El capitaloceno. Francisco Serratos
EL CAPITALOCENO
UNA HISTORIA RADICAL DE LA CRISIS CLIMÁTICA
FRANCISCO SERRATOS
A los animales.
Marx dijo que las revoluciones son la locomotora de la historia mundial. Pero tal vez las cosas se presenten de muy distinta manera. Pudiera ser que las revoluciones sean el acto, ejecutado por la humanidad que viaja en ese tren, de tirar del freno de emergencia.
—WALTER BENJAMIN
Contenido
11:58:20 PM
En nuestro afán por historiar el Apocalipsis, hemos creado varias formas de medir el tiempo que nos queda de vida como especie. Una de esas invenciones fue el Doomsday Clock, en 1947, a raíz del miedo que experimentó el hemisferio occidental por la amenaza de una guerra nuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética. La creadora fue Martyl Langdorsf, artista y esposa de uno de los científicos que participó en el Manhattan Project para la creación de la primera bomba atómica. Su objetivo fue concientizar sobre el peligro de las nuevas fuerzas nucleares en el mundo, pero una vez mitigada la paranoia nuclear, ahora se utiliza para medir simbólicamente cualquier peligro global que amenace la vida terrestre y la paz mundial, desde conflictos bélicos hasta desastres como el cambio climático. Cuando el reloj inició, las manecillas marcaban 7 minutos antes de la medianoche y han descendido hasta los 17 minutos cuando Estados Unidos y la Unión Soviética firmaron un acuerdo para reducir su armamento nuclear en 1991. Estos minutos no representan un tiempo real sino eventos históricos que hacen desplazar a sus manecillas hacia atrás o hacia delante dependiendo de la amenaza de los sucesos que marca; es decir, el reloj del fin del mundo no mide el tiempo sino los acontecimientos. En total se han movido veintidós veces desde su creación. Lo más cerca que hemos estado de la medianoche son 2 minutos antes, cuando Estados Unidos terminó de manera exitosa sus pruebas con la bomba de hidrógeno. Después, en enero de 2017, el reloj marcó 2:30 minutos antes de la medianoche: el inicio de la presidencia de Donald Trump en Estados Unidos. En el año 2020, el reloj marca 100 segundos antes de la medianoche, el punto más cercano a la catástrofe desde su creación en 1947; la razón es la inacción de los gobiernos para ralentizar la crisis climática. El viaje al fin de la noche apenas comienza.
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Hay un periodo geológico que me obsesiona porque es un paréntesis que está fuera de la historia. No quiero decir que no haya existido, sino que se define por su total separación de lo humano, de lo que llamamos Historia, y porque dentro de este periodo el tiempo pareció detenerse y las cosas de suceder. Fue un periodo definido por un solo acontecimiento: los acontecimientos, en cierta forma, desacontecieron; todo fue desapareciendo paulatinamente sobre la superficie del planeta. La vida, en lugar de florecer en el árbol de la evolución, se fue marchitando poco a poco. Es un periodo que me apasiona porque hasta cierto punto me recuerda mucho mi presente. Vivimos tiempos de desamparo y extinción en los que nos vemos a nosotros mismos como víctimas de un proceso que parece imposible de entender y detener. A este periodo de la historia antes de la historia y que cuenta la historia de cómo desaparecieron las cosas se le conoce como «Pérmico».
En 1990, durante el auge de los estudios pérmicos, el geólogo estadounidense Curt Teichert describió la extinción de la siguiente manera: «El modo en que muchas formas de vida del Paleozoico desaparecieron hacia el final del periodo Pérmico me recuerda esa última parte de la Sinfonía de los adioses de Joseph Haydn en la que un músico tras otro músico toma su instrumento y abandona el escenario hasta que, finalmente, no queda nadie». Lo que no menciona Teichert es que, justo antes de retirarse, cada instrumento tiene un solo muy breve, un último estertor. Así me imagino a todos los animales en el periodo Pérmico: uno a uno, en su soledad, fue muriendo tal vez sin la esperanza de haber visto su descendencia evolutiva. ¿Eso mismo está sucediendo ahora?
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