La disputa por el poder global. Esteban Actis
de los Estados y permiten explicar el porqué de sus acciones en el plano internacional. El autor advierte que el peso de cada una de las imágenes como variable explicativa del comportamiento externo de un Estado depende de diferentes factores y circunstancias, al tiempo que destaca que ninguna imagen por sí sola resulta suficiente y adecuada. En tal sentido, es conveniente evitar que se produzcan desbalances en detrimento de alguna de las imágenes, puesto que –tal como señala Waltz– la mayor importancia atribuida a alguna de ellas frecuentemente distorsiona la comprensión de las otras dos. Esta observación resulta válida tanto para el analista como para los propios decisores políticos.
Breves notas sobre Argentina
Argentina constituye un claro ejemplo acerca de la importancia de mirar al mundo y de prestar mayor atención a lo que ocurre en la tercera imagen en términos de Waltz. Una de las cuentas pendientes de nuestro país –como de tantos otros– es justamente mirar el escenario internacional y pensarse desde una perspectiva global y no parroquial. Este déficit no solo se observa en el sector público nacional y subnacional, sino también en el sector privado (3). Esta necesidad no implica ni subestimar las particularidades endógenas ni extrapolar de manera acrítica modelos exógenos. Es común escuchar que el país debe adoptar el modelo chileno, australiano, israelí o coreano para dejar atrás años de frustraciones en materia de desarrollo. Lo paradójico de dicho razonamiento es que al mismo tiempo que se reconoce la condición de rara avis de la Argentina se piensa que un conjunto de políticas aplicadas en otras latitudes pueden funcionar, como si se tratara de simples fusibles intercambiables. Los meses de pandemia han sido ejemplificadores en esta cuestión. Las experiencias de Suecia, Nueva Zelanda o Corea del Sur fueron resaltadas una y otra vez en el debate público en relación con las políticas que debían implementarse.
Hecha esta salvedad, el punto a destacar es que la realidad nacional suele ser abordada por analistas y periodistas –e incluso por la propia clase política y empresarial– desde las imágenes primera y segunda marginando o subestimando a la tercera. Un ejemplo emblemático de la carencia señalada fueron las lecturas que se hicieron de la Cumbre del G20 celebrada en Buenos Aires durante los primeros días de diciembre de 2018. La decisión de Washington de utilizar al G20 como un espacio más para dirimir la disputa con China eclipsó la dinámica del foro, como así también la agenda que tenía en mente la administración argentina como país anfitrión. Si bien para muchos esta dinámica fue sorpresiva, lo cierto es que la Cumbre de Hamburgo –realizada el año anterior– había marcado un antecedente en este sentido y representó una clara muestra de que la coevolución del vínculo entre EE. UU. y China era el nuevo eje ordenador de las relaciones internacionales.
La ventaja de contar con buenas lecturas sobre las relaciones internacionales permite dejar atrás visiones maniqueas y absolutistas. “La globalización es buena y hay que ser parte de ella”, se escucha desde los sectores liberales. “La globalización es mala y lo mejor es vivir con lo nuestro”, se escucha desde la izquierda. Gran parte del debate parece anclarse en un pensamiento guiado por el deseo, en el que se busca forzar evidencia en pos de aumentar el “sesgo de confirmación”(4).
Como analizaremos en el capítulo III, las relaciones internacionales son ante todo relaciones de poder. Diversos actores –en muchas ocasiones con intereses diferentes– buscan promover y alcanzar sus objetivos en la arena internacional. De este modo, la globalización no constituye un proceso necesariamente neutro, sino que es más bien un reflejo de las referidas relaciones de poder. En tal sentido, la clave no pasa ni por el abrazo acrítico ni por el rechazo liso y llano. Por el contrario, la clave radica en la comprensión del orden internacional y de las relaciones de poder imperantes para maximizar las oportunidades que ofrece el mundo y minimizar sus amenazas, las cuales son siempre cambiantes y dinámicas. Las (malas) percepciones de los distintos gobiernos argentinos en el último tiempo sobre la denominada “globalización financiera” resultan un buen ejemplo para graficar este punto.
