El capitaloceno. Francisco Serratos
comienzo a otra cosa. La moneda está en el aire.
Una vez trazadas las diferencias entre el Antropoceno y la teoría de Moore del Capitaloceno, no podría dejar de lado puntos de vista opuestos. Dentro del humanismo y filosofía ambientales contemporáneos hay detractores del Capitaloceno por considerarlo demasiado humanista y poco apegado a la ciencia. Por un lado, están los historiadores y teóricos marxistas asociados a la revista Monthly Review. Entre ellos se encuentra el editor de esa publicación, John Bellamy Foster, profesor de sociología y autor de varios libros sobre ecología y marxismo, el más incisivo siendo The Ecological Rift: Capitalism’s War on Earth (2010), coescrito con Brett Clark y Richard York. Junto a Foster se han unido otras voces relevantes como las de Ian Angus, autor de Facing the Anthropocene: Fossil Capitalism and the Crisis of the Earth System (2016), también editor de la revista digital Capitalism and Climate, un bastión del que han surgido varias críticas a Moore. Otro crítico, aunque un tanto superficial, es el mismo Andreas Malm, sobre todo en el capítulo seis de The Progress of This Storm (2018). Ahí Malm rechaza los juegos lingüísticos de Moore y su abuso de infijos para desbaratar las ideas cartesianas. Sin embargo, Malm realmente no discute a fondo la compleja lectura histórica de Moore; por ejemplo, no comparte la idea de que Descartes sea el fundador de las ideas fundacionales del Capitaloceno. En vez de él, propone, siguiendo a Carolyn Merchant en su libro The Death of Nature, a Francis Bacon debido a su cercanía con el sistema capitalista de la época, pasando por alto, no obstante, que tanto Bacon como Descartes escribieron en el mismo contexto histórico. A grandes rasgos, la diferencia entre Moore y el grupo de Bellamy Foster radica no en una cuestión de interpretaciones sino de conclusiones, no en cuestiones de causas sino de soluciones; esto, claro, con sus respectivas características propias. Coinciden en que la crisis climática se debe a un sistema económico, el capitalismo, porque su dinámica de creación de riqueza es incompatible con los procesos biológicos de la Tierra, desde aquellos considerados naturales, como los recursos, hasta los humanos.
La ruptura comenzó con el desacuerdo que Moore expone en su libro Capitalism in the Web of Life (2015) sobre lo que él llama la «Aritmética Verde» (Green Arithmetic), formulada de la siguiente manera: Naturaleza + Sociedad. Esta suma, adoptada por los teóricos marxistas, de acuerdo a Moore, es cartesiana porque divide dos polos opuestos que en realidad son uno mismo. De ahí que se oponga al concepto de Foster «brecha metabólica» (metabolic rift) —explicado más adelante— y proponga el de «cambio metabólico» (metabolic shift). Como se ahondará más adelante, el capitalismo para Moore es una ecología, o sea una forma de administrar los procesos biológicos —en el que se incluyen ciertos humanos— para ponerlos a trabajar en pos de una acumulación de riqueza. A esta ecología el historiador la llama «ecología-mundo» y la cual, como vimos, sentó sus bases durante el largo siglo XVI.
El grupo de Monthly Review objeta esta lógica porque la considera laxa en términos científicos y sobre todo marxistas. La primera crítica que le hacen es que su análisis es corto: no va más allá del largo siglo XVI y, al detenerse en este punto, deja de lado las grandes transformaciones históricas de la sociedad capitalista a partir de la Revolución Industrial, la adopción del petróleo, la abolición de la esclavitud, etcétera. Al igual que Malm, le restriegan su terminología complicada, sus neologismos innecesarios y, más importante aún, su poca rigurosidad al interpretar la obra de Marx, lo cual conlleva al punto de quiebre entre ambos: la solución a la crisis climática. Por todos estos elementos, tienden a relacionar a Moore con la filosofía de Bruno Latour, quien en última instancia ha propuesto soluciones poco radicales para combatir el capitalismo, la cual resumen en frases como «le apretamos un tornillo aquí», «regulamos un poco allá», «nos unimos como humanos». En suma, Latour y Moore, según Bellamy Foster y compañía, creen en que el sistema sólo requiere una arregladita, mientras que los últimos optan por la salida socialista: cambio de sistema, no de clima. Asimismo, al hacer del dualismo cartesiano la piedra en la que se sostiene toda su teoría, Moore reniega y borra todo pensamiento marxista o ecosocialista que ha sido fundamental en la configuración de una crítica y resistencia.
