Amarillo. Blanca Alexander
lucía atemorizado.
—¿Por qué harías algo como eso? ¿No temes represalias de esos hombres?
Diora, Marcus y Sebastián permanecían junto a Milton y miraron a Dan esperando la respuesta. El niño estaba a punto de abrir la boca, pero se escuchó una atronadora explosión proveniente del estacionamiento. Casede murió a raíz del evento y la vida de Dan sufrió un cambio. La historia se publicó en la prensa, donde Milton responsabilizó a los invasores del atentado y dio a conocer que ayudaría económicamente al niño que los salvó como gesto de agradecimiento. Este hecho impulsó la popularidad del comandante de Zuneve en el escenario político de la nación.
Los niños apartaron las miradas, a partir de ese incidente se habían convertido en mejores amigos.
—Bueno, en conclusión… todos debemos estar agradecidos por algo… Lo importante ahora es finiquitar los detalles de nuestro plan, tenemos poco tiempo.
Sebastián comenzó a quitarse los guantes.
—¿Te das cuenta de que estamos a punto de descubrir algo sobrenatural que cambiará lo que conocemos? ¿Has pensado siquiera un segundo que algo muy malo puede ocultarse en el palacio? Quizá algo tan malo que pudiera matarnos.
—¡Claro que lo he pensado! La verdad, nunca lo sabremos si no vamos.
—He imaginado que abrimos esa puerta y encontramos a un monstruo de tres metros que nos estrangula.
Sebastián pronunció estas palabras con la única intención de que Dan desistiera del plan, pero su amigo rio.
—No creo que encontremos un monstruo, aunque sí algo mágico, algo que estamos destinados a encontrar.
Sebastián se cruzó de brazos con gesto renuente.
—¿De dónde sacas tanta determinación?
—Solo estoy seguro de que la magia existe y quiero saber más.
—Acepté esa posibilidad desde que encontramos el pergamino, aunque una parte de mí insiste en creer que esto es un mal sueño.
—Eso sucede porque no prestas atención. El Abba, aceptado por toda la sociedad, habla sobre un ser sobrenatural todo el tiempo, y otros seres que lo acompañan.
—¿Te refieres a los ángeles?
—Sí. Lo hemos escuchado en muchos sermones, el Abba dice que están entre nosotros, nos ayudan y protegen. Muchas personas lo creen, otras dicen que han sentido la presencia del Santo. Eso es sobrenatural, es magia.
—Pensé que estaba convencido, pero tengo mucho miedo de lo que haremos. Si nos descubren, no quiero imaginar la reacción de mi padre. —Sebastián apresuró el paso—. El pergamino dijo que me guiaría, no que me protegería.
—¿Por qué no tratas de comunicarte otra vez para decirle lo que piensas? Dile que necesitas tener la seguridad de que nos protegerá.
—La última vez que se comunicó conmigo dio un mensaje muy preciso, no respondió mis preguntas.
—¿Qué te dijo?
—No fue gran cosa, solo escribió que tengo mucho poder y debo salvar al mundo.
—¡Eso es increíble! —Dan lo miró con fascinación—. Sea lo que sea que nos aguarde allí, podrás enfrentarlo. Además, no te dejaré solo, juntos afrontaremos lo que encontremos.
—Sé que no me dejarás solo. —Esbozó una leve sonrisa antes de elevar el tono de voz—. Creo que deberíamos dejar una nota por si algo nos impide regresar, así podrán buscarnos. Mi madre estará muy preocupada, sería injusto para ella no saber qué ocurrió.
—Hazlo si te hace sentir tranquilo, coloca la nota debajo de tu almohada. Solo recuerda removerla cuando regresemos, nadie debe saber lo que hicimos, al menos por ahora.
Escucharon a lo lejos la melodía de un violín.
—Amo cada vez que madre toca el violín, es muy talentosa.
—Lo hace casi todas las tardes, pero esa pieza en específico la toca solo a final de cada mes, estoy casi seguro de que en la misma fecha.
Sebastián hizo silencio para reflexionar sobre las palabras de su amigo.
—Es una melodía muy hermosa y a la vez profundamente nostálgica. —Dan se concentró en cada nota—. Es como si recordara algo o a alguien que le causara una gran pena.
—¿Quieres ir adentro? Podríamos disfrutar de la melodía sentados cerca de la chimenea, comiendo galletas y leche.
Esta posibilidad generó un leve entusiasmo en Dan, pero un pensamiento repentino hizo que el sentimiento se esfumara.
—No puedo, la tarde está por caer y debo ayudar a mis abuelos a recoger el puesto de verduras.
Los amigos se despidieron en silencio.
Sebastián se encaminó a la mansión y avanzó hacia la sala principal, donde Diora tocaba el violín sentada en un sillón cerca de la ventana. El muchacho llevaba un pequeño plato con varias galletas y un vaso de leche, así que tomó asiento en el sofá junto a la chimenea para escuchar el resto de la hermosa y nostálgica pieza, como la había descrito Dan. Disfrutaba tanto las interpretaciones de su madre, que siempre le pedía que tocara alguna en su cumpleaños o durante las reuniones familiares. Sin embargo, no fue hasta esa tarde, por medio de su amigo, que se percató de la pieza que su madre tocaba en una fecha específica del mes, una melodía que había oído en innumerables ocasiones, aunque apenas en ese momento le prestaba verdadera atención, como si la escuchara por primera vez. Como una revelación, percibió el dolor en cada nota, durante un instante quedaba al descubierto la herida que su madre guardaba en su interior.
Al finalizar la composición, la abrazó sin previo aviso.
—No te sentí llegar. —Con una sonrisa, Diora dejó el violín y el arco a un lado para responder al inesperado abrazo—. ¿Pasa algo?
—Esa pieza te pone triste, no me gusta verte triste… Quisiera hacer algo para que nada te cause dolor.
—Pero ¡si es eso lo que has hecho desde la primera vez que te vi! Evitas que el dolor crezca, lo haces tan pequeñito que permites que una gran felicidad entre en mi vida.
Sebastián la miró risueño.
—Madre, ¿podrías repetir lo que acabas de decir cuando Marcus esté presente?
Diora rio antes de besarlo en la frente, pero el dulce momento entre madre e hijo fue interrumpido cuando la puerta principal se abrió de golpe. Marcus ingresó al salón con la mitad de su traje embarrado de lodo, seguido por Darío, quien solicitó permiso para entrar y retiró su sombrero.
—Hijo, ¿qué te ha ocurrido?
—El caballo me arrojó al suelo y se fue. El doctor Darío Cavini me encontró en el camino y se ofreció a traerme, resulta que es…
—¿Cavini?
El doctor no podía sostener su mirada sobre ella, así que desvió los ojos.
—Sí, soy Darío Cavini, hijo de Rubén Cavini.
Diora corrió hacia él para darle un afectuoso abrazo. El hombre respiró profundo antes de corresponder al gesto con los ojos cerrados.
Sebastián miró a su hermano, intrigado.
—¿Quién es él? ¿De dónde conoce a madre?
—Ella conocía al padre del doctor Darío. Hasta donde tengo entendido, esta es la primera vez que se ven —musitó. Al igual que Sebastián, se sentía confundido frente a la efusividad del encuentro.
—¡Eres idéntico a tu padre! Es realmente impresionante lo mucho que se parecen… aunque él usaba la barba muy larga. Incluso así, ¡verte es como verlo! —Diora recorrió con la