Una okupa en mi rancho. Erina Alcalá

Una okupa en mi rancho - Erina Alcalá


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la de la casa principal. Dentro están el resto de las llaves con los nombres de cada cosa, su tío abuelo era así.

      ―Si tengo que reformar algo, ¿me puede recomendar un contratista?

      ―Este es el mejor. ―Y le dio una tarjeta.

      ―¿Tiene luz?

      ―Sí, dele a la llave y a la del agua en cuanto entre, están en la entrada a la derecha, pero tiene que ir al Ayuntamiento a darse de alta, yo me ocupo cuando tenga todo y se lo pongo a su nombre. No le cobro nada, no se preocupe.

      ―Si le tengo algo que pagar…

      ―Nada, mujer.

      ―Bueno, entonces, me llevo las llaves y si me dice dónde está el rancho…

      Se asomó con ella a la calle.

      ―¿Ve la gasolinera al final del pueblo?

      ―Voy a pasar a comprarme un coche.

      ―Bien. Pues siga la carretera, y cuando pase unas cuatro millas verá un cartel: «Rancho Olsen» a la derecha, siga otra milla y lo verá.

      ―Estupendo. Gracias, señor Harris.

      ―Bien, ahí lleva todo, me encargo de lo demás y la llamo quizá en tres días.

      ―Muy bien.

      Siguió con su maleta hasta la gasolinera y entró en el concesionario. Se compró un monovolumen que le recomendaron.

      ―Si luego pone el rancho en marcha, necesitará camionetas.

      ―Ya veré qué hago, de momento pienso reformarlo y veré lo que realizo luego.

      ―Puede llenarlo ahí de gasolina. Tiene poca.

      Lo pagó con tarjeta y la gasolina también. Enfrente había un supermercado que parecía más bien un almacén. Se paró a comprar algunas cosas, ya otro día haría una compra mayor.

      ―Si va al rancho Olsen, le podemos llevar la compra si pasa de 100 dólares. Tome nuestro teléfono.

      ―Bueno, gracias, voy a llevarme unas cuantas cosas que necesito de momento, pero al final serán muchas más. Vendré en cuanto lo vea.

      Cuando llegó a la puerta del rancho abrió la cadena que lo cerraba y miró alrededor.

      Era una preciosidad, y supo que allí sería feliz. Tenía dinero y e iba a poner el rancho como si estuviese en funcionamiento, por si venía el tal Travis. Y le enviaría a la verdadera Marina un millón de dólares.

      Le dio pena cuando le dijo el señor Harris las palizas que le daba su padre a Travis y por eso tuvo que irse, solo su abuelo sabía dónde había ido y nunca abrió la boca.

      Si regresaba, también sería su rancho. Por eso con su parte lo iba a dejar precioso y si él venía le tendría preparado sus cinco millones para lo que quisiera. Por si quería meter caballos o comprar lo necesario. Ella solo iba a reformar todo. El resto…

      Quizá no volviera o estaba muerto, o casado en Nueva Zelanda.

      Bueno, ella no tocaría ese dinero a no ser que tuviera cuarenta años, ese tiempo le concedería. Era suficiente.

      Dejó la cadena en el suelo y siguió el camino, un tanto abandonado, pero la primavera florecía en el rancho y había pastos para ganado. Se veían bebederos a lo lejos y un gran arroyo.

      Paró el coche en la puerta de lo que debía ser la casa principal. A lo lejos había un edificio grande de dos plantas y una casita pequeña de una planta al lado con dos garajes, y mucho más lejos unas filas de cuadras y un par de redondeles, que sería para domar los caballos o pasearlos. Luego había como tres graneros. Tendría que observar toda la propiedad.

      De momento abrió y el polvo la echó para atrás.

      La casa tenía tres garajes a la izquierda. Y ella entró en la casa con las manos en los ojos, para poder ver.

      A la derecha le dio a los dos apliques que le dijo el señor Harris de la luz y el agua, y la luz del techo se encendió.

