Una okupa en mi rancho. Erina Alcalá

Una okupa en mi rancho - Erina Alcalá


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      UNA OKUPA EN MI RANCHO

      Erina Alcalá

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      Primera edición en digital: Enero 2020

      Título Original: Una okupa en mi rancho

      © Erina Alcalá

      ©Editorial Romantic Ediciones, 2020

      www.romantic-ediciones.com

      Diseño de portada: Olalla Pons

      ISBN: 9788418616068

      Prohibida la reproducción total o parcial, sin la autorización escrita de los

      titulares del copyright, en cualquier medio o procedimiento, bajo las sanciones establecidas por las leyes.Logotipo, nombre de la empresa Descripción generada automáticamente

      «Hay un final para cada viaje y hasta para cada huida,

      pero dónde termina una deserción, cuándo.

      La corriente del río tiene una textura oleosa manchada de rojo en la luz declinante.

      Se puede ir huyendo de la desgracia y del miedo tan lejos como sea posible,

      pero dónde se esconderá uno del remordimiento».

      La noche de los tiempos (2009), Antonio Muñoz Molina

      A las mujeres y hombres que sufren maltratos

      CAPÍTULO 1

      Travis Olsen

      Travis Olsen, hijo único de Marc y de Marie Olsen, se había criado en el rancho Olsen, propiedad de su abuelo, el padre de su padre, Frank Olsen, viudo desde que Travis tuvo uso de razón.

      Él conoció poco a su abuela, casi no la recordaba. Murió cuando era pequeño, con apenas cuatro años. Pero allí, en ese entorno maravilloso y que tanto le gustaba, amaba a su abuelo y a sus padres.

      El rancho Olsen estaba situado a seis millas de Dubois, un pequeño pueblo en plena naturaleza, de apenas mil habitantes, en el condado de Fremont, rodeado por el río Bighorn.

      Era un gran rancho de caballos, y un arroyo lo atravesaba. Travis aprendió a cabalgar de pequeño cuando su padre le compró un pony precioso blanco y negro al que llamó Big.

      Sin embargo, nunca supo qué cambió en su padre cuando él cumplió los trece años. Su abuelo decía que debía tener una enfermedad, se volvió agresivo y empezó a descargar en Travis el látigo por cualquier razón.

      Recordaba a su madre llamando a los vaqueros y a su abuelo, mientras él se encontraba tirado en el suelo y su padre le propinaba latigazos. Por cualquier cosa que hacía, sin ningún motivo; venía del colegio, o del instituto más adelante, y su padre lo azotaba sin compasión.

      Y así pasaron los años. Recordó cómo murió su madre cuando él cumplió dieciséis años, y Travis le echó la culpa a su padre, odiándolo por encima de todas las cosas.

      Rememoraba cómo su madre lloraba y le curaba las heridas de la espalda y de la cabeza. La echaba mucho de menos.

      Su único refugio era su abuelo, pero el pobre no podía con su hijo. Incluso más de una vez que se puso delante para que no le pegara al muchacho, recibió más de un puñetazo de su hijo.

      No había quién lo parara. Se había vuelto loco. Travis tenía marcas en la espalda de las palizas que había recibido esos años de su padre.

      Una noche, cuando su padre regresó a casa borracho y se quedó dormido, el abuelo le preparó un bolso con ropa y le dio dinero a Travis. Fue la noche de su dieciocho cumpleaños.

      ―Hijo. Vete al ejército, a los marines, saca un billete a Warren. Quédate en las Fuerzas Armadas y no vengas hasta que el rancho esté vacío y estemos muertos. Yo dejaré al notario todo bien atado para que el rancho sea tuyo. Al paso que va tu padre no va a durar mucho. Te dejaré a ti el rancho. Cuando seas un hombre, vuelve, y si está vivo, lo echas a patadas, aunque sea mi hijo y tu padre. O yo mismo le pegaré un tiro cualquier día. Vete ya, antes de que amanezca, coge el autobús y sal de aquí o te va a matar cualquier día.

