Hijo de Malinche. Marcos González Morales

Hijo de Malinche - Marcos González Morales


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intelectuales», acabó el afamado periodista su discurso —remarcó Fallarás—. Qué os parece, ¿estáis de acuerdo?

      La sala del auditorio se convirtió en un hervidero de comentarios de todo tipo. Unos se mostraban indignados; otros, como Cortés, le daban la razón, aplaudiendo en pie de forma enérgica. El señor trajeado reía con ganas.

      —Frente a estas amenazas —prosiguió Eva Fallarás—, el oficio pervive y lucha por ser el testigo y el muro contra el que han de estrellarse siempre todas las tiranías. El futuro de la prensa está asegurado porque es uno de los cimientos fundamentales de un sistema democrático. Y si no hay periodismo libre, no hay democracia. Independientemente de los cambios que se han producido en la profesión debido a las nuevas tecnologías, los principios continúan siendo idénticos. En cualquier caso, la situación sigue siendo grave, dramática, pero deja lugar para la esperanza, como esas fantásticas iniciativas de periodistas emprendedores que se niegan a quedarse parados, como la que vamos a conocer y reconocer a continuación. Y, además, seguimos siendo nuestros mayores críticos. Continuamos defendiendo los valores clásicos del periodismo y las cualidades indispensables para todo periodista: disponer de instrumentos intelectuales para comprender la realidad, capacidad de expresión y máxima honestidad. Muchas gracias y buenas noches.

      La ovación del auditorio fue enorme y estruendosa. Algunos comenzaron a levantarse, como el propio señor trajeado que tanto había incordiado a Cortés. Este, para no ser menos, hizo lo mismo, y se quedó de piedra cuando vio que el desconocido respondón se encaminaba hacia el pódium para subirse a él y darle un fuerte abrazo a Eva ante la confusa mirada de Cortés. Los anillos del tipo resplandecían como soles.

      —No me lo puedo creer —gimió él—. ¿Qué hace Fallarás con ese individuo?

      —Cortés se echó las manos a la cabeza—. Poderoso caballero, es don Dinero…

      —La pasta manda, ojazos —rio Lidia.

      La maestra de ceremonias anunció que, a continuación, se iba a reconocer a uno de los casi trescientos nuevos proyectos periodísticos que tenían contabilizados desde principios de 2008.

      —No vamos a entrar en si es bueno o no que un periodista se convierta en editor —aclaró la presentadora—. Ambos representan dos figuras totalmente distintas y diferenciadas hasta ahora, aunque cada vez estén más cerca, lo que encarna algunos peligros de los que nosotros deberíamos huir. Pero el camino tomado por los periodistas supone el único que en estos momentos parece transitable. Damos la bienvenida al financiero Pedro Campo, cofundador y mecenas de Actualidad Digital y uno de los empresarios que más está haciendo por el periodismo.

      —¡Lo que me faltaba por oír! ¡Eso es pasarse al lado más oscuro de la profesión!

      —exclamó Cortés casi a gritos, al mismo tiempo que abandonaba su asiento—. Yo nunca seré periodista empresario, eso es ser más falso que Judas —remató aireando los brazos, para luego salir del auditorio ante la mirada sorprendida de Lidia, que se apresuró a seguir sus pasos.

      Algunos asistentes se quedaron mirándole con desagrado.

      Mientras caminaba hacia el exterior, pensó en su padre y en su sangre sindicalista. De alguna manera sentía que le estaba fallando con su trabajo actual, en el que adulaba a empresarios y directivos tan pedantes. Cuando se aproximaba a la salida, un azafato le regaló un ejemplar del libro La buena suerte, de Alex Rovira. También a su amiga Lidia, que ya le había alcanzado.

      —¡Encima con recochineo! —refunfuñó Cortés, que arrojó el ejemplar en la primera papelera que encontró mientras su amiga le agarraba del brazo.

      —Vamos a relajarnos, anda. Cortés dudó.

      —Mejor será no hacerlo, he de volver a casa.

      —Venga, nos tomamos algo y nos divertimos un rato, ojazos, venga… ¡no seas aburrido!