      Bueno, al menos la luz la tenía ya, fue abriendo puertas y ventanas de todas las estancias. Subió y también aireó todas las habitaciones.

      Arriba tenía cuatro dormitorios y dos baños, uno dentro del principal y el otro al lado de las tres habitaciones; estas eran grandes, enormes, y los muebles estaban oxidados, las camas eran de hierro. Todo estaba para tirarlo, pintar y restaurar.

      La parte de abajo tenía dos salas amplias y grandes, un salón y una cocina, separados.

      El patio con un aseo y otro cuarto de lavado. El patio estaba cubierto de tierra y florecillas que parecía un campo; era extenso y tenía una mesa y dos sillas blancas de terraza rotas y oxidadas también. Todas las estancias eran enormes. Un gran caserón para reformar.

      La cocina era… los electrodomésticos blancos oxidados, todo estaba hecho un asco, de polvo, óxido, ropa vieja y olor a tabaco aún. Y salió con un racimo de llaves para inspeccionar la otra casa, la pequeña de una planta. Estaba un poco mejor, pero tenía dos dormitorios, un salón y una salita pequeña, el patio más reducido y un baño entre los dos dormitorios. Y garaje para dos coches.

      El pabellón alto debía ser donde dormían los vaqueros cuando el rancho estaba en funcionamiento. Era grande. Abajo tenía una gran sala con cocina y fuego, una gran mesa vieja de madera y sillas rotas de enea. Arriba, a un lado, veinte habitaciones, una tras otra con camas y colchones y ropa para tirar. Y al otro lado del pasillo, los baños, duchas y lavabos, y espejos viejos, para veinte personas, como las habitaciones, y al fondo un cuarto con lavadoras y secadoras, cinco, para temblar, con estantes para doblar la ropa, todo doblado hacía ya tiempo.

      Bueno, habría que ir arreglando todo.

      Las cuadras eran muy espaciosas, se ve que hubo muchos caballos en su tiempo y de los rodeos habría que cambiar las maderas. Los pabellones… uno tenía herramientas y un viejo tractor, y un depósito sería para gasoil. Y espacio para meter camionetas. Era enormemente alto.

      El otro era más pequeño, un granero y herramientas para el grano. Y un pequeño despacho con artículos para veterinaria, ya caducados. Una mesa y una silla de hierro blanco desconchada.

      De ahí, de lo que había visto, no podía salvarse nada.

      Y el tercero de los pabellones, cerrado también, se veía que era para meter más caballos. No veía la diferencia entre los caballos de las cuadras y los que habían metido en ese gran pabellón. Bueno, ya se enteraría. A lo mejor serviría para las yeguas preñadas…

      Iba a irse a dormir a la casa pequeña, la que estaba en mejores condiciones.

      Pero sacaría solo la comida, la metería como pudiera en la nevera y en la encimera de la cocina. Cerró todo, se dio una buena ducha, puso una sábana que encontró en un cajón, la extendió en la cama y estuvo durmiendo hasta el día siguiente.

      Cuando miró el reloj eran las doce de la mañana. Había dormido un montón de horas. Envió un mensaje a su amiga Marina de España. Le dijo que le enviara por mensaje su cuenta bancaria para ingresarle el millón de dólares. Luego, se hizo el desayuno.

      Llamó al contratista y le pareció mentira, pero el hombre apareció en una hora allí.

      ―¡Hola! ¿Qué tal?, soy Roy Bud, el contratista, hemos hablado por teléfono hace una hora

      ―Sí, Marina Paredes, encantada.

      ―¿Es de por aquí?

      ―No, soy española. Frank Olsen era mi tío abuelo y ahora he heredado el rancho.

      ―Una pena que este rancho esté desaprovechado, ¿lo va a poner en marcha?

      ―No de momento.

      ―¿Entonces?

      ―Lo que voy a hacer es reformarlo por completo, luego veré qué hago con él.

      ―¿Y


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