Por último, estos autores se enfrentan en cuanto al concepto: mientras Moore es el campeón del Capitaloceno, el grupo ecosocialista se siente cómodo con el Antropoceno. Ian Angus, por ejemplo, niega que al nombrar el nuevo periodo como Antropoceno no se hace referencia a toda la humanidad porque los científicos sí han acentuado el determinante papel de la industria en la crisis climática. Además, Angus señala la inexactitud de los sufijos y la formación de palabras —parece que a los ecosocialistas les molesta mucho la neología—: Capitaloceno, Chthulucene, Plantacionoceno, Antropobsceno, etcétera, ignoran que el sufijo ceno viene del griego kainos que significa «reciente». El geólogo Charles Lyell lo usó para formar la palabra «Holoceno» al referirse a los estratos más recientes de la corteza terrestre. Por tanto, pegar palabrejas al sufijo ceno simplemente no tiene sentido y, de paso, rechaza las aportaciones de la ciencia del clima. Si existe un Capitaloceno, por qué no un Esclavoceno o Feudaloceno, dice Angus —¿será porque estos sistemas económicos no colapsaron el sistema terrestre?—. Todos esos conceptos, añade, confunden al público que ya está familiarizado con el popular Antropoceno y, lejos de hacerle un favor a la resistencia, la distrae de los verdaderos problemas.
Hasta qué punto esto es cierto, no se sabe, pero defender uno u otro concepto como el más adecuado y además enjuiciar a alguien porque no se apega a la letra de lo que escribió Marx, a estas alturas, resulta más que contraproducente. Pudiera resultar en una de esas trifulcas de izquierda que, lejos de cohesionar un discurso de unificación, tiende a la dispersión y a la falta de compromiso. Este libro, aunque opta por un concepto, no renuncia a los aportes que se han hecho desde otras perspectivas porque todas, en lugar de repelerse, se complementan: son un capítulo de un relato más complejo. Por esto, me gustaría comenzar no con un año específico, sino con una consciencia, una nueva sensibilidad que se fraguó en esta época y que prendió los primeros focos rojos acerca de lo que el capitalismo ha hecho en el planeta. La consciencia de la posibilidad de la extinción.
1780
El año de 1780 fue uno difícil para Thomas Jefferson: en medio de una mala racha que incluía la reciente muerte de su hija, la enfermedad de su esposa, la suya propia originada por un desliz al desmontar un caballo y sin olvidar las acusaciones que se le hacían por su relación con los británicos, el reluctante presidente de los Estados Unidos encontró la fuerza y el ánimo para escribir un manuscrito titulado Notes on the State of Virginia. Impelido por el secretario del ministro francés en Philadelphia, François Marbois, quien levantaba una encuesta sobre la naturaleza y la historia del lugar, para Jefferson el compromiso no sólo se trataba de una distracción de sus problemas, sino que la empresa ponía en juego su orgullo de americano y de naturalista aficionado. Sobre todo, Jefferson ansiaba refutar las ideas que los europeos sostenían sobre la naturaleza americana, en especial las del naturalista más importante de la época, Georges Louise Leclerc, mejor conocido como Conde de Buffon. En su monumental obra compuesta de cuarenta y cuatro tomos, Histoire naturelle, générale et particulière, el Conde argüía que la fauna y la flora —incluidos los nativoamericanos— del Nuevo Mundo eran deficientes, endebles y menos vigorosos que los de Europa debido al frío y humedad del medio ambiente. Si para Jefferson este debate era una cuestión de nacionalismo, para la historia de la paleontología y de la humanidad significó el descubrimiento de algo que parecía impensable en la historia del mundo: la extinción de las especies. En otras palabras, la posibilidad de que el mundo, la naturaleza entera, no era una entidad estable y monolítica comandada por un ser supremo.
Sin embargo, deseo aclarar, la refutación de la teoría de Buffon no corrió sólo del lado angloparlante, porque también hubo intelectuales en Latinoamérica que, al igual que Jefferson, no reaccionaron positivamente. Entre los que se dieron a la tarea de refutar las ideas supremacistas de los europeos están Juan José de Eguiara y Eguren, uno de los sabios de la Nueva España y autor de la monumental Bibliotheca mexicana, una obra escrita con el motivo específico de responder a los pensadores españoles que sostenían que en América no había intelectuales porque sus habitantes carecían de capacidad