Hijo de Malinche. Marcos González Morales
Y nada, emigré a México. Terminé mi tesis de doctorado sobre los efectos del peyote en las sociedades indígenas.
—¿Peyote?
—¿No has oído hablar del peyote? ¡Vaya periodista! —le bromeó—. Es una de las drogas más famosas en todo el planeta. Es un cactus mexicano, los indígenas lo utilizaban como medicina y en sus rituales, pero ahora hay personas que lo usan para drogarse e incluso para hacer daño a otras personas, para provocarles alucinaciones por su elevado contenido en alcaloides psicoactivos.
—¿Alcaloides? ¿Me hablas en chino?
—Qué tonto —le replicó Elena entre risas—. El caso es que tuve la gran suerte que en un centro público ofertaban una plaza de investigador que coincidía exactamente con mi perfil académico. Me presenté y me la concedieron.
—Me alegro por ti —contestó Cortés—. ¿Estás contenta? ¿Te va bien?
—Pues sí, soy una especie de profesora funcionaria en la Universidad Nacional Autónoma de México, la UNAM. Aunque existen algunas deficiencias, si comparamos la situación en la que se encuentra la ciencia en España hoy día, las condiciones para la investigación son bastante buenas.
—Pero no te resultaría fácil un cambio de vida tan radical, ¿no?
Elena, después de permanecer pensativa unos momentos, negó con la cabeza.
—Mis primeros meses fueron bastante duros, echaba de menos a la familia, los amigos, la comida, nuestro modo de vida. Un día me di cuenta de que si seguía comparando todo con España nunca iba a lograr adaptarme; y así fue. Empecé a apreciar las cosas que México y su gente te ofrecen, que son muchísimas. Hay que reconocer que venimos a su país, nos dan trabajo y debemos adaptarnos a ellos, no ellos a nosotros. Como te digo, es un país acogedor y su gente encantadora; es obvio que te encuentras de todo, como en botica, el tráfico es horrible, por ejemplo. Los taxistas y los choferes de las «combis» son mis enemigos en la ciudad. Pero, poco a poco, aprendes a lidiar con esas cosas.
—¿Combis? —inquirió Cortés.
—O camiones, son nuestros autobuses, aunque nada que ver —apuntó la joven sonriendo.
—Sí, recuerdo haberlo visto en la película mexicana Nosotros los nobles, donde dos se peleaban como bestias por adelantarse con los autobuses… —rio Cortés.
—Muy buena —asintió Elena—. Por allí por México también gustó mucho esa peli.
—¿Algún consejo más?
—Bueno, ya sabrás lo del «coger» —le advirtió la chica proyectando hacia él una sonrisa maliciosa—. Evítalo a toda costa excepto que quieras que te lo hagan. Sobre todo, no comas en la calle. Nuestro sistema inmunológico no es tan resistente como el de los mexicanos, y me ha tocado alguna que otra gastroenteritis... así que es mejor no tentar la suerte...
Continuaron conversando como si se conocieran de toda la vida, de manera muy distendida. También mientras les servían la comida a bordo. Después del almuerzo, ella se puso a leer La buena suerte. Cortés no podía creerlo. Era el título que le habían regalado semanas atrás, cuando salió de la gala de periodismo junto a su amiga Lidia.
—No me jodas, ¿eso lees? —le espetó sorprendido.
—¿Lo conoces? Es mi favorito. Me inspira muchísimo, es extraordinariamente positivo. Lo he leído no sé cuántas veces —comentó Elena.
—¿De qué va? —dijo Cortés con evidentes muestras de interés.
—De dos amigos que al cabo de mucho tiempo se reencuentran, y uno le explica a otro lo bien que le ha ido en la vida aplicando las diez claves de la buena suerte y la prosperidad.
— ¿Y cuáles son esas claves? ¿Es un manual de esos tantos que hay de autoayuda?
