El capitaloceno. Francisco Serratos

El capitaloceno - Francisco Serratos


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estos dos fenómenos, la aceleración de la industria y el crecimiento poblacional, los avances médicos para curar enfermedades epidémicas tuvieron otras consecuencias, como el incremento de la esperanza de vida, el consumo de bienes y la polución descontrolada.

      El segundo estadio, la Gran Aceleración, Bonneuil y Fressoz coinciden con el resto de sus colegas, comienza justo después del fin de la Segunda Guerra Mundial, pero difieren en la terminación: el año 2000. El nombre «Gran Aceleración» proviene de la desmedida velocidad de todos los motores del crecimiento económico y social, como la población —sobre todo urbana—, el Producto Interno Bruto, la inversión extranjera, el uso energético, el uso de fertilizantes, la construcción de presas, el uso de agua, la producción de papel, la transportación por tierra, las telecomunicaciones, los viajes por avión y barco, tanto turísticos como de mercancías, y por supuesto la producción y consumo de alimentos. Los números en este periodo se disparan tremendamente: la población pasó de dos mil millones a casi siete mil millones, multiplicando con ello el incremento desmesurado de todos y cada uno de los factores económicos mencionados más arriba. Siendo así, la colonización humana se extendió a todos los rincones del planeta, según el científico Vaclav Smil, lo que en números se explica de la siguiente manera: si bien la masa humana ocupa 32% de la superficie terrestre, el territorio utilizado para sus actividades industriales como de energía o de alimento ocupan 67%; es decir, 97% de la biósfera es ocupada por los humanos, dejando sólo 3% para el resto de los animales y plantas. Esto explica que el ciclo de producción y consumo —sobre todo este último como motor de las economías nacionales, siendo Estados Unidos el paradigma— se aceleró hasta en un 1000% durante el segundo periodo del Antropoceno. Para alcanzar este crecimiento, la infraestructura y la tecnología bélicas —es el tiempo de la Guerra Fría— se introdujeron en la explotación natural: las formas de matar comenzaron a utilizarse en —contra de— la naturaleza, tanto por Estados Unidos como por la Unión Soviética.

      Por último, el tercer periodo, que comienza a principio del siglo XXI, es tal vez el más arbitrario de los anteriores. Se caracteriza no por un aumento o decrecimiento de las causas, mucho menos el final del Antropoceno, sino por su concienciación, el despertar de un horror, la materialización de una verdad que parece irrefrenable: estamos viviendo la sexta extinción de las especies y esta vez, a diferencia del pérmico o el jurásico, las razones se conocen, se miden, se calculan, se sienten. No es la actividad volcánica. No es un meteorito. No es una fuerza divina. Nosotros somos la causa última del problema. Se trata del nacimiento de una sensualidad y sensibilidad en relación con las maneras con que interactuamos con nuestro medio ambiente: la confirmación de que todas nuestras actividades, desde las más superficiales por cotidianas hasta las más trascendentales tienen un impacto directo en el medio ambiente. Además de ello, este tercer periodo es el de una guerra entre los que «creen» en el cambio climático y los que no, entre los dueños del capital y los pobres, entre las corporaciones y los trabajadores, entre el individuo «moderno» y el indígena. En suma, entre los que desean perpetuar un modelo económico basado en el carbón, el petróleo y el fracking, y aquellos que buscan un modelo sustentable, renovable y solidario con todas las formas de vida terrestre y marina.

      Este tercer periodo, también, es un cambio del orden geopolítico y por tanto económico: Estados Unidos e Inglaterra, que en 1900 eran, según las cifras de Bonneuil y Fressoz, responsables del 60% de las emisiones de carbono, en 1950 del 57% y en 1980 sólo del 50%, han sido superados por nuevas economías emergentes que juntas emiten la mayoría de la polución planetaria. China superó a Estados Unidos, India a Rusia; Corea del Sur a Inglaterra y Brasil e Indonesia a Alemania. Este nuevo orden macroeconómico genera conflictos desde el momento en que la producción y consumo están ligados a los procesos naturales de renovación o fabricación de recursos y, sobre todo, no hay que olvidarlo, porque una clase social dueña de megacorporaciones dependientes de este sistema financiero están dispuestos a dar la lucha por mantener su hegemonía. De esta manera, este periodo de la historia se concibe como la batalla a ganar o perder, pero lo peor de esto es que ganen unos —los ricos— o pierdan los otros —los pobres, los animales, el planeta entero—, se trata de una batalla pírrica: peleamos por algo que rebasa toda mezquindad.

