Amarillo. Blanca Alexander

Amarillo - Blanca Alexander


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bien en la escuela de medicina. Me dolió mucho enterarme de su partida, de verdad lo quería, fue lo más parecido que tuve a un padre… Recuerdo cuando abandonó Antario, estaba desolada.

      —Para él también fue muy difícil, me lo dijo muchas veces. Sin embargo, tuvo que hacerlo, pues mi madre falleció y yo estaba solo.

      Los ojos de Diora se mantuvieron iluminados.

      —No lo dudo, Darío. ¿Qué te trajo por aquí?

      —Debo hablarle de un tema muy importante, de preferencia a solas.

      —Muy bien, los chicos nos dejarán porque se cambiarán para la cena.

      —Madre, yo…

      —Marcus, obedece. De lo contrario, tu hermano tampoco lo hará, ya sabes cómo funciona.

      Marcus abandonó el salón y subió las escaleras enojado, mientras Sebastián lo seguía sin dejar de mirar con suspicacia al doctor Cavini, hasta que lo perdió de vista.

      Diora y Darío pasaron a un pequeño salón cercano, donde tomaron asiento luego de cerrar las puertas. Ella lo miró con emoción.

      —Estoy muy feliz de que estés aquí, te he esperado durante mucho tiempo.

      —Me he mantenido cerca, tú y los chicos son todo para mí.

      Ella esbozó una sonrisa.

      —¿Qué le dijiste a Marcus?

      —Nada aún, me apegué a lo que acordamos, nos encontramos por casualidad.

      —¿Y lo del caballo? ¿Cómo sucedió? Es un excelente jinete.

      —No lo sé. En el bosque de Río Dulce habitan muchos espíritus y sombras que cobran fuerza en la noche y acostumbran a cegar la vista de los transeúntes.

      Diora suspiró.

      —Bueno, lo decidí. Le hablarás de su ascendencia como acordamos, lo importante es que concluya que puede llevar una vida normal como hasta ahora. Yo lo he hecho, él también podrá.

      —Marcus seguirá experimentando situaciones como la de hoy.

      —Por eso quiero hablarle de su origen. Sin embargo, no existe razón para que sea miembro activo del mundo sobrenatural.

      —La amenaza puede revivir en cualquier momento, recuerda las profecías…

      —Si hubiese tomado decisiones en mi vida basándome en las profecías, tal vez estaría muerta. Lo que somos en este mundo solo acarrea tribulaciones, ya la vida trae suficientes por sí sola. No lo pondré en riesgo ni dejaré que muera en un acto heroico. Quiero que sea feliz. Además… —Diora calló de repente.

      —Sé muy bien cuál es la razón principal de tu decisión.

      Ella entornó los ojos.

      —Son mis hijos y quiero una vida normal para ellos, nos conduciremos de acuerdo con el plan. Hablaremos con Marcus después de la cena.

      ***

      El sol se había ocultado. Lleno de impotencia, Milton entró a la mansión y fue directo al salón principal, donde se sentó junto a la chimenea. El ama de llaves acudió a su llamada.

      —Matilde, ve a la bodega de vino y trae una botella de las más añejas.

      La mujer salió deprisa para cumplir con la orden. Siempre había un aire de arrogancia en los gestos y la voz del amo, pero en esa ocasión también percibió algo de preocupación en él.

      Solo cuando el ama de llaves se alejó, Milton se fijó en que no estaba solo en el salón. Saludó con frialdad a Diora, sin quitar la mirada del doctor Cavini. Ella notó el embriagante olor a vino que despedía su esposo, así que se apresuró a presentarlos con una sonrisa de oreja a oreja, tratando de ocultar su nerviosismo.

      —Darío ha venido a traer unos presentes del difunto doctor Rubén Cavini para nuestros hijos y para mí.

      —¿Está de visita en la ciudad, caballero? ¿O piensa quedarse por un tiempo?

      —Me quedaré una temporada, vine a compartir mis conocimientos con los doctores de la región. Me seleccionaron luego de una solicitud de apoyo hecha por el alcalde Lender a las autoridades de Dracaena, ciudad donde resido.

      —Me parece muy bien que preste servicio en Río Dulce, ahora más que nunca necesitamos zuneses que cumplan con su trabajo. Lo es, ¿cierto?

      —Sí, nací en Iriguay, ya que mis padres vivían allí en aquella época, pero crecí y me eduqué en Minsdan.

      —¡Minsdan! ¡Vaya! El lugar más rico del reino, mejor dicho, de Nirvenia. Claro, luego de que el señor de Minsdan, Nathan Hilldawyn, le ganara al heredero de la ciudad de Verenasi la mitad de sus minas en una apuesta. Nada noble por parte de los nobles, ¿no cree?

      —Sin duda fue un error de Thiago Magkiston. No solo perdió casi toda su herencia, también llevó a su familia al borde de la ruina.

      Matilde llegó con la botella de vino y comenzó a servir. Milton le ofreció a Darío, quien se negó, así que el dueño de la casa le dio el primer sorbo a su copa.

      —Es cierto, pero a pesar del error de su hijo, Zeck Magkiston es un zorro viejo que ha sabido arreglárselas para continuar como uno de los hombres más influyentes del mundo. No en vano es la mano derecha del rey. —Bebió lo que quedaba en la copa y luego la llenó otra vez.

      —Milton, creo que podemos pasar a la mesa.

      —¿Dónde está Marcus? —preguntó, ignorando lo que Diora acababa de decir.

      —¡Padre! —Al escuchar su nombre, Marcus descendió sin demora las escaleras, vestía un traje nuevo de tonos claros—. Me estaba preguntando si llegarías a tiempo para la cena.

      —Doctor, ¿ya conoció a Marcus? Mi hijo, mi orgullo y el futuro comandante de Zuneve. No puedo explicar cuán talentoso y especial es. —Posó su mano sobre la espalda de Marcus, de pie a su lado—. Nació para la grandeza, sin duda.

      —Milton, estás bebiendo muy rápido y no has comido nada —musitó Diora.

      —¡Solo estoy presumiendo de mi hijo, mujer! ¡Déjame hacerlo en paz!

      —Tiene dos hijos maravillosos, comandante. —Darío miró a su alrededor, quería romper la tensión que se había originado.

      —Bueno… Sebastián tiene una gran habilidad para escaparse de mis manos. —Vertió vino en su copa una vez más—. Estoy preocupado por él, no se adapta y es un soñador, este mundo destroza a los soñadores.

      —Sebastián es un niño muy especial, con gran inteligencia y corazón. Su único pecado es no ser como su padre espera que sea. —Diora lo miró con acritud.

      Milton saboreó la última gota de vino y se limpió la boca con la manga del uniforme militar, conformado por camisa y pantalón azul marino

      —Sebastián es un malcriado, un consentido. Es débil, igual que Matías, ¿¡acaso no te das cuenta!? ¡Correrá el mismo destino!

      Era evidente que el estado de embriaguez de Milton había avanzado.

      —¡No mereces a nuestros hijos!

      —¡Estás hablándole al comandante del Ejército de Zuneve! ¡Podría hacer que te arrestaran por lo que acabas de decir! —Milton se puso de pie frente a Diora de forma amenazante.

      —No lo harás, serías incapaz de soportar el escándalo que eso generaría. ¡Eres un cobarde!

      Milton levantó la mano para golpearla, pero Marcus lo empujó, así que el hombre resbaló y cayó. Intentó levantarse sin éxito, así que siguió hablando desde el suelo:

      —¡Todo es mentira, todo


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