—Qué va, a mi esos no me van —rio con ganas Elena—. Seguro que conoces a muchos que, cuando les ocurre algo bueno, dicen: “Qué suerte ha tenido”, ¿cierto? Y si les pasa algo malo, la frase cambia: “Qué mala suerte he tenido”.
Cortés asintió con la cabeza y no pudo evitar pensar en sí mismo.
—Es como si viajarán de copiloto en su propia vida, sin tener la capacidad de decidir cuándo giran hacia un lado u otro. O como si fueran un actor secundario en la película de su vida. Como que alguien escribió un guion y ellos solo ejercieran su papel.
Cortés sintió un escalofrío. Parecía que hablara de sí mismo, de su momento actual, pues él si había sido así de joven, cuando con mucho empeño y tesón logró estudiar y más tarde convertirse en periodista.
—¿No has tenido nunca esa odiosa sensación de no controlar nada de lo que ocurre en tu vida? Yo sí y es horrible —le dijo haciendo aspavientos con los brazos. Parecía adivinar sus pensamientos.
—Pues sí y, para serte sincero, quizá si estoy en un momento similar. Con todo respeto lo que dices está muy bien, pero me parece filosofía barata que se puede aplicar cuando eres joven y no tienes obligaciones ni responsabilidades como una hipoteca, una hija. No me quejo, pues hay momentos increíbles también con mi hija, pero es lo que hay. Te pasan cosas buenas y malas, hay que asumirlas y agachar la cabeza con lo que no puedes controlar, porque no hay mucho más que hacer.
—Yo también entiendo lo que dices, pero todos tenemos que hacer sacrificios. Yo también los tuve que hacer en mi casa, en mi entorno donde no aceptaban a mi pareja, pero decidí dirigir la película de mi vida en vez de solo actuar en ella. Imagínate que un día, hoy mismo, despertaras pasando de ser el actor de reparto de tu película a dirigirla. Que te levantaras y entendieras que la suerte tan solo depende de cómo juegues tus propias cartas y de la actitud que tengas ante la suerte y la vida. En definitiva, que tú eres la persona que escribe las páginas de tu historia y que nada ni nadie puede escribirlas por ti. ¿No sería maravilloso? Te puedo asegurar que este libro a mí me ha servido mucho para convertirme en la protagonista de mi vida.
—«Hay la teoría que demuestra que la vida no es perfecta, que cualquier momento es buen momento para empezar. De nuevo que tu vida la decides tú».
—comenzó a tatarear Cortés en su asiento…
—Tal cual, ¿de quién es eso?
—Es el final de la canción de Jarabe de Palo, creo que la canción se llama Tú mandas, ¿no la conoces?
—No la he escuchado nunca.
—Yo tampoco la conocía hasta hace un momento, la memoricé junto a la otra mientras dormía, hasta que me despertaste.
—¿Cómo, estás bien? —Elena le miró sorprendido.
—Nada, cosas mías… Ahora estoy mejor que antes de subir al avión, gracias por la charla Elena —le respondió mirándola fijamente. Al momento se quedó contemplando el cielo por la ventanilla mientras seguía tarareando en silencio. «Tú, tú mandas, tú sigues o te plantas, tú eliges. Las reglas las decides tú. Tú, tú mandas. Tu historia la decides tú».
De jovencito solía memorizar las letras de las canciones que le gustaban y las trataba de usar en su día a día, como con su amigo Toni, que le había vuelto a recordar algo que quedaba en el olvido. También Lidia había hecho lo mismo con Solo se vive una vez y en aquel momento las canciones de su admirado Jarabe de Palo volvían a sonar en su cerebro. Todas ellas parecían hablarle en un mismo sentido.
CAPÍTULO 6
Hacer de detective
«Cabreado, deprimido, cansado de tanto lío; de políticos, banqueras, de corruptos y profetas, de pelotas y paletos; no soporto
el mamoneo; me tienen hasta los huevos, con su falta de respeto».
Buenas noticias (Jarabe de Palo)
17 de octubre, Poblenou, Barcelona
Al