Colgada en Nueva York. Erina Alcalá

Colgada en Nueva York - Erina Alcalá


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      COLGADA EN NUEVA YORK

      Erina Alcalá

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      Primera edición en ebook: Febrero, 2021

      Título Original: Colgada en Nueva York

      © Erina Alcalá

      © Editorial Romantic Ediciones

       www.romantic-ediciones.com

      Diseño de portada: Olalla Pons - Oindiedesign

      ISBN: 9788418616143

      Prohibida la reproducción total o parcial, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, en cualquier medio o procedimiento, bajo las sanciones establecidas por las leyes.

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      Dedicada a mis lectores.

      Después de que te vuelves adulto,

      te das cuenta de por qué

      Peter Pan no quería crecer.

      CAPÍTULO UNO

      Nerea González estaba en la puerta del piso número 25 del edificio de una de las avenidas de Manhattan donde vivía su amiga de Málaga, Adriana Sánchez, llamando a su puerta sin que nadie le respondiera. Eran las diez de la noche. Había llegado a Manhattan hacía apenas dos horas y atravesó la ciudad en un taxi desde el aeropuerto, en busca de su amiga.

      Había hablado apenas la semana pasada con Adriana desde Málaga y le dijo dónde estaría, la dirección que revisó dos veces, bajando y subiendo en el ascensor y preguntando al portero. Se estaba impacientando, ya que Adriana no contestaba al teléfono tampoco, le saltaba el contestador las quince veces al menos que la había llamado.

      —No, señorita, no la he visto, apenas acabo de entrar a mi turno —le dijo el portero.

      —¿Pero la conoce?

      —Claro que conozco a la señorita Adriana Sánchez, es la única extranjera del edificio.

      —Bueno, subo de nuevo y la espero en la puerta.

      —Si sabe algo de ella, es mi compañero de la mañana, pero claro, hasta mañana…

      Y allí que cargó de nuevo con las dos maletas y el bolso de mano hasta el ascensor.

      Adriana vivía bien, era una ejecutiva de un despacho de marketing en Manhattan. A veces viajaba, ¿no se habría ido sin decirle nada? O quizá habría tenido un viaje de improvisto y allí no tenía cobertura o estaba en una reunión… Pensó mil cosas.

      Se estaba impacientando.

      La semana anterior cuando hablaron, no mencionó nada de irse a algún viaje. Por eso ella quiso ir y darle una sorpresa. Iba a quedarse en Estados Unidos, encontrar una buena editorial para sus novelas, aunque en Amazon sus novelas se vendían como rosquillas, no podría pagarse un piso de ese nivel en Manhattan, pero bueno, buscaría en otra zona. Y buscaría un trabajo de chef a media jornada, le encantaba la cocina y probar platos nuevos, lo tenía como una afición, pero podría hacer esos dos trabajos a la vez.

      Había hecho un curso de cocina especializada. O también podría buscar en un instituto dar clases de castellano o de literatura americana, de lo que había realizado su máster. Pero eso le iba a resultar más complicado y quizá era mejor empezar desde abajo, aunque intentaría todo. De eso estaba segura.

      Ya había discutido lo suyo con su madre y su padre, divorciados ambos y con parejas y ninguno quería que se fuera tan lejos, aunque su mejor amiga estuviese allí.

      Nerea había hecho algunas sustituciones en institutos, bajas de maternidad, bajas…

      En total, casi dos años, pero necesitaba el máster para las oposiciones y pensaba hacerlo cuando su amiga la animó a irse porque allí en Estados Unidos no se necesitaba ese máster. Solo con tener un trabajo podía acceder más adelante a dar clases en alguno. Y se le metió el gusanillo. Y con el dinero ahorrado en esos dos años, al final consiguió que sus padres cedieran y con veintiséis años, se hallaba sola esperando en la puerta de su amiga.

      Se quedó sentada en una de las maletas y puso la cabeza en la pared entre el piso de su amiga y el de al lado, esperando por si venía Adriana. La llamó de nuevo al móvil y siempre le salía el contestador.

      Estaría hasta las doce, si no, llamaría a un taxi y se buscaría un hotel cerca para esa noche, quizá estuviera pasando la noche fuera.

      Estaba cansada de tantas horas de vuelo, y eso que durmió en el avión como una cosaca.

      Bueno, a esperar un par de horas. Estaba muerta de hambre.

      Taylor Larsson era alto, guapo y rico, tenía un cuerpo espectacular con su 1,88 de altura y hasta tenía un chofer.

      Había heredado una empresa de publicidad y marketing en el centro de Manhattan de cinco pisos. Era de las mejores. Estaba más que satisfecho de que su abuelo se la dejara. No tenía más nietos, solo tenía un hijo, su padre, que era un cirujano prestigioso en el hospital Monte Sinaí, y su madre que era enfermera y vivían también en Manhattan, pero en una zona distinta. No muy lejos de él.

      Al dejarle su abuelo la empresa y retirarse a los Cayos de Florida con su abuela, él tomó las riendas de la empresa, modernizó todo lo que estaba obsoleto, pintó, cambió mobiliario y con sus conocimientos y trabajo la empresa y subió como la espuma. Claro que, a base de jornadas de trabajo de muchas horas y ganas. Y a sus veintinueve años era un todoterreno.

      Iba con su chofer a casa esa noche, estaba cansado. Había sido un día intenso de trabajo y reuniones.

      —¿Está cansado, señor? —le dijo Peter, el chofer.

      —Sí, Peter, hoy ha sido un día largo. ¡Maldita sea! —le dijo, acordándose de algo.

      —¿Qué pasa, señor?

      —Que quedé con la chica de servicio a las ocho y son las diez. Me la recomendó un amigo de mi padre.

      — Quizá lo esté esperando aún.

      —¡Joder! Ahora tengo unas cuantas celebraciones en casa y la necesito las veinticuatro horas.

      —Tiene espacio en casa.

      —Sí, pero me temo que la he perdido. Mañana ya veré llamarla de nuevo.

      Cuando llegó al piso 25, salió del ascensor y vio a una chica joven, morena y de pelo largo, adormilada sobre dos maletas.

      Le dio pena, la pobre había esperado casi dos horas. Estaba esperando entre la puerta de al lado y la suya con la cabeza apoyada en la pared.

      —¡Hola!

      Y ella dio un respingo.

      —Perdona, se me ha pasado la hora. Te he dejado tirada dos horas. Menos mal que me has esperado, te necesito sobre todo por las fiestas que tengo que dar para la empresa, te agradezco que estés aún aquí.

      —Pero yo, yo… —balbuceó Nerea.

      —Soy Taylor Larsson y tú eres… —le dijo, extendiéndole la mano.

      Ella se levantó y se alisó la falda.

      —Nerea González —lo saludó.

      —Ya no recordaba el nombre, cuando el amigo de mi padre te recomendó no presté atención, lo siento. Ha sido un día duro.

      Abrió la puerta de al lado de la de Adriana.

      —Vamos, Nerea, pasa y te enseño el trabajo y la casa. Tengo que dejarte las instrucciones dadas para mañana.

      —El trabajo… —dijo ella.

      Ese hombre la había confundido, pero bendita confusión, y cogió


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