Agonía y esperanza. Fernando García Pañeda
manera, se le ocurrió que quizá su esencia fuera el complemento de la suya. ¿Quizá fuera ella la persona con quien compartir su alma para seguir adelante, con quien compartir su vida? ¿Podría ser ella la persona que le arrancara de la isla en la que estaba confinado y le arrastrase hasta un mundo apenas soñado? Ella derrochaba energía, impulso vital, alegría, todo cuanto pensaba que su vida necesitaba con más urgencia; él estaba dispuesto a enamorarse, dispuesto a olvidar. Sí, quizá fuera ella, pero el tiempo lo diría.
Cuando el sueño amenazaba ya con velar las risas y cerrar los ojos de noche de la joven Rylands, se retiraron. Pero su GPS interno todavía era capaz de llevarles a San Samuele y tomar el vapor nocturno hasta la parada de San Stae, en el barrio de Santa Croce. Luigina, aferrada a su brazo, acompasó el eco intenso de sus tacones con el suyo. Los pasos firmes en la noche veneciana resaltaban el silencio apacible para los corazones abiertos.
Llegaron al Palazzo Corner Belloni, residencia habitual de los Rylands, y en la puerta despidieron el día con el abrazo espontáneo que Luigina le arrancó, todavía sin atreverse a sustituirlo por otro acto o palabra que fueran más allá del agradecimiento arrebatado.
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