Con la crisis financiera del 2008, cuyo epicentro tuvo la particularidad de estar localizado en EE. UU. y Europa, la –en ese entonces– presidenta de Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, se refirió al crack económico como efecto jazz (5). La lectura en el círculo íntimo de la Casa Rosada era que el mundo iba a hacia una mayor regulación de los flujos de capitales, así como también hacia un mayor control sobre las actividades de los denominados fondos buitres. Se esperaban cambios sustanciales en la dinámica de la globalización financiera y, en línea con ello, se reforzaron las críticas y los cuestionamientos hacia el funcionamiento del sistema financiero internacional. A modo de ejemplo, en 2011 en el marco de la reunión del G20 en Cannes (Francia), la mandataria habló de la existencia de un “anarcocapitalismo financiero”, en alusión a la falta de regulaciones.
La Argentina claramente sobreestimó el impacto de la crisis sobre la dinámica de la globalización financiera y, en consecuencia, sobre su posición negociadora de cara a la normalización de su vínculo con el sistema financiero internacional. Vale recordar que en aquellos años Argentina se encontraba marginada del mercado internacional de capitales con una serie significativa de cuestiones pendientes por resolver de su default del año 2001, a saber: resolución de la deuda con los holdouts, regularización de la deuda con el Club de París, solución de las demandas cursadas contra el país en el marco del Centro Internacional para Arreglo de Diferencias relativas a Inversiones (CIADI) y la normalización de su vínculo con el FMI. En ninguno de los puntos Argentina vio su posición fortalecida. Por el contrario, sus márgenes de maniobra se acotaron cada vez más en la medida en que el contexto internacional se fue tornando más restrictivo para el país frente al evidente agotamiento del denominado “superciclo de los commodities”.
Por su parte, el gobierno de Mauricio Macri marcó el regreso de Argentina al mercado internacional de capitales. Durante 2016 y 2017, el gobierno argentino aprovechó un contexto internacional ciertamente favorable para la colocación de deuda a tasas relativamente bajas en términos históricos. Sin embargo, como suele ocurrir, subestimó los riesgos derivados de un cambio en las condiciones favorables, en tanto no se tomaron las medidas ni los recaudos necesarios para reducir el impacto de eventuales shocks externos al tiempo que tampoco se avanzó de manera decidida en la corrección de los desequilibrios domésticos (6).
Hacia finales de 2017, existía suficiente evidencia que indicaba que el contexto favorable no duraría eternamente. Los riesgos globales estaban latentes, y la política de normalización monetaria de la FED y las tensiones geopolíticas presagiaban un clima internacional más complejo y restrictivo. La mayor rigidez en las relaciones entre EE. UU. y China aumentó la aversión al riesgo y empujó a los inversores hacia una mayor selectividad en 2018. Este nuevo escenario encontró a la Argentina desarmada, la confianza se disipó y los desequilibrios internos ya no eran tolerados del mismo modo por los actores del mercado. Una vez más, el país volvió a sufrir –ahora de manera casi aislada entre los mercados emergentes (junto con Turquía)– un fuerte episodio de reversión del flujo de capitales.
La nueva crisis económica y financiera que atraviesa el mundo como consecuencia de desequilibrios previos, agudizados por la pandemia del COVID-19, abre nuevamente un sinfín de interrogantes sobre hacia dónde se dirigen las relaciones económicas internacionales y el proceso de globalización. La historia, en esta oportunidad, aún está por escribirse. Comprender la dinámica internacional será clave para definir un modelo de inserción asertivo. Esto aplica más allá del caso argentino e incluso más allá de los actores estatales.
Los acontecimientos con impacto sistémico
Cuando un evento o acontecimiento afecta los intereses, comportamientos y expectativas de todos y cada uno de los actores que cohabitan en el escenario internacional –Estados, empresas, organizaciones gubernamentales y no gubernamentales, entre otros– podemos argumentar sin temor a equivocarnos que estamos en presencia de un acontecimiento con impacto sistémico en las relaciones internacionales. En el siglo XX podemos identificar ejemplos como la Primera Guerra Mundial, el crack financiero de 1929, la Segunda Guerra Mundial, el shock petrolero de