La disputa por el poder global. Esteban Actis
el terreno perdido frente al COVID-19. El gran temor es que algunas actividades económicas no logren recuperarse y queden en el camino. El semanario británico The Economist llamó a esto “la economía del 90%”, en la que algunos servicios que operan muy por debajo de su capacidad probablemente no puedan resistir, las dificultades financieras se acentúan y las quiebras se aceleran a un ritmo constante (16).
La excepcional severidad de la pandemia y del colapso económico aumenta la preocupación sobre los riesgos de una “superhistéresis” (conflictos colectivos que pueden surgir de un cambio abrupto). La pandemia puede alterar las estructuras sobre las cuales se construyó el crecimiento en las décadas recientes y causar así prolongados daños a las cadenas globales de valor, los flujos financieros globales y la cooperación internacional (17).
Lo dicho deja en evidencia que la incertidumbre es la nueva norma y constituye el rasgo central de las relaciones internacionales en el siglo XXI. Ahora bien, vale destacar que la magnitud observada como consecuencia de la presente coyuntura de pandemia es inédita, pues supera con creces a los otros dos episodios referidos. De acuerdo al World Uncertainty Index (18), el grado de incertidumbre global es el mayor (55,6) desde el inicio de la elaboración del índice en 1970.
Figura 1.3. Índice de Incertidumbre Global
Fuente: World Uncertainty Index.
El cierre del mundo
Un dato inédito y distintivo del presente acontecimiento con impacto sistémico ha sido la aplicación por parte de todos los países de algún tipo de restricción a la circulación de personas, como estrategia para evitar la propagación del virus. Confinamientos obligatorios que alcanzaron a un porcentaje significativo de la población y lockdowns parciales o totales para una gran cantidad de sectores productivos –exceptuando tan solo a aquellos considerados esenciales– han sido algunas de las estrategias implementadas. Cientos de millones de personas obligadas a permanecer en sus casas. Cientos de millones de trabajadores sin poder asistir físicamente a sus lugares de trabajo y cientos de millones de negocios cerrados. Cientos de millones de niños sin poder ir a la escuela. Cientos de millones de vehículos y transportes inmovilizados en todo el mundo. En el mes de abril, un tercio de la población mundial se encontró bajo estricto confinamiento y el 100% de la humanidad bajo alguna tipo de medida restrictiva en relación a su tradicional movilidad. De acuerdo al sociólogo Robb Willer, para vencer a la enfermedad sin una vacuna efectiva se requiere de un cambio mayúsculo en la conducta y el comportamiento de las personas, mayor a cualquier otro en la historia reciente de la humanidad (19).
Figura 1.4. Porcentaje de la población mundial bajo medidas de restricción
Fuente: Agencia Internacional de Energía (IEA).
Como consecuencia de las medidas restrictivas impuestas por los diferentes Estados, naturalmente se agudizó la crisis económica lo que provocó una caída abrupta –sin precedente alguno– de la demanda global. El derrumbe en el precio del petróleo, que llegó a cotizar en terreno negativo en su variedad WTI, y la fuerte caída en la demanda de energía eléctrica a nivel global (-5%) son ejemplos de ello. Según la Agencia Internacional de Energía, la depresión energética fue 9 veces mayor que la ocurrida durante la crisis del 2008 y va camino a ser la más profunda desde la Segunda Guerra Mundial. Estos indicadores son elocuentes y permiten comprender y dimensionar la profundidad del impacto en la economía real.
Como nunca antes en el proceso de globalización imperante, las cadenas globales de producción se han visto tensionadas. La producción de bienes y servicios de los principales motores productivos del mundo (EE. UU., China y Alemania) se han desplomado durante la primera mitad del año. El índice de abril del Manufacturing PMI de EE. UU., que mide la performance del sector manufacturero, cayó al 36,1, el nivel más bajo en los últimos 25 años. El mismo indicador en Alemania cayó a 34,4 mientras que el de China se ubicó en 40,3 en febrero, el mes posterior al peor momento de la pandemia en el país asiático. Vale destacar que cuando el referido índice se coloca por debajo de los 50 puntos, esto implica una contracción de la actividad industrial. Los tres países citados ya venían mostrando dificultades en torno a este indicador desde finales de 2019. Como veremos en profundidad en el capítulo siguiente, el COVID-19 vino a acelerar desequilibrios y a agravar problemas preexistentes en la economía internacional.
