El capitaloceno. Francisco Serratos

El capitaloceno - Francisco Serratos


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implicaciones ecológicas nunca registradas en la historia del planeta y de la humanidad. Aunque el humano anteriormente haya sido capaz de manipular el espacio para ciertos fines, no alteró la totalidad del Sistema Terrestre como lo ha hecho a partir de la industrialización. Existen varios testimonios de científicos de la época que se mostraron preocupados por las innovaciones tecnológicas, incluidos personajes como Charles Babbage, inventor de la máquina analítica y en cuyo primer capítulo de On the Economy of the Machinery and Manufactures ya denuncia el peligro de las máquinas de vapor para la atmósfera. O John Tyndall, quien previó el efecto invernadero; o Svante Arrhenius, el primero en predecir el alza de la temperatura global debido al excesivo CO2 emitido por las máquinas de vapor. Actualmente, compartiendo la misma preocupación, científicos contemporáneos han sido imaginativos con los nombres de esta época. Por ejemplo, Michael Soulé, biólogo francés, ha sugerido que en lugar de Cenozoico nuestra era entera debería llamarse «Catastrofizoica», mientras que Michael Samways, entomólogo de la Universidad Stellenbosch de Sudáfrica, propone «Myxoceno» —de la palabra griega cieno—; otros grupos de estudios interdisciplinarios han soltado la palabra «Plantacionoceno» debido a la expansión de la agricultura intensiva.

      El científico y viajero más célebre del siglo XIX, Alexander von Humboldt, tal vez fue el primero en entender científicamente a la naturaleza como un ecosistema en el que cada una de sus partes sostiene un equilibrio y, si una parte se elimina, todo lo demás pudiera colapsar. Esto fue lo que presenció durante su estancia en Venezuela cuando visitó el Lago Valencia en 1800. Al medir las aguas del lago, Humboldt notó que sus niveles habían decrecido. Los habitantes de la zona creían que un agujero debajo de la cama de agua estaba drenando el lago, pero Humboldt no se contentó con la explicación. Exploró la zona y vio que en la cima de algunas colinas había arena, indicio de que anteriormente habían estado sumergidas en agua. Al no tener salida al océano, el Lago Valencia se regulaba por medio de evaporación y para lograrlo era ayudado por los bosques que lo rodeaban. Sin embargo, el incremento de plantaciones y la creación de canales de riego alteraron poco a poco los ritmos vitales del lago y dañaron la capacidad de los suelos para retener agua, lo que a su vez los volvía estériles, obligando a los hacendados a extender sus dominios y llevándose con ellos la destrucción y agotamiento del Lago Valencia hacia los alrededores. Esta lectura de Humboldt, en la que correlaciona el medio ambiente, los recursos naturales, su explotación y por consiguiente la ulterior degradación de todo un ecosistema fue, según su biógrafa Andrea Wulf, inédita para su tiempo: Humboldt fundó, en el lago venezolano, la moderna ciencia de la ecología tal y como la concebimos hoy en día. Fue por esto por lo que Humboldt —al igual que Buffon— optó por el nombre de «Época del Hombre» para designar nuestra época.

      El descubrimiento de Humboldt, no obstante, no fue el único durante el temprano siglo XIX. En la década de 1820, por ejemplo, el científico francés Joseph Fourier esbozó el efecto invernadero al notar que ciertos gases atmosféricos atrapan el calor del sol y luego, en 1859, el físico irlandés John Tyndall observó que el vapor de agua atmosférico y el gas dióxido de carbono tenían una función en la absorción de radiación térmica. Por esto, Tyndall se llevó el crédito de ser el primero en atisbar la crisis climática, sin embargo, en 2011 se encontró un documento científico de una tal Eunice Foot. Nacida en una granja de Connecticut, en una familia que se preciaba de culta, la joven Eunice se educó en la preparatoria Troy Female Seminary, fundada por la feminista Emma Willard en 1824 en Troy, Nueva York. Esta escuela era una de las pocas que contaba con un laboratorio en Estados Unidos y fue ahí que Eunice se apasiona por la ciencia. Más tarde, ya casada con Elisha Foot, científico que trabajaba en Smithsonian Institution investigando meteorología, Eunice continuó con sus estudios. Producto de sus investigaciones personales, escribió el artículo «Circumstances Affecting the Heat of the Sun’s Rays» en 1856, el cual fue leído en la American Association for the Advancement of Science por el jefe de su marido. En este texto, Eunice explica un experimento que comprueba la misma conclusión que Tyndall, sólo que tres años más temprano: que el dióxido de carbono absorbe mayor radiación del sol que otros gases ordinarios. Desgraciadamente, debido a su condición de mujer, su artículo no tuvo la divulgación que merecía, pero hoy se puede reconocer que fue una mujer la primera en atisbar nuestra época.

