Amarillo. Blanca Alexander
el suelo. Ella lo miró extrañada, pero accedió a contarle el motivo de su angustia. De esta forma, no solo descubrió que había sido escogida como novicia por orden y en unas semanas debía partir hacia la abadía a empezar sus estudios, también supo lo mucho que le dolía dejar a su abuelo solo, su único pariente, ya que había quedado huérfana de niña. Mientras la escuchaba con atención, no dejaba de mirarla.
El relato de la joven fue interrumpido por el sonido de un disparo distante que la asustó.
—Son mis amigos, no te preocupes.
—Está bien… Debo irme, la noche caerá pronto. —Se levantó para alejarse en dirección contraria a la que Marcus había tomado para llegar hasta allí—. Gracias por escucharme.
—¿Puedo volver a verte mañana?
Ella asintió con la cabeza antes de sonreír con timidez.
—Mañana después del mediodía te esperaré aquí. Por favor, no faltes.
De esta forma iniciaron un romance a escondidas basado en encuentros furtivos en medio del bosque. Después de varios días, sellaron el primer beso y, con él, el fuerte sentimiento que los unía.
Aquella tarde, Liliana descendió de forma apresurada del lomo de un caballo grisáceo con manchas negras. La joven vestía una capa azul que cubría la túnica blanca que la identificaba como novicia de la abadía. Una vez con los pies en el suelo, corrió hacia Marcus y lo abrazó llena de euforia.
—Pensé que no vendrías.
Le dio un beso breve.
—¿Crees que faltaría al único momento de la semana en que puedo verte?
Marcus rodeó su cintura con el brazo izquierdo, mientras usaba la mano derecha para tomar el rostro de la chica. Acarició con el pulgar su piel y recorrió de forma frenética sus facciones, como si temiera perderse algún detalle.
—No quiero que sea solo un momento a la semana, te quiero en mi vida todos los días. Cuando cumpla la mayoría de edad podré hacerle la petición al Abba en persona, serás mi esposa.
Ella se separó lentamente, una ráfaga de aflicción invadió sus ojos.
—He escuchado que el Abba rechazó con anterioridad peticiones de hombres muy importantes, tengo miedo de que no escuche la tuya. No me imagino continuando de esta manera toda mi vida.
—¡Eso no ocurrirá! —Tomó sus manos—. Serás mi esposa y estaremos juntos el resto de nuestras vidas.
Liliana lo abrazó con fuerza.
—Todos los días rezo al Santo para que así sea.
Una brisa repentina arropó el lugar, los caballos se inquietaron.
—Creo que lloverá, debemos irnos.
Liliana miró hacia el cielo, se nublaba con lentitud.
—Te escoltaré hasta las cercanías de la abadía.
—No iré a la abadía, debo regresar al templo de Río Dulce, en pleno corazón de la ciudad, donde todos te conocen. No puedo aceptar que me acompañes, sería muy imprudente de nuestra parte.
—Está bien, tienes razón… ¿Qué harás allí?
—Un grupo de novicias fue designado para ayudar al banamara de Río Dulce a preparar todo para la llegada del Abba. Ha elegido el templo de la ciudad para dar un sermón este séptimo día.
—No he escuchado nada al respecto.
—La decisión la tomó hace muy poco, se dice que ha tenido revelaciones sobre Zuneve y quiere compartirlas con sus habitantes.
—¿Revelaciones? Eso será interesante.
—No te burles. Lo creas o no, el Abba es el único hombre que puede comunicarse con el Santo, su función en la tierra es comunicarnos sus designios, por eso es venerado y respetado en Nirvenia.
—Lili, el Abba es respetado, y sobre todo temido, porque es dueño de casi toda Nirvenia. Cualquier cosa que ocurre, cuenta con su permiso. Su función no es comunicar los designios de un dios (si es que existe alguno), sino actuar como uno.
Liliana miró a Marcus con rechazo.
—Sabes muy bien que las tierras antiguas perecieron porque desobedecieron al Abba de aquellos tiempos y creyeron que podían vivir sin ayuda del Santo, esas naciones fueron destruidas por sus rebeliones. Nirvenia ha gozado de bienestar durante tantos siglos porque el mundo entendió que necesita seguir al hombre enviado por el Santo. —Respiró profundo antes de adoptar un tono conciliador—. No quiero caer en la misma discusión. Soy muy feliz de verte y tengo fe en que estaremos juntos algún día.
Marcus decidió ahogar los argumentos que tenía en contra bajo el inmenso mar de sus sentimientos.
—Estoy seguro de que estaremos juntos. Si tengo que cambiar el mundo para lograrlo, lo haré. No sé cómo, pero lo haré, lo prometo.
—Te amo, Marcus.
Se besaron bajo la lluvia que empezaba a caer.
EL DIARIO DE KURT
Mientras la lluvia desaparecía y el sol se resistía a regresar, Marcus cabalgó a gran velocidad de vuelta a la mansión. El olor de la tierra mojada era tan intenso como el vapor que emanaba del suelo.
Luego de varios minutos de transitar el camino solitario del bosque, una sombra amorfa y gris apareció delante de él y lo obligó a detenerse con brusquedad. Su caballo, asustado, no paraba de moverse.
—Quieto, quieto…
En medio del silencio, se sumaron tres sombras a la primera y comenzaron a levitar alrededor de Marcus hasta formar un círculo, dentro del cual emanaron una energía oscura y malévola que secó los árboles circundantes y fulminó en el acto a los animales silvestres que vagaban en los alrededores.
El temor de Marcus fue tal que su cuerpo se paralizó, solo escuchaba los latidos de su corazón. Un instante después, el oxígeno comenzó a faltarle, necesitó de un gran esfuerzo para seguir respirando.
Voces femeninas emergieron de las sombras:
—Es uno de ellos, lo puedo sentir. —El tono era apacible.
—¡Yo también puedo sentirlo! —La voz de esta sombra estaba llena de júbilo, como si hablara con una sonrisa.
Marcus experimentó dolor y desesperación. Con el cuerpo inmovilizado en medio del bosque, sus inhalaciones eran cada vez más cortas.
Una de las sombras expresó con voz nasal:
—No solo posee sangre celestial, es también uno de los hermanos de la profecía.
—¡Oh, cállate! —bramó la segunda voz—. Es muy fuerte. O mejor dicho, lo será. Podría ser nuestro próximo líder. ¿Recuerdas a ese que apareció en tus visiones?
Solo tres de las sombras poseían voces humanas, pues la cuarta emitía el ladrido de un perro de raza pequeña.
—Tienes razón.
La primera sombra extendió su cuerpo informe hacia Marcus, cuya piel se tornaba morada por la falta de oxígeno.
—Trataré de ver su futuro. —A punto de tocarlo, emitió un enojado grito—: ¡Debemos irnos!
—Pero falta poco para que muera…
—¡Debemos irnos! O seremos nosotras quienes corramos esa suerte.
Entre quejas y maldiciones, las cuatro sombras desaparecieron con un parpadeo. Aquella zona del bosque conservó las fatídicas huellas de su visita.
Marcus cayó de la montura e inhaló con desesperación.