      Y Travis, apenas siendo un chico tímido y asustadizo, salió del rancho Olsen, si acaso para no volver al menos en varios años.

      Se abrazó a su abuelo llorando y salió del rancho. Fue andando al pueblo y esperó durmiendo en la calle, hasta que al amanecer pasó el autobús que lo llevaría a vivir otra historia en su vida.

      Llegó a Warren y se alistó en las Fuerzas Armadas. Allí terminó sus estudios y aprendió a pilotar. Se convirtió en un piloto de combate.

      Se hizo un hombre. Había hecho misiones en Irak y en Afganistán.

      Travis era alto y fuerte, su cuerpo cambió de ese niño asustadizo y tímido, pequeño y sin carácter, a ser un hombre alto, fuerte, de ojos azules y pelo castaño como su madre.

      Aunque seguía siendo callado, no era un tipo alegre y divertido, sino silencioso, obedecía órdenes y trabajaba bien. Era inteligente y ordenado, y nunca se metía en problemas.

      Con las chicas era igual, por eso nunca tuvo una que le durara tiempo, porque no sabía interactuar con ellas como el resto de los hombres, y sabía que no había superado ese dolor que le había infligido su padre de pequeño. Por eso lo mejor era estar alejado del rancho de su infancia y de su abuelo al que tanto quería.

      Ahora tenía veintinueve años y estaba en una base militar; en un hospital en Alemania. Su avión había sido abatido en Afganistán y pudo saltar en paracaídas, pero se rompió una pierna en la caída y un par de costillas.

      Tuvo suerte de ser recogido por un helicóptero militar americano, y lo más probable es que tuviese que darse de baja del ejército y volver al rancho para curarse las heridas, tanto de la pierna como de los emocionales, en cuanto saliera de Alemania. Tenía para casi un año de recuperación, pero según estuviese el rancho, volvería a pilotar o no.

      Bien sabía que ya no podría pilotar con esa pierna maltrecha. Y a él no le gustaba trabajar en despachos. Creía haber cumplido otra etapa de su vida. Y debía volver al punto de partida. Sin saber qué iba a encontrarse, no tenía miedo de su padre ni de nadie. Además, si su abuelo no mintió, ese era su rancho ahora, y con el dinero que había ganado lo pondría en marcha. Necesitaba aire puro, silencio y paz.

      Le quedaban tres meses para salir del hospital y en cuanto saliera se dirigiría a Dubois.

      CAPÍTULO 2

      Sandra Sivianes y Marina Paredes…

      Sandra Sivianes era una chica que había perdido a sus padres de niña. No los recordaba. Solo por las fotos que su abuela Carmen le enseñaba, la madre de su madre. Sandra fue criada por su abuela. La educó, iba al colegio, al instituto y, posteriormente, a la universidad en Jaén. Vivían en un pueblo de Jaén, llamado Arjonilla. Tenía pocos habitantes.

      Cuando ella decidió estudiar veterinaria, porque le encantaba, su abuela no se opuso. Vivían las dos solas en una casa que era de su abuela. La de sus padres, la abuela la vendió como representante suya y le guardó el dinero junto con el que tenían sus padres para cuando se casara, dárselo o quizás cuando se independizara.

      Sandra era una chica hermosa de pelo castaño que le llegaba por media espalda, de 1,60 de estatura, y sus ojos color miel claros preciosos y de grandes pestañas. Era alegre, conocía a todo el pueblo, salía y entraba cuando quería. Estaba feliz con su abuela a la que quería mucho.

      Iba y volvía todos los días en el autobús cuando entró en la universidad. No quiso alquilar un piso compartido con otras estudiantes porque los autobuses le venían bien. Podía coger el que iba al pueblo, o a veces de otros dos pueblos de al lado que paraban en el suyo. Así se ahorraba pagar parte del alquiler de un piso y dormía con


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