      Las conjeturas sobre los cambios ambientales no fueron sólo de atención científica. También el filósofo francés Henri Bergson, en su libro La evolución creadora de 1907, dice al respecto:

      Ha pasado un siglo desde la invención de la máquina de vapor y apenas comenzamos a experimentar la sacudida que nos ha producido. La revolución que ha operado en la industria ha alterado las relaciones entre los hombres […] Dentro de miles de años, cuando la perspectiva del pasado no se perciba sino en grandes líneas, nuestras guerras y nuestras revoluciones contarán poco, suponiendo que exista el recuerdo de ellas; pero de la máquina de vapor, con su cortejo de invenciones de todo género, se hablará quizá como se habla del bronce o de la piedra tallada; servirá para definir una edad.

      Esta es la propuesta que parece sugerir Crutzen en un artículo académico —posterior al congreso en México— cuando data el inicio del Antropoceno en 1784, año en que James Watt patentó el motor de vapor —su cuarta y mejorada propuesta, para ser exacto— y que a su vez culminaría la Revolución Industrial, o sea el inicio del capitalismo industrial. Más tarde, en 2005, el IGBP, después de revisar y generar nuevas evidencias, acordaría que una fecha más adecuada para el Antropoceno sería a partir del final de la Segunda Guerra Mundial. En el reporte creado se señala que «el siglo XX pudiera ser caracterizado por procesos de cambio global de una magnitud inédita en la historia de la humanidad». A este proceso posterior a la posguerra lo llamaron «La Gran Aceleración» y luego, en el celebrado artículo «The Anthropocene: Are Humans Now Overwhelming the Great Forces of Nature?», el mismo Crutzen, acompañado de Will Steffen y John R. McNeill, propondrán dos estadios del Antropoceno: el primero es la «Era Industrial», de 1800 a 1945, cuando por primera vez el dióxido de carbono excedió las variaciones del Holoceno, y el segundo es «La Gran Aceleración» desde 1945 hasta el presente. Más tarde, se desechará esta división y, considerando el debate reciente, parece que los científicos se acercan a un consenso del inicio del Antropoceno: 1945. Los argumentos estriban en algunos datos como los que ofrecen McNeill y Engelke en The Great Acceleration: An Environmental History of the Anthropocene since 1945: en tan sólo tres generaciones, los humanos han inyectado en la atmósfera más CO2 que en toda la historia de la humanidad; el número de automóviles aumentó de cuarenta a ochocientos cincuenta millones; el crecimiento de la población mundial fue desmedido, sobre todo en las ciudades; la producción de plástico también creció: en 1950 había un millón de toneladas y para 2015 casi 300 millones; asimismo, en este mismo periodo, la cantidad de nitrógeno sintético usado principalmente para la agricultura intensiva subió de 4 millones a 85 millones, y por último, la infraestructura en países desarrollados y en desarrollo se disparó: presas, carreteras, plantas de energía de todo tipo, edificios, maquinaria de producción para extracción de recursos orgánicos —pesquerías— o minerales —minas—.

      Bonneuil y Fressoz ofrecen una descripción de cada uno de los estadios propuestos por Crutzen, Steffen y Mc-Neill, incluyendo un tercero, y al tiempo que contemplan otros aspectos históricos que marcaron cambios determinantes en el sistema terrestre. El primero es el periodo que va del inicio de la Revolución Industrial a la Segunda Guerra Mundial, o sea los siglos en que la termodinámica y la industria del carbón dominaron los medios industriales de producción, inyectando en la atmósfera millones de partículas contaminantes: en el siglo XIX se pasó de 277 a 280 partes por millón (PPM) de dióxido de carbono hasta alcanzar, en la mitad del siglo XX, 311 PPM, y casi rebasar los 400 PPM en 2019; tan sólo en las décadas de vuelta de siglo se ha inyectado 85% de carbón en la atmósfera desde la Revolución Industrial. Una cifra récord si se considera que, durante todo el Holoceno, o sea en casi doce mil años, se calcula que hubo variaciones, causadas por distintas razones no necesariamente humanas, entre 260 y 285 PPM. Si la tendencia continúa, la temperatura global podría aumentar entre 2 y 4 grados centígrados, lo que desencadenaría una serie de eventos trágicos como el derretimiento de los glaciares y de la capa de hielo del Ártico, lo que llevaría a la inundación de islas y ciudades portuarias —varias


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