La tierra de la traición. Arantxa Comes

La tierra de la traición - Arantxa Comes


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se incorpora y, tras una ligera inclinación, coge su material y sale de la biblioteca escuchando a Bega Lystou por última vez: «¿Y dónde está mi mechero, Cascada?».

cuervo-sep

      —Es Cassian Weiloch —resuelve Duna, que cruza las piernas sobre la mesa—. Ayer informó a su padre de que había perdido el broche. —Y señala el complemento dorado con el detalle de dos cuervos que Myllena toquetea con nerviosismo.

      Lo encontraron dentro del sobre envenenado junto a un mensaje y lo limpiaron a conciencia, por si estaba contaminado también, mientras intentaban convencerse de que el chico no era capaz de hacer algo así.

      —Somos amigos, no muy cercanos, aunque… amigos. Además, por mucho que yo muera, Cassian nunca podrá heredar el puesto de Experto Superior. Buscarán a alguien que cumpla mis características, lo entrenarán de la misma manera y fin. —La escolta enarca una ceja—. ¿Qué quieres que te diga, Duna?

      —Nada, nada. —La incredulidad impregnada en cada deje.

      —Duna.

      —Es un hecho que no te puedes fiar de nadie. No en Brisea, y menos en la Arga. Te acuerdas, ¿no?, de anteriores expertos que han fallecido o desaparecido en circunstancias extrañas. No sería la primera vez, Myllena. No sería extraño que sucediera contigo.

      —Debe haber otra explicación. Sé que no soy dócil y que a varios miembros de la Arga no les gusta que haya desarrollado una conciencia social tan… alejada de la suya. Pero jamás he dado muestras de una insubordinación real, incluso el experto financiero Kovatski me subestima. La carta habla de que soy un error, de que se me arrebatará la identidad que no me pertenece. Ahí está la clave.

      —¿Y cuál es?

      —No lo sé. ¿Mis madres? Soy huérfana. Me adoptaron en el orfanato donde me abandonaron siendo una recién nacida.

      —A lo mejor a tu agresor no le gusta que hayas salido de la nada.

      —No soy un ente mágico, Duna, vengo de algún lado y soy natural de Vala…

      —Bueno, con todo el respeto, Myllena, eso no lo sabes.

      —¿Cómo…?

      Myllena se suelta del clavo ardiendo al que se ha aferrado con todas sus fuerzas y permite que la rabia se diluya un poco. El de Vala no es el único orfanato y, al aparecer allí, los encargados dieron por hecho que, al menos, ella había nacido en Brisea Interior.

      —¿Qué insinúas?

      La estoicidad se derrumba en el rostro de la escolta para mirar a la aprendiza con un afecto que roza sentimientos mucho más profundos y los hace vibrar. Myllena está a punto de preguntarle qué ocurre con esa expresión, qué quiere decirle, que lo diga, si bien Duna la interrumpe:

      —A lo mejor solo eres un mensaje. Alguien quiere atentar contra la Arga y te ha visto un objetivo fácil.

      O Myllena se ha movido demasiado en la jaula y molesta todavía más. No responde enseguida, tienta el silencio de Duna, despellejado, vulnerable, busca su mirada huidiza. Sin embargo, el instante se ha esfumado como si nunca hubiera sucedido.

      —Podría ser. Una carta embadurnada con un veneno que no deja rastro. Un mensaje sin nombres. Pero entonces, ¿qué sentido tiene el broche de Weiloch?

      —¿Inculpar a la Arga? —plantea Duna, un dedo sobre los labios—. Tratar de que os peleéis desde dentro.

      —No hace falta veneno para que eso ocurra —bromea Myllena, aunque el chiste muere rápido y sin risas—. Voy a buscar a Cassian. —Guarda el broche del chico en el bolsillo de su larga falda.

      —Te acompaño…

      —No. No quiero asustarlo.

      —Estás loca si piensas que te voy a dejar sola.

      —Es una orden.

