La tierra de la traición. Arantxa Comes
más que una sombra por su oscuro atuendo, enarca la ceja afectada por el vitíligo y Tritón y Duna esperan tras él, esta última deshaciendo la máscara imperturbable que, como escolta, debe tener puesta en todo momento.
Un bando no entiende qué está pasando.
Al otro se le han acabado las excusas.
11
Tawic. Sur de Brisea
La brisa es un soplo de tierra húmeda y sal que busca arremolinarse en la habitación que Micah Ederle y Raz Koch le reservan a su sobrino Lior cuando les hace alguna visita. No suelen ser muchas ni tampoco largas, por desgracia para los únicos que quedan vivos de una familia que decidió por ellos su destino y la forma en la que tendrían que vivir. Micah no se perdona seguir las normas de los muertos y Lior no perdona que, por azar, fuera elegido para sobrevivir lejos de todo. Los Ederle solo son ellos mismos en su pequeño rincón del mundo, pese a que Lior debe usar un apellido distinto capaz de cambiarle hasta el rostro. Existe, pero como una farsa. Como si solo valiera el peso de un legado manchado de sangre y lágrimas.
Aun así, a Lior le gusta su dormitorio en Tawic, rozando el Bosque de los Engaños, muy cerca del mar, aunque ahora este ya no le devuelva la imagen de la libertad al pescar en él, sino la sombra de un cadáver, medio humano, medio cuervo, que cada noche parece despertar y arrastrarse por el suelo con plumas líquidas como la brea y dedos nacarados arañando la madera.
Dos pisos más abajo, el cadáver del isleño sigue conservado dentro de un congelador, cuya carga argámica perdura más que las que se comercian legalmente en Brisea por el componente especial con el que está fabricada. Lior cree que es lo único bueno que le ha deparado formar parte de la familia Ederle: un material excepcional que potencia la argamea y la conserva, estable, incluso en pequeños aparatos.
—Buenos días, Lior —se hace oír Micah al otro lado de la puerta—. Tu hermana me está poniendo de los nervios, lleva dos horas entrenando y no quiere desayunar. Raz me ha dicho que intercambia unas tostadas de queso y tomate especiado contigo, si consigues que Garnet se relaje.
—Ya salgo, tío Micah.
—Gracias, pececito.
Micah es demasiado cariñoso para lo frío que es Lior con él, y el chico sabe que es injusto a la vez que triste no poder demostrarle a su propio tío lo mucho que le agradece, como a Raz, tanta entrega y paciencia. Sale de la habitación, no por las tostadas prometidas —un poco sí—, vestido con un pantalón ceñido a la altura de su estrecha cintura, una amplia camiseta llena de manchas viejas y descalzo. Palpa las pulseras de hilo que nunca se quita, una segunda piel anudada a la muñeca. No son sus mejores pintas, pero ni él suele lucir diferente ni Garnet es una persona que se deje guiar por ello. Al fin y al cabo, a los peces y a su hermana lo que les importa de verdad es atesorar su libertad.
Una pena que Lior no tenga opción a ella.
Baja los escalones con pasos perezosos, casi peligrosos por la poca atención que pone en cada uno. En cuanto pisa el suelo de la cocina, el olor a huevos revueltos, queso fundido, pan tostado y zumo recién exprimido despierta un apetito siempre comedido en Lior, que apenas se cuida en Honingal.
—Buenos días, sobrino mío. —Raz es de otra calaña, más inquieto y desvergonzado que su pareja—. Veo que has accedido al trato de Micah.
—Nadie supera tu cocina, tío Raz.
—Y un día de estos podrás disfrutarla todo lo que quieras.
—Cuando la Arga nos descubra y me confine en una celda.
Entonces Micah aparece en la estancia veteada de oro por la límpida luz matutina, en su sonrisa se empaña la mañana. Lior agacha un poco la barbilla, arrepentido, el hiriente sarcasmo derretido sobre la lengua con sabor a hiel, y musita:
—Lo siento, tío Micah. Me lleve la Isla con ella.
