Hijo de Malinche. Marcos González Morales

Hijo de Malinche - Marcos González Morales


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se encogió de hombros—. No pienso ir, que vaya Gutiérrez.

      La secretaria arrugó la frente y siguió con lo que hacía. Cortés abrió el segundo sobre. Contenía información precisa acerca del trabajo que debía realizar el México.

      —¡Paso! —masculló entre dientes—. No pienso ir.

      Cortés cogió el ejemplar del día de La Vanguardia. Se le pusieron los pelos de punta al leer uno de los titulares de la sección internacional: «México impide visitar el país al Comité contra las Desapariciones de la ONU». La noticia hablaba de miles de desaparecidos y del intento fallido por parte Naciones Unidas de visitar territorio mexicano, con ánimo de colocar sobre el terreno a un grupo de expertos independientes que aseguraban que existía «un patrón de desapariciones forzadas sistemáticas». La noticia también se refería a la Ley General de Desaparición Forzada.

      —¡Joder! —se le escapó a Cortés.

      Nuria apartó los ojos de la pantalla de su ordenador.

      —¿Qué clase de país tiene una ley sobre desaparecidos? —preguntó Cortés. ¡Tengo que impedir que me manden allí!

      —Ponte enfermo —cuchicheó Nuria—, o búscate cualquier excusa. Pero el fucking boss lo da por hecho. Además, ya ha comprado los billetes, y con lo tacaño que es, hasta en camilla es capaz de llevarte.

      Cortés le dio vueltas a posibles excusas que se podía inventar para no ir. Decirle a su jefe que tenía demasiado trabajo pendiente sabía que no serviría. Conocía bien a Gutiérrez, y le obligaría a hacer horas extras. Quizá podría inventarse algún problema de salud.

      —¡Ya lo tengo! Le diré que padezco una enfermedad degenerativa en los ojos.

      —Varios redactores levantaron la cabeza de sus teclados.

      «¡Sí! Eso podría ser buena idea —pensó Cortés—. ¿Y un problema de salud con mi hija? No, qué digo, eso sería muy cruel por mi parte. Debo buscar, sin duda, alguna excusa relacionada con mi salud», se convenció.

      Pese a que Cortés no quería abrir el sobre de instrucciones, la curiosidad pudo más. Dentro encontró varias hojas impresas por las dos caras y estaban firmadas por un tal Pedro Campo.

      «¿De qué me suena ese nombre?», se preguntó Cortés.

      El cliente financiero necesitaba un gran artículo sobre México de un mínimo de veinte páginas, redactado por un extranjero. Como estructura, primero tenía que contextualizar su situación política, económica, social y cultural, destacando especialmente «TODO LO POSITIVO DE LA EMPRESA DE SU CLIENTE», señalaba la nota en mayúsculas.

      Parecía se habían visto salpicados en un conflicto con el gobierno por un presunto caso de corrupción y necesitaban lavar su imagen; para ello, querían que Cortés hablara con el mayor número posible de trabajadores de la entidad, así como con clientes, proveedores, administraciones públicas, sociedades no lucrativas, académicos y medios de comunicación con los que se relacionaba.

      «Como ustedes saben —rezaba la misiva enviada por el banco—, todo lo que diga un tercero sobre nosotros tiene mucha más credibilidad que lo que digamos en primera persona».

      La nota terminaba con una postdata manuscrita dirigida «al señor Martín Cortés».

      «Su jefe ya le habrá comunicado que eso no es todo, pero lo otro, su verdadera labor encubierta, es confidencial.

      Le explicaré el asunto en persona, una vez esté aquí. Fdo. Pedro Campo».

