Amarillo. Blanca Alexander
Es la única ley en la que necesitan mi aprobación para proceder, y sabes que jamás apoyaría a esa escoria invasora.
—Comandante, usted sabe a la perfección que podrían atentar contra su vida si lo creen necesario. Por favor, le ruego que me permita actuar. Si los hechos no se desarrollan como sospechamos, detendremos todo; en cambio, si se concretan y no ponemos en marcha el Plan de Emergencia, el país lo pagará muy caro.
Milton se sirvió otra copa de vino.
—Conozco a tus padres de toda la vida, los Naltes son un gran ejemplo de superación. Pasaron de ser muy pobres a convertirse en una de las familias más acaudaladas de Zuneve, el café que producen es el mejor de Nirvenia, y no solo eso, también han ayudado a muchas personas al brindarles empleos con una justa remuneración; gracias a esto, les aseguran una vida y vejez dignas. Sin embargo, lo que más admiro es el trabajo que han hecho contigo y tus hermanas. Te he observado desde que eras un recluta y puedo decir con certeza que eres un joven inteligente, valiente y, sobre todo, inconforme. —Milton realizó una pausa para degustar el vino.
—No comprendo, señor.
—Lo que quiero decir es que no me engañas. Sé que no aceptarías a los invasores, pero tampoco estás del todo de acuerdo con nuestro proceder. ¿Cuál es tu crítica hacia las políticas de Nirvenia?
Pablo respiró profundo.
—Acaba de decir que mis padres han hecho una gran labor. Eso no solo se debe a que son incansables trabajadores, sino también a que son personas justas, y la justicia no es posible sin la verdad. Nos hablaron a mí y a mis hermanas del mundo antes de Nirvenia, lo ocurrido durante su fundación y la razón de que funcione como lo hace. Lo que ocurre ahora es el resultado de ocultar la verdad al pueblo, si desconocen de qué los salvan, será sencillo que crean en las palabras los invasores.
—Las ideas de los invasores suenan bonitas al oído, tienen un efecto cautivante en quien escucha, así que no podemos arriesgarnos a que las oigan y…
—Una sociedad bien educada tendría mejores autodefensas. —De inmediato Pablo, el joven sargento de piel oliva y ojos negros, se percató de que incurría en una falta al frenar las palabras de Milton—. Le ruego me disculpe, comandante.
—¿Pide disculpas por interrumpir a su superior, por lo que dijo, o por ambas?
—Por interrumpirlo, comandante.
Milton se llevó la copa a los labios una vez más. A pesar de su apariencia abatida, el tono de su voz seguía mostrando la autoridad de siempre.
—Tiene, razón sargento. Es lamentable, pero tiene razón. Aprobaré el Plan de Emergencia y le daré los accesos que necesita.
—¡Gracias, comandante! No se equivoca con esta decisión.
—Espero que no, aunque antes debemos discutir ciertas condiciones que tengo al respecto.
***
—Le dirás a padre lo que pasó.
En el pasillo principal del colegio, cerca de la puerta de entrada, Sebastián mantenía la cabeza gacha junto a Marcus.
—¿Cuándo te he delatado con padre?
—Gracias por defenderme.
—Escúchame bien, enano. —Marcus adoptó un tono comprensivo antes de levantar la quijada de su hermano para mirarlo a los ojos—. En ninguna circunstancia dejaré que alguien te lastime. No me importa si eres inocente o culpable, eres mi hermano y eso nada va a cambiarlo. ¿Me escuchaste bien? Nada.
Sebastián esbozó una sonrisa.
—Voy a regresar a los vestidores para buscar mis cosas. Espérame en la entrada del colegio, Kike debe estar por llegar.
Mientras Sebastián se dirigía hacia la salida, Dan, saliendo de un pasillo cercano, lo detuvo con gesto ansioso.
—¡Abre el pergamino para saber de qué se trata!
—Pensé que te habías ido.
—No sin antes ver qué contiene.
Sebastián miró a su alrededor con desconfianza, varios alumnos conversaban y caminaban en los alrededores.
—Los pasillos son muy transitados, Filipo podría aparecer en cualquier momento… ¡Ya se dónde podemos abrirlo! ¡Sígueme!
Caminaron con rapidez hacia uno de sus lugares favoritos, la biblioteca, donde solían pasar horas leyendo. El menor de los hermanos Tyles se inclinaba por los libros de historia y ciencias, mientras que su mejor amigo prefería las historias de fantasía y las leyendas.
La biblioteca era un amplio salón de techo abovedado y piso de piedra, el mobiliario estaba conformado por altos estantes, escaleras rodantes y mesas de madera que se extendía por toda la estancia. En la entrada estaba Lu, un anciano bibliotecario con gran habilidad para dormir en posición erguida.
El bibliotecario roncaba cuando los chicos llegaron. Sin hacer ruido se dirigieron a la mesa del fondo, el lugar estaba desierto. Sebastián sacó el papel de su saco, lo desdobló sin demora y observó un plano del Palacio del Reloj, donde se detallaba la existencia de un compartimiento subterráneo bajo el museo. Algunos segundos después, sobre el pergamino apareció un mensaje:
Te guiaré hasta la habitación secreta del Palacio del Reloj.
Sebastián se lo mostró a Dan, pero su amigo lo miró con extrañeza.
—Está vacío.
Regresó los ojos al pergamino, donde veía con nitidez el plano y las palabras. De inmediato, se dieron cuenta de que solo él podía ver el mensaje.
—¡Eso quiere decir que es mágico! ¡Aparecerán mensajes que solo tú puedes leer! —Dan sonreía de oreja a oreja.
—Es brujería, esto es brujería. El Abba condena la brujería y no iré al palacio, definitivamente no iré… No iremos. —Su voz revelaba temor.
—Tu repentina fe en el Abba es solo miedo, y lo entiendo. Piensa un poco, estabas destinado a encontrar esto, algo extraordinario aguarda allí. ¡Me muero de ganas por saber qué es!
—Sabía que no te haría bien leer tantos libros de magia, ahora crees que es real. Esto no está bien.
—Te sientes tan incomprendido, tienes tantas preguntas sin respuestas… ¿y de verdad no quieres saber de qué se trata esto? No lo dejes pasar solo por temor. Iré contigo y unidos nos enfrentaremos a cualquier cosa que encontremos. Esto es importante, lo siento en mi corazón. No lo ignores.
—El corazón solo bombea sangre.
La efusividad abandonó a Dan de repente y esto dio paso a una voz apacible.
—Mientras creas que el corazón solo bombea sangre, nunca verás la verdadera magia.
—Esa es una frase de uno de tus libros, ¿verdad?
Dan sonrió, mientras su amigo respiraba profundo para hacer una breve pausa.
—Iremos. Como eres culpable de que haga algo como esto (que es una locura), sobre ti recaerá la responsabilidad de lo que pase allí.
—Muy bien, lo acepto. Este debe ser nuestro secreto, no podemos hablar con otras personas hasta saber qué oculta ese lugar. Podrían tomarnos por dementes y las consecuencias serían peores que encerrarnos en el cuarto de castigo.
—Tienes razón. La verdad es que estamos un poco dementes por querer buscar esta misteriosa habitación secreta.
***
En los vestidores, Marcus terminaba de guardar sus pertenencias en la mochila.
Mark Vélez, llamado Marky por la mayoría