¡ Queremos lo nuestro!. Bernadette Atuahene

¡ Queremos lo nuestro! - Bernadette Atuahene


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emocional y conexión, e ignorando el trabajo comunitario realizado, mostrando así cómo las autoridades estatales infantilizaron a los hombres homosexuales»142.

      El marco conceptual de la expropiación de la dignidad/restauración de la dignidad ha sido utilizado de manera exitosa por una serie de académicos notables pertenecientes a una variedad de campos disciplinarios. Emplean diversos métodos empíricos para investigar el fenómeno de la pérdida involuntaria de propiedad y las soluciones necesarias para repararla. Más específicamente, el marco conceptual cumple cinco objetivos principales: 1) proporciona un léxico para describir y analizar las apropiaciones de bienes a las que, actores estatales y no estatales, han sometido rutinariamente a poblaciones pobres y vulnerables en todo el mundo y en diferentes períodos históricos; 2) se enfoca en la reparación mediante la vinculación de eventos de despojo de propiedad que anteriormente se consideraban ajenos para resaltar las oportunidades de aprendizaje, resistencia y solidaridad; 3) permite a las personas que no se consideran académicos de la propiedad participar en una conversación más fructífera sobre la pérdida involuntaria de la propiedad y sus soluciones necesarios; 4) captura las consecuencias materiales de la confiscación de la propiedad, así como las inmateriales que, en el discurso, se han vuelto invisibles; y finalmente, 5) inserta con autoridad la dignidad en el discurso académico sobre la propiedad, contrarrestando el enfoque singular en la eficiencia que ha dominado en el análisis legal desde el ascenso de la ley y la economía. El marco es flexible e ilumina bien los desafíos asociados con la pérdida involuntaria de la propiedad en el contexto de la justicia transicional e incluso más allá.

      A mis inspiradores padres,

      Beatriz Achampong y Kofi Atuahene,

      quienes me enseñaron a perseverar con un espíritu de intrepidez.

       Introducción

      Adanna llegó a este mundo envuelta en las indignidades del apartheid. El padre de Adanna era un granjero blanco y su madre biológica era una de sus trabajadoras africanas. Cuando la madre biológica de Adanna murió, su padre la dejó abruptamente en Kliptown, un pueblo ubicado, aproximadamente, a 35 km de Johannesburgo, para que viviera con una mujer llamada Ma Zwane y su hijo. Esa fue la última vez que Adanna o Ma Zwane lo vieron. Ma Zwane adoptó a Adanna y esta se convirtió en un miembro más de la familia Zwane.

      Ma Zwane era una enfermera. Al observar una de sus fotos se ve a una mujer de mediana edad, labios llenos de orgullo, piel oscura, suave, impasible a las arrugas que dejan los años. A pesar de que el Estado sudafricano del apartheid hizo particularmente difícil que los africanos tuvieran propiedad raíz en las ciudades, Ma Zwane se mantuvo indoblegable. Ahorró sus modestos ingresos y con el tiempo compró dos propiedades en Kliptown. Sus propiedades le aseguraron un ingreso de renta estable y también le granjearon respeto y prestigio social entre sus vecinos en Kliptown –una comunidad unida y cosmopolita donde africanos, chinos, indios, blancos y mestizos locales conviven–, lugar donde las personas dependían unas de otras a pesar de sus diferencias.

      Ma Zwane anhelaba que Adanna algún día contara con una educación que la protegiera de las vulneraciones a la dignidad que el apartheid infligía a las personas negras. Así que cuando Adanna terminó décimo grado, Ma Zwane la inscribió en un curso de comercio donde aprendió tipografía y mecanografía. Infortunadamente, a pesar de su educación y entrenamiento especializado, el color de la piel de Adanna no le permitía avanzar. «No podía conseguir un trabajo porque en ese momento estaban contratando solo blancos en las oficinas para realizar esos trabajos, por lo tanto, no había nada más que pudiera hacer, salvo volver a la fábrica»1. A medida que el tejido de sueños que Ma Zwane tenía para Adanna se empezaba a descoser, ella oraba para que las propiedades le dieran a Adanna la capa extra de protección que ella necesitaba tan desesperadamente en cuanto sudafricana negra que vivía bajo el régimen del apartheid. Pero después de la muerte de Ma Zwane en 1955, la vida de Adanna se empezó a deshilachar.

