ritmo y Cassian coge a Purr en brazos.

      —No entiendo por qué querrían intimidarte a estas alturas.

      —A lo mejor han necesitado veintiún años para armar este plan o lo que sea —gruñe Cassian, que recupera un poco de su natural recelo—. Creo que deberíamos interrogar al sirviente que me ha traído la carta…

      —Espera.

      Se esconden tras una de las columnas y Purr maúlla, quejica e irritado, cuando su dueño lo aprieta contra el pecho. Frinn balbucea algo, pero Cassian no consigue entenderlo y le pide que lo repita. El chico solo consigue alzar un dedo.

      —¿Ese no es tu broche?

      Alguien atraviesa el vestíbulo con zancadas tan largas como sus piernas, en la mano sujeta una cadena dorada cuyos enganches son dos cuervos. Solo un par de personas en Brisea pueden poseer ese distintivo y, aunque Cassian no suele darles demasiado crédito a las casualidades, no retiene su pregunta:

      —¿Qué hace Myllena Lievori-Rois marchándose tan deprisa de la Casa Ilustre con mi broche?

      Ella, al fin y al cabo, es la elegida para tomar el poder de Lewin Weiloch en un futuro.

      Quizá no quiera cabos sueltos.

      Quizá, para que no los haya, deba eliminar el único que hay.

      9

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      Distrito El Foco. Vala, capital de Brisea

      La han intentado asesinar. Myllena todavía recuerda el calor de la llama consumiendo la carta que Duna no le permitió tocar. Si no, ahora sería pasto de los gusanos, carne de cañón para las habladurías. Algo que, sin duda, piensa ella, sería del disfrute de la experta consejera Sige.

      La han intentado asesinar, y no sabe si está siendo incauta por no decírselo a nadie más que a Duna, o una total incompetente por no salir a la calle y descubrir si es cierto que los Weiloch van detrás de ella.

      —Chiquilla, si tan poco te interesan mis lecciones, estoy segura de que ambas podemos aprovechar mejor el tiempo fuera de este lugar.

      La experta mecánica Bega Lystou la saca de sus pensamientos de golpe, con esa voz antigua, a veces áspera, a veces tan imposiblemente melosa en ese carácter tan férreo. Bega Lystou es una caja de sorpresas, como las que guardan bombones de todos los sabores y se desconoce a qué sabrá cada uno. Para Myllena, esa mujer siempre sabrá a licor fuerte y espeso.

      —Lo siento, Bega.

      Se tutean, porque las formalidades entre ambas y Frinn Derne desaparecieron


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