Condenado a muerte. J. R. Johansson
sobre blanco. Lo sostiene con tanta fuerza que cada uno de sus dedos ha dejado una marca profunda en el papel. Me mira.
—A los dos.
Mi padre se estira para coger la carta. Descubro en el sobre la dirección con las palabras «Corte Suprema de Estados Unidos», y todo se ralentiza mientras lo abre.
No estaba previsto que nos enteráramos de la resolución del recurso de avocación hoy.
Es nuestra última oportunidad.
Y ahora que sé que todas las respuestas están en ese sobre, de pronto espero que pase algo drástico y que no podamos leer lo que contiene. Ojalá se produzca un simulacro de incendio, caiga un meteorito, llegue el fin del mundo... lo que sea con tal de no enterarnos de la respuesta.
Lo que sea con tal de conservar nuestro último rayito de esperanza, porque yo no estoy lista para perderlo.
El papel que mi padre extrae del sobre no es grueso, e incluso desde el otro lado de la mesa puedo leer la palabra denegado impresa en unas atemorizantes letras en negrita.
Esa palabra elimina una de nuestras dos últimas opciones, y siento como si alguien me acabara de arrancar la pierna derecha. Es doloroso. Me deja completamente desequilibrada.
Mi padre lee el papel despacio. Luego lo dobla, lo introduce de nuevo en el sobre y se lo devuelve a Stacia.
—Gracias... por todo.
Ella se aferra al sobre con ambas manos. Tiene los ojos llenos de lágrimas, pero parece que no sabe qué decir.
Mi padre le ahorra el mal trago.
—Ahora me gustaría continuar con la visita de Riley, pero muchas gracias por venir.
Las palabras son amables, pero su tono de voz es cansino y ligeramente despectivo.
—Por supuesto.
Stacia baja la vista, se dirige hacia la puerta y la golpea. Parece que cree que le ha fallado, y yo siento la enfermiza esperanza de que quizá haya sido así. Ha estado ayudando con el caso. ¿Se habrá equivocado en algo? De ser así, tendríamos la posibilidad de solicitar otra apelación, y yo daría casi cualquier cosa por tener esa posibilidad ahora.
Cierro los ojos, enfadada por lo que acabo de pensar. Stacia se preocupa por mi padre. Sinceramente, no quiero que se haya equivocado. Ella nunca se lo perdonaría.
—Volveré el lunes —murmura cuando el agente le abre la puerta.
Y luego se escabulle sin esperar respuesta.
Mi padre se queda en silencio mirando fijamente la mesa mientras la puerta se cierra, y yo me pregunto si ha olvidado que estoy aquí.
Me trago el miedo y la preocupación que amenazan con cerrarme la garganta, y hago un esfuerzo por sonar segura.
—Bueno, supongo que el plan que quería montar se acaba de volver más importante.
—No vamos a planear nada, Riley.
Mi padre cierra los ojos y descansa la cabeza en el pecho por un instante. Lo veo hecho polvo. Siempre ha sido un hombre apuesto, pero, últimamente, todo lo sucedido le está pasando factura.
Cuando abre los ojos, han pasado de no tener expresión a estar casi vacíos. Se me encoje el corazón solo de verlos. Las pocas esperanzas que tenía después de la audiencia de ayer lo acaban de abandonar ahora mismo frente a mí.
Ese pensamiento me aterroriza, así que sigo adelante. Las palabras se derraman de mi boca unas sobre otras apresuradas por escapar.
—Creo que tal vez deberíamos organizar algún tipo de campaña, ¿sabes? Ver si podemos conseguir que se involucre gente, quizá de otros estados. Que escriban al gobernador con nosotros y soliciten una suspensión. Creo que fuera de Texas la gente está más predispuesta a...
—Riley —mi padre intenta interrumpirme, pero no lo dejo.
—Porque aquí las ejecuciones son demasiado frecuentes, y nosotros estamos acostumbrados. Además, yo me pregunto, ¿existe alguna posibilidad de que tu equipo de abogados se haya equivocado en algo?
—Necesito que me escuches...
Mi padre frunce el ceño y se inclina hacia mí, así que yo me aparto hacia atrás.
Por primera vez, no me importa que se enfade. Que se frustre. Puedo manejarlo. Lo que me asusta es percibir la derrota total en su voz.
—Hay mucha gente que te escribe desde otros países. Sé que son desconocidos, y que unos cuantos estarán completamente locos, pero parecen fascinados con tu historia y afirman que están de tu lado. El alcaide Zonnberg me lo dijo.
Me inclino hacia delante de golpe y me pregunto si estoy parpadeando porque siento que los ojos me empiezan a arder.
—Podemos pedirles a ellos también que escriban y creo que muchos...
—¡Basta, Riley! —me grita mi padre.
El agente que espera en el pasillo golpea la puerta con el puño y mira a través del ventanuco para asegurarse de que estoy bien.
Cuando le indico con la mano que sí, se relaja. Observo con detenimiento a mi padre. Nunca me ha levantado la voz, jamás. No sé cómo reaccionar ni qué decir, así que me cruzo de brazos y espero.
—Creo que esto ya no es bueno para ti... y está claro que no es saludable para tu madre.
No puedo evitar soltar una carcajada burlona.
—Papá, esto nunca ha sido bueno para nosotras.
—Y espero que algún día puedas perdonarme por ello.
Su expresión se endurece y me arrepiento de inmediato de lo que he dicho.
—Lo siento, pa...
Pero no me deja seguir hablando.
—Necesito decir esto mientras tenga la valentía para hacerlo, así que, por favor, no me interrumpas.
No levanta la voz, pero se inclina hacia mí, me coge una mano con fuerza y me mira con tanta intensidad que no me atrevo a apartar la vista.
—Tu madre lo está pasando mal, pero no lo admite. Y nos guste o no, se me está acabando el tiempo con rapidez. Tú eres mejor, más fuerte y más inteligente de lo que jamás hubiera imaginado, y aunque odio tener que hacerlo, me veo obligado a confiar en ti en lugar de en mamá. Y me sentiré mal siempre por ello.
Inspira profunda y temblorosamente sin dejar de mirarme. Y luego sigue hablando en un susurro que solo yo puedo oír.
—Riley, he mentido. Es hora de que sepas la verdad. No tiene sentido seguir peleando esta batalla. Soy culpable y seré castigado por lo que he hecho.
El tiempo se detiene unos instantes, segundos, quizá minutos. Espero el final de esta broma de mal gusto, pero no llega. No entiendo lo que me está diciendo. Niego con la cabeza, esperando que algo tenga sentido o, de repente, entender por qué me está diciendo algo así. Se me para el corazón, y la sangre se me congela en las venas.
Mi padre continúa, como si no supiera perfectamente bien que mi mundo se está viniendo abajo.
—Te lo digo ahora para que puedas, de una vez por todas, abandonar esta pelea y seguir con tu vida. Tienes que dejarme ir. Y también tendrás que decidir el momento en que mamá esté lista para enterarse. Lo siento, Riley, pero tal vez tendrás que ser tú quien se lo cuente.
Parpadeo y parpadeo de nuevo. Entonces, un viento espantoso, una especie de aullido y gemido a la vez, me llena la mente. Y aunque él sigue hablando, yo ya no puedo entender lo que me dice. Trato de soltarme de su mano, pero no me deja. No puedo procesar lo que dice. No es verdad. No puede ser verdad. No puede serlo.
Mi corazón se rompe en mil pedazos que aún palpitan, y no debería sorprenderme que no sea capaz de recuperar el aliento. Lo único que tendría sentido es que mi padre esté buscando que deje de esforzarme. Quizá