      Cortés se quedó unos momentos dándole vueltas al nombre del empresario. De alguna forma le resultaba familiar. Quizá ya lo había entrevistado. Después pensó en aquella despedida inquietante. «¿Qué será y que querrán de mí?», se preguntó. Pronto trató de centrarse en el trabajo que sabía hacer. No le quedaba más remedio. Ya había llevado a cabo ese tipo de encargo en anteriores ocasiones. Se llamaban «publirreportajes», artículos pagados que pretendían ser objetivos sobre una empresa en particular. Se revestían de una buena tacada de información de tal manera que parecían creíbles y noticiables. Cortés siempre los había considerado una estafa dirigida al lector, pero era una práctica habitual en la mayoría de los medios de comunicación, sobre todo los especializados. Y más en esos últimos tiempos, desde la crisis económica.

      Nervioso, se puso a investigar más sobre México. Para hacerse una idea rápida de la situación, recurrió de nuevo a la Wikipedia, y anotó en su inseparable libreta algunos datos básicos entre los que destacaban:

      * Es el undécimo país más poblado del mundo, con una población estimada de ciento veinte millones de personas.

      —«¡Ostras, como tres veces España!», pensó.

      * Es el decimocuarto país más extenso del mundo y el tercer país americano con mayor longitud de costas: océano Pacífico, golfo de México y el mar Caribe.

      * Tras casi trescientos años de dominación española, México inició la lucha por su independencia política en 1810.

      «Habrá que volverlos a conquistar, como hizo mi tocayo —bromeó para sí.

      * Es el primero en el continente y sexto en el mundo con más espacios culturales o naturales considerados por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad, concretamente treinta y dos.

      * Según un informe de la ONU de 2015, México presenta un índice de desarrollo humano alto (de 0,762), y ocupa el lugar 77.º en el mundo.

      «No me extraña, si se comen unos a otros…», rio, aunque pronto se le congeló el rostro.

      Cortés decidió que con esos datos estaba bien, ya profundizaría en otro momento en su historia. Debía leer también noticias actuales que quizá podría aprovechar para su reportaje, así que acudió a la web de El País, que disponía de una sección específica sobre México. Casi se le cayó el bolígrafo al leer la primera referencia: «El cártel de Jalisco agrega el canibalismo a su catálogo de horrores».

      —¡¡Joder!! —aulló Cortés.

      Nuria le miró y se llevó el dedo índice a la boca, mientras lanzaba una mirada de terror hacia la puerta del despacho de Gutiérrez. De repente éste emergió de su guarida.

      —¡Cortés! ¿Le ocurre algo?

      —No, señor.

      —¿Ha visto los sobres que le he dejado encima de la mesa? —inquirió Gutiérrez.

      —Sí, señor, estoy con ello.

      —Bien, de aquí a un rato salimos a ver a don Pedro Campo, es uno de los inversores de Bancasol México y financia muchos proyectos aquí en España. Es tu empleador, espero que actúes a la altura de las circunstancias.

      —Sí, don José, puede estar tranquilo.

      Gutiérrez volvió a su despacho y Cortés siguió leyendo acerca de México. Las demás crónicas tampoco se quedaban cortas: «Diez balazos y dos muertos en un bar frente al edificio más emblemático de Ciudad de México»; «Veintiún peatones mueren atropellados cada día en México»; «Un enfrentamiento entre narcotraficantes deja al menos quince muertos en Chihuahua»; «Procesado por lavado de dinero y delincuencia organizada»; «México rompe su récord de asesinatos de los últimos veinte años»; «Cinco niños mexicanos, entre los premiados en un concurso mundial de cálculo mental»; «Diez estados mexicanos buscan amparar a los ciudadanos que maten en defensa propia»; «Un auto cae en un inmenso socavón en una autopista recién inaugurada en México»; «La Fiscalía mexicana fracasa en castigar el lavado de dinero»…

      —Madre mía, solo una noticia positiva de México —observó Cortés con preocupación.

      Tampoco las siguientes noticias que encontró se quedaban atrás. «Guerra de acusaciones por la masacre de la cárcel de Acapulco»; «Las empresas mexicanas pagaron 88 millones de dólares en sobornos»; «Hallados dos cuerpos descuartizados dentro de maletas


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