¿Qué le haría a mi jefe?. Kristine Wells

¿Qué le haría a mi jefe? - Kristine Wells


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al día? Si no me ha dicho una mierda del problemilla.

      —Ya tiene el contrato en sus manos, y… ¡chan! Un boli —Su cara de entusiasmo es deslumbrante—. Firma, por favor.

      Yo vacilo, pero por lo que he leído es un contrato espectacular.

      —¿En serio me pagaréis esto si me despedís antes de dos años? —pregunto incrédula.

      Tina y James asienten.

      —Una compensación por el trabajo realizado y que no vas a poder llevarte a otra empresa si te marchas o te despedimos.

      —Yo nunca…

      —Lo sé. —James me guiña un ojo. Sí, casi se te caen las bragas.

      Vale, esa mirada… acabo de derretirme.

      Firmo antes de que cambien de opinión.

      —¡Genial! Bienvenida al club Stemphel. —La miro raro y ella cabecea—. Sí, es Stemphelton, pero es demasiado largo.

      —Tina…

      James la mira con los ojos en blanco.

      —Bueno… es hora de que me retire de mi despacho de secretaria. —Me guiña un ojo—. ¿A que es genial? Creen que me jubilaré pronto, por eso me lo consienten todo. ¡Van listos!

      Y yo la creo.

      Lo cierto es que Tina tiene el despacho pegado a la sala de juntas para que vaya informando de todo lo que ahí dentro ocurre, al señor James Stemphelton. Me doy cuenta de ello, por eso, entre otras cosas, Tina es indispensable.

      Cuando nos dejan solos, el ambiente vuelve a cargarse.

      Hay electricidad por todas partes, lo noto, sobre todo en la mirada profunda y azul de mi jefe.

      —En nada tendremos reunión con mi padrastro. No debes preocuparte por nada.

      Quiero decirle que no estoy preocupada por su padrastro, sino porque él se está acercando al sofá.

      Se desabrocha el botón de la americana y se acerca mi lado.

      ¡Vaya seductor!

      Mis bragas ya van por los tobillos.

      —No te dejes impresionar por todo esto —señala el despacho y las vistas, pero se ha olvidado de señalarse a sí mismo que es lo que realmente me inquieta—, como ya te he dicho te acostumbrarás a todo esto. La gente que trabaja en esta planta corre o vuela dependiendo del día. El ritmo de trabajo es alto, pero vale la pena.

      —Sí —me río—, ya he visto mi sueldo.

      —Estoy seguro de que valdrá cada centavo.

      Bien, no es un pervertido, porque esa frase no ha llevado ninguna carga erótica, así que no piensa ofrecerme semejante contrato laboral para que me acueste con él.

      Vamos, Janna… como si no fuera suficiente con pedírtelo, perra. Seguro que, si te dijera arrodíllate, estarías sacando la lengua a por el hueso.

      Me aclaro la garganta y me abanico con la mano. Mi voz interior hoy tiene la lengua muy suelta. De pronto creo que James Stemphelton está demasiado cerca.

      —¿No hace calor aquí?

      —¿Tú crees?

      Lo miro con incertidumbre y me encojo de hombros.

      —Bueno, exactamente… ¿a qué voy a acostumbrarme? ¿Trabajaré en esta planta?

      Él me mira enigmático y aunque su mirada azul no ha perdido brillo, sí que noto algo diferente.

      —Te buscaremos un despacho… cerca del mío.

      Eso hace que me acalore todavía más, pero qué le vamos a hacer, no voy a largarme de ese sofá, ni a separarme de mi jefe, ni muerta.

      —Eso será fantástico.

      —Y tengo una oferta para ti que no podrás rechazar…

      ¡Problemas! ¡Problemas! ¿A qué viene esa mirada? ¿Es mirada de sexo o a bizqueado?

      Me acerco un poco y… ¡Altoooo! El tipo huele demasiado bien.

      —Joder…

      —¿Que?

      —Nada. —Rio nerviosa e intento levantarme del sofá, pero entonces una de sus perfectas manos me toma de la mía.

      —¿Te sientes incómoda? ¿Te has pensado mejor lo de trabajar en el proyecto de Cadwell?

      ¡Dios! ¡El proyecto de Cadwell… Sí, hablemos de eso. Desde luego es lo único que puede distraerme de lo bueno que está mi jefe y de todas las cosas que le haría.

      —El proyecto de Cadwell.

      Él asiente, pero veo claramente que no está muy hablador.

      —¿Qué problema hay con el proyecto?

      Es solo una milésima de segundo, pero se da cuenta de que Tina no me ha contado nada, y claramente no sabe si reír o enfadarse. Ladea la cabeza y se siente francamente agotado.

      Opta por las dos opciones.

      —Tina es de lo que no hay. Si no fuera la mejor…

      Otro gallo le cantaría, eso seguro.

      De pronto se pone en pie, mira la carpeta, la que lleva el contrato con mi firma, y él también estampa la suya.

      Se queda de pie observándome, justo frente a mí.

      No te sientes incómoda ni nada por el estilo. Los tipos que te intimidan o suelen pasarse de la raya, los manejas con mucha destreza, pero este no es el caso. Porque darías todo el helado de chocolate que guardas en el congelador para que él no se alejara ni un milímetro.

      Entonces ves su expresión.

      Quiere decirte algo.

      Otra vez suenan las alarmas en tu cabeza.

      Tragas saliva.

      —¿Tan malo es? —pregunto un tanto acojonada.

      Con un sueño cumplido como el de tener un supertrabajo en la empresa Stemphelton y ese sueldazo, algo malo tiene que pasarme, quizás me caiga por el hueco del ascensor o algo así. Pero él no parece darle mucha importancia a mi preocupación.

      —¿El qué?

      —Lo que vas a pedirme. El problema con el proyecto. ¿Hay cadáveres en el solar? ¿Tengo que esconderlos en un pozo ciego?

      James se ríe y el ambiente se relaja.

      —No, no es eso, nada tan grave —carraspea—. Pero…

      Ahí está.

      Algo está pasando, lo veo en su cara. Claramente ha perdido valor, así que retrocede un paso, dos…

      ¿Qué hace?, ¿huye?

      Veo cómo se acerca a la mesa de Tina y alarga la mano para apretar un botón del teléfono.

      —Tina.

      Tiene puesto el altavoz. No parece haber respuesta al otro lado de la línea, pero oigo su respiración.

      —¿Ya se lo has dicho?

      Me pongo tensa, pero él me mira con su arrebatadora sonrisa y menea la cabeza. ¡Le está quitando importancia al tema!

      —¿Lo que te he dicho que le dijeras? No, no. Lo haremos en la reunión.

      —No me parece una buena idea.

      —A mí empieza a no parecerme buena idea tenerte como secretaria.

      —No soy secretaria y si lo fuera… Eso es una mentira como un templo, pero lo pasaré por alto. Sé que no quieres bajarme la autoestima.

      —Como si eso fuera posible, pelirroja.

      Me


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