      Para ejecutar su agenda de supremacía blanca de subordinación y separación, en 1963 el gobierno del apartheid proclamó que solo los europeos podrían habitar en Kliptown. Acto seguido, el gobierno desarraigó a Adanna y a sus vecinos, y los reubicó en las comunas (Townships) designadas para sus grupos étnicos y raciales específicos. Después de forzar a Adanna y a su hermano a mudarse a Soweto (la comuna designada para negros), el gobierno demolió las dos propiedades que ellos heredaron de Ma Zwane y les dio únicamente una compensación nominal. Con el corazón triste, Adanna recordaba: «cuando eres dueña de algo, te sientes orgullosa de que tienes algo. Pero cuando te lo quitan te sientes desnuda […] te sientes como si te hubieran desnudado a la fuerza. No eres nada»2. Los buldóceres que arrasaron Kliptown no solamente acabaron con edificios físicos, destruyeron la comunidad vibrante de Adanna, robaron su herencia y le negaron su dignidad. La destrucción y reubicación fue parte de la estrategia del régimen del apartheid para subyugar a la gente negra y consolidar su posición en la política como sub-personas.

      En muchos sentidos, la historia de Adanna no es única. Sudáfrica no es la única nación donde un grupo de personas ha subordinado a otro y le ha privado de su propiedad y dignidad. La historia está repleta de ejemplos. Los conflictos en Ruanda e Iraq son ejemplos recientes de esta tendencia histórica que se mantiene. En el genocidio de Ruanda de 1994 la guardia presidencial empezó el asesinato masivo de tutsis en retaliación por el ataque fatal al avión del presidente hutu Juvenal Habyarimana. Los hutus masacraron alrededor de 800.000 tutsis y robaron sus propiedades3. Previo a la masacre, los tutsis fueron deshumanizados e igualados a cucarachas que merecían ser exterminadas4. Ahora, a medida que la nación se recupera de estos eventos horrendos y busca promover la paz, uno de los retos centrales de Ruanda ha sido ocuparse de los sobrevivientes que fueron desplazados de sus hogares, despojados de su propiedad y a quienes se les negó su dignidad.

      De forma similar, durante varias olas de despojo, en Iraq, el partido árabe socialista Ba’ath oprimió y desplazó a sus oponentes así como a los kurdos, chiitas, turkmenos y asirios. La primera ola fue la campaña de arabización en la cual el Estado forzó a los kurdos a dejar sus casas y fincas5. El Estado entonces transfirió sus propiedades a los árabes sunitas del sur, desplazando finalmente entre 600.000 y 800.000 kurdos6.

      Los kurdos fueron privados de su propiedad y su dignidad. Después del asesinato de Saddam Hussein, el régimen del terror ba’athista terminó y un estimado de 500.000 personas regresaron a los hogares y fincas confiscados por el Estado7. Para evitar más conflictos, el Estado iraquí debe encontrar maneras de resolver pacíficamente las disputas entre los propietarios pasados y actuales.

      En Sudáfrica, Ruanda, Iraq y otras numerosas naciones, cuando acabaron las guerras, el apartheid y el colonialismo cayeron, la dictadura terminó y los genocidios pararon, los gobiernos que emergieron de las cenizas tuvieron que afrontar el peligroso paisaje que rodea la restitución de la tierra y otras propiedades a las poblaciones desterradas o diezmadas. Estas naciones tenían que elegir: podían ignorar el hecho de que las personas fueron privadas de su propiedad y dignidad, o podían resolver el asunto. Muchos Estados han tomado medidas. Iraq, Colombia, Sudáfrica, Nicaragua, Estados Unidos, Canadá, Australia, Alemania, República Checa, Hungría, Francia, Países Bajos, Kosovo y las repúblicas bálticas están entre los muchos Estados que han provisto remedios para el despojo de propiedad ocurrido con ocasión de guerras, bajo el comunismo o durante procesos de conquista8.

      Cuando un Estado toma la propiedad de un individuo o de una comunidad, la solución apropiada es devolver esa propiedad o proveer una compensación justa, la cual comúnmente es calculada con base en elvalor de mercado de los derechos de propiedad confiscados9. Pero, bajo ciertas circunstancias, el Estado ha hecho más que confiscar la propiedad, también ha negado a los desterrados su dignidad. He acuñado el término «expropiación


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