      Ahora bien, querer explicar el Antropoceno desde una perspectiva cronológica y numérica, como se ha demostrado, implica sólo una mínima parte de la complejidad del fenómeno. El Antropoceno es escurridizo porque sus causas y efectos no se perciben de un solo golpe, sino que son diferidos tanto en el tiempo como en el espacio. Si hoy dejáramos de emitir dióxido de carbono totalmente, los océanos seguirán creciendo debido a que este gas se acumula en la atmósfera por cientos de años; si hoy una corporación desecha químicos tóxicos en un río, el efecto inmediato será el envenenamiento de personas y animales, pero su verdadero impacto será gradual, tal vez una o dos generaciones y un par de especies extintas. En suma, si entendemos el Antropoceno como un fenómeno que sucede en el tiempo, como un simple periodo geológico que en un punto A de la historia comenzó y que por tanto terminará en un punto B, estamos viéndolo desde una perspectiva que no responde a su naturaleza. El Antropoceno es, ante todo, un fenómeno espacial y diacrónico; su base está concentrada en determinados momentos históricos y políticos, y en determinados lugares clave de la actividad económica. No se trata, como advierte el historiador ambiental Andreas Malm, de concebir el clima en la historia, sino la historia en el clima: la forma en que la historia se desenvuelve, se moldea y se cambia de acuerdo a las condiciones climáticas es determinante para explicar no sólo nuestra condición presente, también otros eventos de la humanidad que han servido de vehículo para llegar a donde estamos, como el colonialismo, la esclavitud, la industrialización, la caída de imperios y la desaparición de civilizaciones.

      Sin embargo, si tomamos estos elementos en cuenta, que poco tienen que ver con la pureza de estratigrafía o geología, entonces la esencia del Antropoceno comienza a resquebrajarse porque se revela como un concepto que es, de hecho, ahistórico. Me explico con dos ejemplos. El primero es expuesto en un artículo firmado por cuatro geógrafos de las universidades de Londres y Leeds titulado «Earth System Impact of the European Arrival and the Great Dying in the Americas after 1492». En este artículo se arguye que el genocidio cometido por los españoles y el régimen ecológico que establecieron —incluyendo sus patógenos— durante el proceso de Conquista y colonización tuvo un impacto tan profundo en el clima global que empeoró las bajas temperaturas de la llamada Pequeña Edad de Hielo (PEH). Los autores estiman que después de 1492 la muerte de unos cincuenta y cinco millones de nativos —90% de la población— condujo a la liberación de cincuenta y seis millones de hectáreas en el continente que antes eran usadas principalmente para la agricultura. La consecuencia fue una reforestación de todas esas hectáreas, lo que a su vez conlleva la absorción de tanto dióxido de carbono de la atmósfera entre 1520 y 1610 que el clima global, de por sí frío, alcanzó un punto máximo de enfriamiento, sobre todo en el hemisferio norte, para 1628, «el año sin verano». No sería sino hasta la llegada de la Revolución Industrial en el siglo XVIII cuando el planeta entraría en un periodo de calentamiento debido al exceso de CO2 en la atmósfera. «Estos cambios», concluyen los autores, «demuestran que las acciones humanas tuvieron un impacto global en el sistema de la Tierra». Además, debido a este proceso, en otro artículo sólo firmado por dos de los geógrafos, Lewis y Maslin, consideran a 1610 o 1945 como los años en que inicia el Antropoceno.

      En este argumento hay varios problemas. El primero es que los europeos, urgidos por encontrar nuevas rutas y productos de comercio, especialmente especias, oro y plata, apenas se establecieron en el continente americano, comenzaron a alterar el medio ambiente de manera brutal con actividades como la minería que consumía cantidades extraordinarias de energía en forma de árboles, ganadería, plantaciones de azúcar, hasta la introducción de especies no nativas que modificaron para siempre biomas enteros. Doy dos ejemplos. Potosí, Bolivia, y el norte de México, los mayores centros de extracción de plata de la época, proveyeron 80% de la plata que circulaba en el mundo, desde China hasta Ámsterdam. La minería practicada requería una cantidad de madera tan impresionante que la frontera forestal se abrió hasta las montañas de Paraguay para comienzos de 1700. Asimismo, para finales del siglo XVI, dice Elinor G.K. Melville en A Plague of Sheep, las enormes manadas de ovejas españolas ya habían colapsado el medio ambiente


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