—Siempre tan oportuno, mi anciano hermano. —Sin necesidad de tratos o intervenciones, Garnet irrumpe por la sencilla puerta de la cocina que da al exterior, el sudor brillando en los desarrollados músculos, las vendas de las manos manchadas de tierra.
Lior pone los ojos en blanco, cansado de las bromas de su melliza. Vive en una ciudad envejecida, arrugas en los rostros y los corazones, donde los dichos adoquinan las calles y los pescadores ahogan su día a día en las tabernas o en el mar. Él ni siquiera puede asistir a la Escuela Argámica, en cambio, ella sí gracias a un permiso ilícito.
—¿No deberías estar en clase?
—¡Garnet! —la reprende Micah.
—Voy muy adelantada y hay que planear el último golpe.
—No lo llames así. Además, no tientes a la suerte, sabes perfectamente que no puedes llamar la atención. Lo que tienes es un privilegio, así que sé responsable con todas tus labores… —Pero Raz no puede acabar, porque, si alguien lo iguala en descaro, esa es Garnet.
—Sean legales o no.
—¡Garnet Ederle! Es suficiente —se harta Micah, a su vez incapaz de intensificar el enfado.
Raz termina de repartir el desayuno que ha preparado y, pese a que el silencio domina los primeros sorbos y mordiscos, es complicado que la tristeza devore a Garnet, por lo que bastan unas cuantas anécdotas para que las voces y las risas tintineen, agradables, como una campana de viento.
La mirada de Lior vagabundea por la cocina e imagina los días en que su madre se paseaba por allí cargando herramientas, quizá también algún libro, un pañuelo cubriéndole el pelo aderezado con las cuentas de colores que ahora Garnet luce entre las trenzas, orgullosa. A veces, cuando Lior manosea sus pulseras, otra parte de la herencia, siente que vivió junto a su madre durante mucho tiempo, que la conoció y solo la ha olvidado. Elode Ederle estaba destinada a grandes cosas, pero el destino posee rostros, rostros humanos, conscientes de la vida que arrebataron, conscientes de cómo pervive aún su legado en esta tierra: dos mellizos que no pueden decir que lo son.
—¿Kai Regnar todavía os ayuda? —pregunta Lior al no reconocer, cerca del pasillo, una maleta y una mochila de la que sobresalen latas de conserva y alguna que otra prenda de verano.
—No queremos pedir nada a nuestros vecinos —responde Micah—, y puesto que no podemos trabajar…
Porque, si los descubren y atan cabos, entrarían en la Prisión de Brisea, de donde no se escapan ni las pesadillas.
—Kai es de gran ayuda, y Aster —asiente Raz—, hace mucho que no conozco a una chavala con más ingenio y arrojo que ella.
Lior está seguro de que toda esa familia, los Ehart y las Regnar, también está maldita, de diferente manera a los Ederle, pero lo está.
—¿¡Tío!? —se indigna Garnet, la boca salpicada de migas de pan y las palabras teñidas con fingida ofensa.
—Bueno, después de ti, Garnet. Eso sí, eres inteligente, aunque muy muy temeraria.
Las carcajadas de la chica son tan exageradas como el drama silencioso lo es para Lior. Él quiere a su hermana, sin embargo, a estas alturas, ni sabe cómo expresárselo ni si Garnet aceptaría lo que el tiempo ha ido enterrando bajo una dañina costumbre.
A Lior no le gusta recrearse en los detalles de Tawic, porque todo es dolorosamente hogareño y cálido, muy distinto a su casa en Honingal. Aun así, no puede evitar observar a sus tíos y sonreír cuando ambos comienzan a fregar los platos y Raz acaricia la ensortijada melena de Micah. El cabello indomable de los Ederle es otra herencia —al parecer, solo Garnet ha conseguido domarlo a base de trenzas, coletas, rapados y peinados intrincados— y Lior se ve en el hermano pequeño de su madre.
Y es irremediable, cae en la trampa de Tawic al sumirse en las pequeñas cosas, por eso tarda en notar que Garnet le ha puesto una mano sobre el brazo. El chico se gira hacia ella poco