Los ángeles sepultados. Patricia Gibney

Los ángeles sepultados - Patricia Gibney


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      —Había unas manchas de pintura sobre el torso y en las traviesas de la vía. McGlynn hizo un buen trabajo.

      —¿De verdad? —Lottie sentía curiosidad—. ¿Y qué importancia tienen unas manchas de pintura en un cuerpo que tal vez lleve congelado más de veinte años? Serían de algo que había en las vías.

      —No lo creo —dijo Jane—. Son unas manchitas azules, tres en total. Una en el cuerpo, dos en la traviesa.

      Lottie se mordió el interior de la mejilla, pensando.

      —¿Alguna idea de qué podrían ser?

      —No. De todos modos, lo he enviado a analizar, ¿vale?

      —Por supuesto. Avísame en cuanto tengas los resultados.

      Mientras observaba cómo la patóloga repasaba el informe, Lottie se sintió agradecida por la meticulosidad de McGlynn y la profesionalidad de Jane. No creía que fuera capaz de soportarlo si tuviera que diseccionar el cuerpo de una criatura. Eso la hizo pensar en qué tipo de persona podía asesinar y desmembrar a una niña. Era demasiado horrible como para planteárselo. Devolvió la prueba y se giró para marcharse.

      —Si tuviéramos la cabeza nos ayudaría a identificarla —dijo Jane—. Y hay una cosa más…

      Lottie se detuvo junto a la puerta. Esperaba que fueran buenas noticias.

      —No te va a gustar.

      —Adelante.

      —La mano que habéis traído…, no pertenece al torso. Es de un hombre adulto.

      18

      Después del altercado con el gato y una visita a urgencias, Faye tuvo que irse a casa y acostarse. Tenía un dolor punzante en la mano y en la cara, que no había mejorado después de ducharse y lavarse las heridas cuidadosamente. Jeff la miraba desde la puerta del dormitorio.

      —No entiendo por qué la dejaste ahí de esa manera —protestó ella mientras ahuecaba las almohadas de la cama en su apartamento de una habitación.

      —Estabas desquiciada, tenía que dejarla en alguna parte mientras decidía qué hacer con ella. Es solo que resulta muy raro encontrar eso en casa de mi tía —replicó Jeff mientras se sentaba en la cama.

      —Me dijiste que la habías tirado. Pensé que querías decir a la basura.

      —¿Qué otra cosa podía decir? Joder, Faye. Ojalá nunca la hubieras encontrado.

      —Pienso lo mismo. