Colgada en Nueva York. Erina Alcalá
has hecho. Tu primera cena. Si no me gusta, te despido… —dijo riendo.
—Aún está a tiempo.
—Vamos a comer, mujer. Ummm, ¡qué bueno está! Es arroz con pollo y gambas, almejas, mejillones…
—Es paella.
—¿Paella española?
—Bueno, hay muchas clases de paella, iré variando los ingredientes cuando la haga.
—¡Me encanta!
—Y la ensalada de aguacates con olivas y tomates pequeños. Este aceite…
—Es de oliva. Es un poco más caro, pero mejor para el colesterol, además, no voy a utilizar grandes cantidades y merece la pena para las comidas.
—Deberías ser chef, Nerea.
—Soy chef, hice dos cursos en España, por hobby.
—¿Por hobby? ¿Y entonces a qué te dedicabas?
—Soy profesora de castellano y literatura americana. Y escribo novelas románticas.
—¿Para alguna editorial?
—De momento las publico en Amazon.
—¿Y te da para vivir?
—En España, sí, aquí, ya veré, de todas formas, seguiré escribiéndolas en español.
—Vaya, tengo una escritora chef en casa. Y una profesora.
—Sí.
—¿De dónde eres?
—De Málaga.
—¿Y cómo te enteraste del trabajo?
—Cuando me lo encontré en el pasillo, me metió dentro.
—Menos mal que eres sincera.
—¿Por qué?
—Porque la chica que iba a contratar estuvo dos horas esperando, se fue y tiene otro trabajo. Si no, tendrías que irte.
—No me dio tiempo de decirle nada, iba a ver a una amiga. Vive en la puerta de al lado, pero no doy con ella.
—¿Sigues queriendo el trabajo?
—Sigo, sí, me gusta, voy a tener tiempo de escribir y limpiarle la casa, la comida…
—Me encanta la zona, el horario y el sueldo.
—¡Está bien, Nerea!, porque no me gustan las mentiras.
—No dije ninguna, no me dejó decir nada. O eso, o me iba a un hotel.
—Bien, vamos a ver.
—Sí.
—¿Tienes veinticinco años? —le preguntó mientras comían.
—Sí, veinticinco cumplí el mes pasado, en marzo.
—¿Has ido a la universidad?
—Sí, hice literatura. Se lo acabo de decir.
—¿Y no puedes dar clases?
—Bueno, estaba estudiando el máster, me faltaban las oposiciones para entrar en un instituto, aunque puedo entrar en uno privado sin oposiciones. Pero quise venirme aquí y me costará más encontrar un instituto, aunque lo intentaré, tengo a mi amiga Andrea. Y me gusta escribir. Y cocinar. Usted es una sola persona, si fuese una familia, no podría estar trabajando con usted. Sería demasiado trabajo para mí para poder hacer otras cosas. Pero mientras, puedo quedarme con usted.
—Y te quedarás. Te necesito ahora. En dos semanas hago una reunión de amigos, el viernes.
—¿Sí? ¿Para cuántos y qué desea?
—Pues canapés, ¿sabes hacerlo?
—Claro.
—Pues canapés y algunos platitos, pinchos y champán, no hay otra bebida que esa.
—¿Cuántos serán?
—Unos quince.
—Puedo con ello.
—¿En serio?
—Sí, ¿a qué hora?
—A las ocho, la hora de la cena.
—Tendré preparado todo. Meteré el champán en el enfriador de botellas.
—Te diré la marca.
—Vale, y la cantidad.
—También.
—No se preocupe, saldrá estupendamente.
—Cogeremos el salón y la terraza, la cocina y el aseo. El resto de las habitaciones estarán cerradas —dijo Nerea.
—Bien. Me parece perfecto.
—Yo me ocupo.
—¡Qué bueno está esto! Mejor que en el restaurante donde suelo comer.
Y ella rio.
—¿Y tus padres? —le preguntó Taylor.
—Están divorciados. Mi padre es ingeniero. Nos dejó cuando era pequeña, tiene otra mujer. Mi madre también tiene otra pareja. No se llevan muy bien que digamos. Y mi madre tiene una perfumería en el centro. Es suya.
—¿Y con quién vivías?
—Con ella, pero no aguantaba su humor, aunque la quiero mucho, nos contábamos todo. Y me vine con mi amiga Andrea, que no me contesta el teléfono, quizá esté de viaje.
—¿No tenías novio ni dejaste a ningún chico?
—Sí, lo dejé hace unos meses. Estoy libre. Como el viento. Y la distancia me vendrá bien.
—Eres graciosa, pero hablas bien inglés.
—¿Cuántos idiomas sabes?
—Solo inglés y castellano, ¿y usted?
—Tú, Nerea, de tú.
—¡Está bien! Sé cuatro, además francés y alemán. Puedo practicar contigo el castellano.
—Si quieres... —le dijo en castellano—. Pero no en alemán. Ese es complicado para mí.
—Un poco, sí. ¿Qué tenemos de postre? Porque ya no puedo más.
—Café y tarta, fruta, yogurt…
—Fruta.
—Fresas, plátano, naranjas, uvas, arándanos, manzanas, melocotones…
—¡Qué variedad!
—Y café por la mañana.
—Ummm, eso lo necesito. Prefiero un plátano.
—¿Café no?
—No, esta noche no me apetece.
—¿Ni tarta?
—Tampoco, la dejamos para mañana, a no ser que tú quieras.
—Quiero, sí.
—Pues venga.
Retiró los platos y le dio un plátano; ella se sirvió un trozo de tarta.
Cuando acabaron, él entró y se lavó los dientes; lo oía. Mientras, ella recogía todo, metió todo en el lavavajillas y recogió la cocina.
Y se levantaría temprano a hacerle el café recién hecho, mientras se duchaba al venir del gym.
—Me voy un rato al despacho, Nerea. Voy a trabajar. Gracias por la cena, ha estado buenísima.
—Pues si no me necesitas me voy a la cama, estoy muerta. ¿A qué hora quieres el café?
—A las siete.
—Bien.
Puso