Colgada en Nueva York. Erina Alcalá
una pasada. —Taylor rio, se quitó la chaqueta y entró en lo que debía ser un dormitorio.
Entró de nuevo a esa inmensidad de salón en dos pisos, con dos escalones que lo separaban, con un ventanal alucinante, y unas vistas y una terraza a la ciudad que ya quisiera ella cuarto y mitad de ese piso.
Era elegante, tenía cuadros y sofás, mesas y una cocina abierta al salón que era una inmensidad.
Una mesa de comedor para doce comensales.
—Esto es…
Lo sé, demasiado grande para ti, pero te pagaré bien. Además, tienes tu espacio propio y comida gratis.
—Sí —dijo ella.
—Ven por aquí, trae las maletas, te lo explico todo y tomamos algo. Ya mañana te ocupas tú de todo. ¿Has visto?, esto es la terraza, enorme, si tengo invitados solemos salir, estas mesas se abren y hay asientos de sobra. Aunque la gente suele estar de pie.
—Ya lo veo.
—Las flores, tendrás que regarlas. Se me van a secar. La señora que tenía se fue la semana pasada.
—No se preocupe.
—Bueno, has visto el salón comedor y la cocina. Dos aseos y el despacho. —Y se los enseñó.
—Es todo enorme.
—Sí, ahora, a este lado tres puertas. Te enseño mi cuarto que da a la avenida y a la terraza, como mi despacho al otro lado del salón. Necesito luz.
Su cuarto era… por Dios… ¿Cuántos botes de perfume y cremas tenía ese hombre espectacular? Un vestidor con más de 100 trajes, camisas corbatas, relojes… Horroroso.
—Mira, esta percha es solo para la ropa del tinte, por eso está vacía. Si te dejo algo en ella la llevas al tinte. El portero te dirá dónde está, un poco más abajo en la avenida.
—Bien. Entendido.
—El resto de la ropa la dejo en el cubo del baño, creo que ya hay para un lavado o dos.
Ya ni hablaba del baño que ese hombre tenía. ¿Para qué?
—Tendrás que limpiar en unos cuantos días, ya lleva como te digo una semana sin hacerle nada al piso.
—No pasa nada.
—Este es un cuarto de invitados, al lado mío, todo completo, vestidor y baño, cama grande. —Era su cuarto, pero la mitad.
—Bien.
—Por si se queda algún invitado.
—Y esta es tu zona. La puerta da frente a la cocina, pero tienes luz por el otro lado de la avenida. Es una suite, pequeña. Un saloncito con todo lo imprescindible, un dormitorio, vestidor y baño.
—¡Qué bonito! Es como un apartamento pequeño.
—Tienes un espacio como despacho, al lado de la televisión bajo la ventana, un par de sofás y sillón, y una puerta entre el salón y la parte del dormitorio. Estos botones son por si te llamo, tienes uno en el dormitorio y otro en la sala. Y tienes que venir.
—Ya, claro.
—Tienes de todo. Si te falta algo, me lo pides.
—No creo.
—Salvo que cenarás o sola o conmigo, depende de si tengo invitados.
—Vale.
—Y este cuarto es el de limpieza y colada.
—Estupendo.
—Nerea, ¿no?
—Sí, señor Taylor —dijo ella muy puesta.
—Taylor, solamente.
—Me cuesta.
—Bueno, te acostumbrarás.
—¿Qué te parece?
—Perfecto, voy a meter mis maletas.
—Ahora sales, mañana colocas todo y si necesitas plancha tienes el cuarto.
Dejó las maletas y el bolso y salió de nuevo al salón.
—El apartamento tiene 600 metros cuadrados.
—Supongo que sí.
—Pero suelo desayunar fuera y comer también, así que solo harás la cena a no ser que te llame y tenga que cenar fuera por algún motivo.
—Muy bien.
—Tienes que darme tu DNI.
—Vengo de España. —Taylor se quedó pensativo.
—Pasaporte para hacerte el contrato, no me importa de dónde seas mientras hagas tu trabajo.
Y ella se lo dio. Taylor entró al despacho e hizo unas copias. Y volvió a dárselas.
—Mañana te lo traigo, lo firmas y te quedas con una copia del contrato de trabajo. Son 3000 dólares mensuales, porque eres interna y si te necesito más horas… pero una vez que limpies, no tienes tanto trabajo. Puedes hacer lo que quieras cuando acabes tu trabajo.
«Eso sería perfecto, mejor que buscar por ahí...», pensó ella.
—¿Qué tipo de comida le gusta?
—No soy delicado.
—Toma.
Y le dio una lista de bebidas que debía comprar.
—Cuando tenga una fiesta te daré la lista de lo que quiero.
—Bien.
—¿Sabes cocinar bien?
—Sí, señor, tengo un curso de chef, no necesitará a nadie.
—¿En serio?
—Sí, en serio.
—¿Ni camareros?
—¿Para qué? las bandejas pueden ponerse en las mesas, la gente no es manca, ¿no?
—Tienes razón.
—Bueno, de momento compruebas si faltan productos de limpieza y sobre todo las bebidas, la comida… Las compras con esta tarjeta y el tinte. Tienes que darme tu número de cuenta para el ingreso de tu nómina. —Y ella se lo dio. Lo juntó con la copia del DNI y el pasaporte—. Bien, esta tarjeta tiene 5000 dólares, espero que tengamos para comer los dos cada mes. Si hago fiesta o celebración, te lo dejo en efectivo junto con la lista.
—Perfecto.
—¿Y ahora qué hay?
Y abrió la nevera y lo miró…
—No hay nada —dijo Nerea.
—No, lo siento. Voy a pedir chino y comemos.
—¿Puedo darme una ducha mientras traen la comida?
—Llamo y me doy yo otra. Da tiempo.
—¡Ah, Nerea!
—Dígame, señor.
—Estas son las llaves, tómalas. Si se te olvidan, el portero tiene otras, abajo hay un súper y nos traen la compra. Y esta es la tarjeta de la empresa y mis teléfonos. Solo urgencias. Este es el de la casa. Necesito el tuyo. —Nerea se lo dio.
—Creo que está todo.
—Pues nada, una ducha y mañana empiezas.
—Tardaré al menos tres o cuatro días en dejar esto totalmente limpio. Es muy grande.
—Lo sé, no te preocupes.
¡Ah, Dios!, se metió en su suite y se dio una ducha, estaba muerta, y tenía ganas de pillar la cama.
Mientras comían…
—La cena siempre a las diez, suelo venir tarde.