Los ángeles sepultados. Patricia Gibney

Los ángeles sepultados - Patricia Gibney


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       Capítulo 58

       Capítulo 59

       Capítulo 60

       Capítulo 61

       Capítulo 62

       Capítulo 63

       Capítulo 64

       Capítulo 65

       Capítulo 66

       Capítulo 67

       Capítulo 68

       Capítulo 69

       Capítulo 70

       Capítulo 71

       Capítulo 72

       Capítulo 73

       Capítulo 74

       Capítulo 75

       Capítulo 76

       Epílogo

       Carta al lector

       Agradecimientos

       Sobre la autora

      Página de créditos

       Los ángeles sepultados

      V.1: junio de 2021

      Título original: Buried Angels

      © Patricia Gibney, 2020

      © de la traducción, Luz Achával Barral, 2021

      © de esta edición, Futurbox Project S.L., 2021

      Todos los derechos reservados.

      Publicado mediante acuerdo con Rights People, Londres.

      Diseño de cubierta: Taller de los Libros

      Imagen de cubierta: Robsonphoto | Shutterstock - Fyletto | Istockphoto

      Corrección: Raquel Bahamonde

      Publicado por Principal de los Libros

      C/ Aragó, 287, 2º 1ª

      08009 Barcelona

      [email protected]

      www.principaldeloslibros.com

      ISBN: 978-84-18216-21-3

      THEMA: FH

      Conversión a ebook: Taller de los Libros

      Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser efectuada con la autorización de los titulares, con excepción prevista por la ley.

      Los ángeles sepultados

      ¿Puede construirse una familia a partir de mentiras?

      Cuando Faye Baker descubre el cráneo de un niño tras las paredes de su nueva casa, la policía asigna la investigación a la inspectora Lottie Parker. La casa pertenece a la familia de Jeff, el novio de Faye, pero el joven se muestra reacio a colaborar, y Lottie se pregunta qué oculta. Al día siguiente, la inspectora descubre que Faye ha desaparecido, y poco después encuentran su cuerpo sin vida en el maletero de su coche. Sin embargo, Jeff, el principal sospechoso, tiene una coartada sólida. Por si fuera poco, esa misma semana unos niños encuentran en las vías del tren unos huesos humanos relacionados con el caso.

      La caza por el asesino de Faye acaba de empezar y el reloj corre en contra de Lottie. ¿Quiénes son las víctimas? ¿Qué relación guardan con Faye? ¿Podrá Lottie atrapar al asesino antes de que muera alguien más?

      «Con más de un millón y medio de ejemplares vendidos, Gibney es uno de los mayores fenómenos literarios del año.»

       The Times

       El nuevo fenómeno del thriller internacional

       Más de un millón y medio de ejemplares vendidos

       Best seller del Wall Street Journal y del USA Today

      

       Para Lily Gibney,

       la madre de Aidan y una suegra maravillosa.

      Prólogo

      Tiempo después, el policía diría que nunca había visto nada parecido en todos sus años en el cuerpo.

      —Atrás. —Estiró el brazo para impedir que entrara el joven garda—. Yo echaré un vistazo primero, tú espera fuera.

      —Pero…

      —Pero nada. Si no quieres que tu desayuno acabe mezclado con la sangre del suelo, harás lo que te digo, ¿entendido?

      —Sí, señor.

      Cuando se hubo librado de su subordinado, el policía cerró la puerta tras él. Un olor acre se había apoderado del aire. Se limpió la boca con el dorso de la mano, tomó una buena bocanada de aire, se tapó la nariz con el pulgar y el índice, y atravesó la cocina sin prestar atención a los armarios de formica naranja ni a los platos rotos en el suelo. Los trozos de loza crujían bajo sus botas. Salió de la cocina al pasillo. Era pequeño y compacto. Había varios abrigos amontonados en el pasamanos; la puerta de la despensa bajo la escalera colgaba de los goznes, y las baldosas estaban cubiertas de huellas de sangre. Con un dedo enguantado, empujó la puerta a su izquierda y entró.

      El sofá estaba volcado. Un pie desnudo sobresalía por detrás, cubierto por un cojín chato marrón. El policía tragó saliva para deshacer el nudo agrio que se le había formado en la garganta y avanzó con cuidado, rodeando los muebles, sin tocar nada. Al mirar a la mujer que yacía en el suelo, no pudo evitar llevarse la mano a la boca. La sangre se había secado sobre el rostro y la garganta,


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