Por su parte, la actual crisis económica global tiene la particularidad de afectar principalmente a los servicios. La gastronomía y el entretenimiento aparecen al tope de los sectores afectados y con un horizonte complejo para la denominada “nueva normalidad”. Los cierres del famoso parque de diversiones de Disney World en Florida (EE. UU.) y de los sets de filmación de Bollywood, la megaindustria del cine indio, son algunos de los casos más ilustrativos. La compleja e inédita realidad fue sintetizada por el CEO de Airbnb, famosa empresa que ofrece una plataforma de software dedicada a la oferta de alojamientos: “Tardamos 12 años en construir el negocio y lo perdimos casi todo en 4-6 semanas”.
Un último dato que muestra el carácter inédito del presente acontecimiento sistémico y que empequeñece a la crisis económico-financiera desatada en 2008 está relacionado con el aumento del desempleo. En China, según cifras oficiales, alrededor de 27 millones de personas perdieron su trabajo (formal) hacia fines de abril y se reportó una tasa de desempleo del orden del 6,2%. La estimación si consideramos el trabajo informal llega a los 80 millones. En los EE. UU., por la alta flexibilidad de su sistema laboral, los números han sido incluso más alarmantes. En solo siete semanas, más de 33,7 millones de ciudadanos estadounidenses llenaron el formulario de desempleo y alcanzó la tasa del 14,7% durante la primera semana de mayo. Vale recordar que en el pico de la crisis del 2008 se llegó al 10,2%. Para principios de agosto el número de personas que seguían recibiendo asistencia de programas estatales era de 15,5 millones de estadounidenses.
El dato más impactante para EE. UU. es que en 42 días (marzo y la primera mitad de abril) se destruyeron todos los puestos de trabajos que lentamente la economía había creado en los más de 4.000 días posteriores a la crisis del 2008. Por su parte, en Europa el panorama es igualmente desolador. La Comisión Europea señaló que en 2020 espera que el desempleo en la Unión alcance el 9% (6,7% fue la tasa registrada en 2019) o que incluso tenga picos mayores al 10% en países donde el turismo representa una actividad central, como España, Grecia, Italia y Croacia, entre otros.
Las respuestas y los escombros
Para concluir el análisis comparativo entre los tres episodios, es menester señalar algunos aspectos que serán retomados en los siguientes capítulos, pero que merecen ser considerados por el lector en este punto.
El primero es el tipo de respuesta global que rápidamente se ha dado a las crisis. Pos-11S primó un liderazgo de tipo unilateral de los EE. UU., que llevó adelante una cruzada antiterrorista sin importar los reparos de muchos de sus aliados y de los organismos internacionales. La intervención en Irak en 2003 sin contar con la aprobación del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas fue el mayor ejemplo. Poscrisis financiera primó un liderazgo de tipo multilateral de los EE. UU., en el que se apostó a la búsqueda de soluciones globales para problemas globales. La ampliación del foro de discusión (del G7 al G20) para abordar colectivamente la crisis fue una muestra cabal del nuevo enfoque. Como se verá en el capítulo III, la actual crisis del COVID-19 evidenció una clara falta de liderazgo por parte de la potencia hegemónica en el plano internacional. El mensaje que indirectamente se lanzó desde Washington fue el de “soluciones nacionales” (America First) para los “problemas globales”.
En segundo lugar, resulta interesante vincular esta visible falta de liderazgo por parte de EE. UU. durante la pandemia del COVID-19 con los atentados de 2001 y la crisis financiera de 2008. La guerra contra el terrorismo dañó la credibilidad