¿Qué le haría a mi jefe?. Kristine Wells

¿Qué le haría a mi jefe? - Kristine Wells


Скачать книгу
haré.

      —Entonces es una suerte que sea millonario.

      No puede contener una carcajada y eso capta la atención de alguno de los empleados que se dirigen a sus despachos. Le sonríen, al fin y al cabo es el jefe y puede hacer lo que quiera y tener una carcajada de lo más estridente..

      ¡Jolin! Menudo buen rollo en las plantas superiores. ¿Por qué nos amargamos tanto los de abajo?

      Luego suspiro, está claro que es porque queremos llegar aquí arriba. Y seamos sinceros, ¿quién no querría estar aquí arriba? Con él.

      Lo miro sin poder evitarlo.

      Lo que dicen las revistas es cierto, es un hombre condenadamente sexy. No puedo dejar de pensar en todas las guarrerías que le haría a ese pobre hombre, en el despacho con paredes de cristal, dentro del ascensor, sobre una mesa del restaurante..

      Para… Es genial que pienses en empotrar al jefe contra uno de los paneles del ascensor para enrollarte con él. Sí ¿Y sobre la mesa de su despacho? La miro y parpadeo. ¿Y el baño? En esta planta debe haber un baño de mármol precioso…

      ¡Genial! Sigue pensando en mármoles y menos en follarte a tu jefe.

      Jadeas.

      —¿Ocurre algo?

      —¿Eh? No, no, simplemente que esta no es mi zona de confort.

      James me mira comprendiendo a qué me refiero.

      —¿Las plantas superiores?

      Me encojo de hombros.

      —Yo no me preocuparía por eso. —Parece tan seguro de sí mismo—. Pronto lo será.

      Lo miro escéptica.

      —¿Por qué lo crees? —Acabo de tutear al jefe ya casi sin darme cuenta. Esto es genial.

      —Quiero que sigas trabajando para mí.

      Intentos tomar aire lentamente por la nariz, pero necesito oxigeno así que lo toma rápidamente por la boca y me pongo a toser como una loca.

      ¿Quiere que trabaje para él?

      ¿Qué demonios significa eso? ¿El despido de Clark es válido? En fin, no debería serlo, porque James Stemphelton es el jefe de mi jefe…

      —¿Estás bien?

      Su mano, su increíble y perfecta mano masculina se pone encima de uno de mis hombros.

      La miro como si fuera una pulsera de diamantes de Tiffani’s.

      Jadeo.

      —Sí.

      —No lo pareces.

      —Creo que se llama estar en shock.

      Él se ríe, como si lo que acabara de decir fuera una broma.

      —Eres muy graciosa.

      Y tú estás tremendo. Pero no lo digo en voz alta. ¡No, santo Dios! De haberlo hecho me tiro del piso sesenta, o seguramente sería él quien me despediría. Cosa que seguro hará cuando sepa que fantaseo con arrancarle los botones de la camisa.

      Me humedezco los labios y me acaloro de solo pensarlo.

      Por suerte su voz me distrae.

      —Verás, yo suelo ser un hombre que me enorgullezco de saber tratar con cierta clase de personas. Sobre todo, los cretinos. Pero de vez en cuando se me cuela alguno en la empresa. No sé si me entiendes.

      Mira, eres demasiado guapo y acabamos de conocernos, es normal que me distraigas y no te pille.

      —La verdad es que no.

      —Bueno, pues Tina, tiene mucho mejor olfato que yo. A ella no se le pasa ni uno. Me refiero a los capullos.

      ¡Hala! El jefe ha dicho capullos.

      —Los capullos no tienen cabida en Stemphelton.

      ¡Así se habla! ¡Abajo los capullos!

      —Clark va a flipar, porque no he conocido nadie más capullo que él.

      De pronto me pongo roja como un tomate y me tapo la boca. Genial, eso sí que lo han escuchado mis oídos, porque lo he dicho en voz alta.

      Para distraerle y dejar de escuchar sus risotadas, se ve que me encuentra la mujer más desternillante sobre la faz de la Tierra, carraspeo y le pregunto:

      —¿Quién es Tina?

      —¡Ah! —Me guiña un ojo.

      ¿Por qué me guiña un ojo?

      ¿Acaso cree que estoy celosa? ¡Menuda bobada!

      Seguro que está superbuena…

      —Ella es el amor de mi vida, mi secretaria y más leal consejera.

      Mierda, está pillado.

      Me deshincho como un globo. Pues claro, ¿cómo un hombre como aquel podría estar soltero?

      Me encojo de hombros. Tan buena suerte no podía ser real.

      —Tina me recomendó echar un vistazo a tu proyecto —me dice volviendo al entusiasmo inicial sobre el asunto que nos ha traído a la última planta del edificio—, al parecer, tus compañeras ayer estaban hablando de lo duro que trabajas. Así que se interesó por ti, e hizo que yo también tuviera interés en conocer tu proyecto. Además, hace veinte minutos Claudia ha llamado a Tina para pasarle el informe de noticias.

      ¡No jodas!

      —Jolines… estas chicas.

      Informe de noticias, ¿eh?

      —Bajé por la noche —continúa diciendo James— y te vi en tu sitio, pero no quise molestarte.

      El jefazo buenorro me vio trabajando hasta tarde, y no quiso molestarme, es una monada.

      —¿En serio?

      —Una hora después ya no estabas, pero había un informe sobre la mesa de Clark que ojeé con cuidado.

      —¿Así fue cómo lo vio? —Parpadeo sorprendida, gratamente.

      Él asiente.

      —Y también lo vi esta mañana, al menos una copia que hizo Clark.

      —¿Una copia?

      —Me lo subió esta mañana temprano para decirme lo mucho que había trabajado en él.

      —¿Qué coño…?

      Él asiente.

      Estoy a punto de pedir perdón, pero mis ojos se entrecierran. Es una suerte que ese capullo esté en la primera planta o de lo contrario no tendría tiempo para calmarme lo suficiente y tendría que arrancarle la cabeza de cuajo.

      —Ha hecho pasar mi proyecto por suyo. —¡Estoy indignada!

      Sí, ¡Indignémonos!

      —Al menos lo ha intentado. Pero ya no debes preocuparte, Clark ha dejado de ser una molestia, o lo dejará de ser hoy mismo.

      No entiendo muy bien lo que quiere decir, y la verdad, me importa un comino cuando mi jefe me toma de la cintura y me empuja hacia el interior de su despacho.

      —Siéntate, creo que has tenido muchas emociones fuertes.

      Asiento, pero Clark queda en segundo plano cuando miro hacia arriba. El cuello estirado casi se me parte al verlo desde abajo. Es tan condenadamente perfecto.

      —¿Sabe que me ha despedido? —pregunto como de pasada, por decir algo.

      Asiente.

      —Créeme, no serás tú quien hoy pierda su trabajo. De hecho quiero que pases a trabajar en la última planta, conmigo.

      Vayaaaa… el jefe es la caña.

      Miro


Скачать книгу