Colgada en Nueva York. Erina Alcalá
—¿No tienes novia?
—No. Vengo a por ti a las siete, damos un paseo y cenamos y tomamos una copa.
—Bueno, tengo libertad.
—Hecho. Te espero a las siete abajo.
—¿No quieres que se entere Taylor?
—De momento no. Me daría el coñazo.
Y ella rio.
—Vale, a las siete abajo.
—Dile que llegarás tarde.
—Puedo venir cuando quiera, tengo desde el sábado a mediodía hasta el lunes a las siete.
—Ah, perfecto. Bueno, guapa, voy a dar una vuelta antes de que el jefe nos mate.
—Sí, anda, que no me dejas.
Y así ella fue rellenando los postres de la gente que quedaba y retirando bandejas hasta que casi todo el mundo fue retirándose de la terraza, del salón y el último tal como vino, Jacob, se fue.
Se quedó Sonia a dormir.
—Vamos a la cama, cielo.
—Sí, estoy agotado.
—Nerea, deja eso y lo recoges mañana.
—No importa, voy a dejarlo listo.
—Déjala, es mejor que lo recoja.
—Buenas noches, Nerea, y gracias, ha sido genial, les ha gustado a todos, un éxito. Dentro de poco tendremos otra, pero una cena.
—Bien.
—¡Buenas noches, Sonia!, ¡buenas noches, Taylor!
—¿Le dejas que te llame Taylor?
—Sí, le dejo, ella no quería. —Y Nerea oyó lo que le dijo:
—Cabrona de mierda…
Recogió y puso las copas en el lavavajillas, y el resto lo fregó a mano. Lo puso a escurrir mientras quitaba las bandejas, las fregó e hizo lo mismo, limpió las mesas y dejó fregada la terraza y el salón, limpió la cocina y guardó todo, quedó algo de la bandeja, se sentó en un taburete y mientras terminaba el lavavajillas comió y se bebió un par de copas de champán.
En estas, salió con un pijama sin nada por encima Taylor, y casi se atraganta.
—¿Aún no te has acostado?
—No, espero que salga el lavavajillas mientras me tomo una copita y como algo.
Se llevó un vaso de agua.
—¡Hasta mañana!
—¡Adiós!
Cuando acabó de comer, colocó las copas, terminó de limpiar la cocina y el suelo, y no quedó ni rastro de la fiesta.
Se dio una ducha, se quitó el maquillaje y no oyó nada en el silencio de la noche. «Esos debían hacer el amor silencioso», pensó ella.
¡Menuda arpía debía estar hecha! Si lo llega a pillar desnudo y a ella en la cocina seguro que le hubiera dicho que la echara a la calle.
No era por nada, pero la comida había estado buena.
—A mí me gustaría ver qué haces en la cocina, tonta del culo —dijo Nerea hablando sola mientras terminaba de fregar el salón.
«No sé cómo a los hombres les gustaba ese tipo de mujeres. Como decía Jacob, era tonta retonta. Allá él…», pensó.
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