      Duna se levanta con una gracilidad y liviandad que la vuelven casi imperceptible, se aproxima con dos zancadas y coge aire cuando tiene a Myllena a pocos centímetros de su rostro. La futura Experta Superior alza la barbilla, intentando que esa distancia que las separa, porque Duna es más alta, no sea un impedimento para imponerse. Espera a que su escolta la regañe con más contundencia, pero solo puede soltar un suspiro al sentir los fríos dedos de Duna sobre la muñeca.

      Caen en la inmensidad de la otra, sin muros, ni trabas. Hace años que se prometieron no mentirse, bajo aquel árbol fuera de Vala que guardó un secreto: dos alientos enredándose, los labios entreabiertos y el corazón desatado, pues a Myllena nunca le han gustado las anclas en sitios inexplorados y no hay nada que Duna ame más que perderse y no regresar.

      Tampoco hay orgullo en ellas al encontrarse tan cerca, la oportunidad de no oponer resistencia a cada impulso. Por eso Duna la coge del brazo, firme, y Myllena le pasa una mano por el cuello, enganchando algunos dedos entre el pelo gris, para atraerla hacia ella. Se besan como lo hicieron el primer día, porque a veces pasa tanto tiempo que creen olvidarlo, pero sus labios se reconocen enseguida y el aliento se torna eléctrico.

      —Espérame —le susurra Myllena, varios besos que presionan con urgencia y sellan los de Duna.

      La escolta, acostumbrada a los imprevistos y a ser la sombra de alguien, de repente, se vuelve lenta cuando Myllena sale de la habitación como una ráfaga y sus manos se quedan suspendidas en el aire, aferrando la nada, de nuevo muy frías. Aunque logra recomponerse y la persigue, con los labios apretados y el pecho ardiente.

      Las dos se conocen mucho y, sin embargo, esta vez Myllena actúa con más celeridad, se esconde, da por sentado que su escolta saldrá corriendo tras ella e intentará recortar la distancia que ha hecho grande gracias al beso. No puede ponerla más en peligro. Duna daría lo que fuera por ella y Myllena también, por eso la aprendiza contiene la respiración al escucharla pasar por su lado.

      En cuanto el silencio se arrastra otra vez por los pasillos, Myllena continúa y desciende unas escaleras más estrechas para salir de la Casa Ilustre por otra salida diferente a las principales. Primero piensa en acudir a casa de Cassian, abordarlo sin que él se lo espere, pero toma una decisión en el último momento y gira sobre sus talones para dirigirse al ala oeste de la sede. Tal vez se está arriesgando demasiado, tal vez los Weiloch sean cómplices y ella esté demostrando todo lo crédula que no debe ser una Experta Superior.

      Encara el pasillo de columnas adosadas, rutilante por su propia pulcritud. No se fija en las imágenes cinceladas en los muros, pálidas y carentes de vida, o en la alfombra azul cobalto, anudada en forma de rosetas negras y doradas, tan mullida bajo los pies que amenaza con convertirse en arenas movedizas.

      Myllena descubre enseguida a Tritón, apostado frente a la pesada puerta del Despacho Cobalto, donde debería encontrarse el Experto Superior Weiloch. El escolta del máximo dirigente no se inmuta cuando ella se detiene a pocos pasos, intentando que ni la falta de aire ni su voz la delaten.

      —Necesito ver al Experto Superior, Tritón.

      —Ahora mismo está ocupado.

      —Es una urgencia, Tritón —repite muy lentamente el nombre que le asignaron como escolta, siempre al servicio de Lewin Weiloch.

      Se miden las fuerzas con la mirada, pero él cede más pronto de lo que la chica preveía.

      —Muy bien.

      Tritón da un paso y abre la puerta. Myllena recupera la compostura y asiente con determinación mientras avanza hacia el interior del despacho. Se da cuenta de que no hay nadie dentro al mismo tiempo que la puerta se cierra y resuena el chasquido de la cerradura.

      Myllena se gira con el pulso martilleándole las sienes. Es cierto. Cassian no puede tener escolta, aunque Tritón lo vigila y lo ayuda como si lo fuera. Y la certeza de que la han engañado desata un grito que ni siquiera acalla cuando le tapan la boca y los ojos y tiran de ella hacia atrás.


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