      —No sé, Lidia —Cortés titubeó unos instantes. Estaba preocupado, todavía no le había dicho a Laura nada acerca de México—. Bueno, pero algo rápido.

      —¡Huy! ¿No me dejarás a medias? —repuso Lidia—. ¿No te atreverás?

      —¿Cómo? —La erección de Cortés volvió a su punto álgido mientras Lidia reía a carcajadas y arrojaba también el ejemplar de La buena suerte a la papelera.

      CAPÍTULO 4

      La curiosidad mató al gato

      «Dígame usted si ha hecho algo travieso alguna vez; una aventura es más divertida si huele a peligro...».

      Propuesta indecente (Romeo Santos)

      16 de octubre, Plaça Reial, Barcelona

      La vio regresar del baño del pub contorneando su cuerpo como una modelo. Por su manera de moverse, Lidia le recordaba a las chicas de la Pasarela Gaudí, uno de los principales referentes de la moda en España, y un evento que le había tocado varias veces cubrir como periodista económico. Cortés vinculó anorexia, moda y economía en un reportaje que tuvo bastante repercusión, pero le acarreó algunos problemas también, cuando varios diseñadores le acusaron de exagerar la realidad. Lidia exhibía más curvas y mucho más pecho que las hermosas —aunque escuálidas— modelos del famoso desfile. Aun así, para él había sido un soplo de aire fresco informar sobre la actividad de la pasarela y dejar por unos días los reportajes empresariales y entrevistas a directivos engreídos.

      «¿Por qué no puedo dejar de pensar en el trabajo, aunque sea por un rato?», se lamentó. Volvió a mirar a Lidia.

      A él siempre le habían gustado más las mujeres de armas tomar, las que podía abrazar fuerte recibiendo lo mismo por la otra parte, perderse entre unos pechos generosos y agarrar un lindo y gran trasero tipo cubano. Lidia era, sin duda, su prototipo.

      Cortés trató de disimular todo lo que pudo su excitación, pero estaba seguro que ella la había notado, y más cuando le puso la mano encima del pantalón. Lidia le estuvo provocando, o al menos a él se lo pareció, en el taxi de camino a la Plaça Reial. Ella había insistido en que entraran en el pub Butterfly. «Vaya con las mariposas, me persiguen», pensó Cortés.

      Las luces de neón azul hacían resaltar la boca de Lidia, que bailaba frente a él de forma sensual. Eran canciones latinas, las que hasta ese momento siempre tanto había detestado Cortés. Primero por la poca simpatía que sentía por los latinos problemáticos de su juventud y después porque su hija había tenido recientes problemas en el colegio por culpa, en parte, de esas canciones, especialmente cuando una compañera le provocó para que bailara la canción Sin pijama y Marina se tomó al pie de la letra la canción, quedándose desnuda delante de algunos compañeros, lo que provocó burlas y risas. Pero en aquel momento Cortés no tenía eso presente y suspiraba, tanto por la letra como por su ritmo sugerente y atrevido. Pese a todo, se negó una y otra vez a acompañarla.

      —¡No sé bailar, lo hago peor que un pato! —se quejó. En parte era cierto. Tampoco quería pegarse a ella y que notara su erección.

      —¡¡Venga, ojazos! —gritó Lidia—. ¡Anímate!

      Empezaba a sonar Propuesta Indecente, de Romeo Santos. Cortés tenía los dos pies apoyados en un taburete alto. Su brazo derecho reposaba en la barra del bar, mientras en la otra sostenía un Martini. Ella se pegó a él, obligándole a separar los pies, y entonó los primeros compases de la canción cambiando parte de la letra:

      «Qué bien te ves; te adelanto, no me importa quién sea ella; dígame usted si ha hecho algo travieso alguna vez. Una aventura es más divertida si huele a peligro...». Cortés no sabía qué hacer. Nunca le había sido infiel a su mujer y no porque no hubiera tenido oportunidades. Se sentía desinhibido.

      Lidia, con su mirada de gata traviesa, se le acercó aún más y empezó a cantarle al oído de manera lasciva.

      «Si te invito a una copa; y me acerco a tu boca. Si te robo un besito; a ver, ¿te enojas conmigo?;


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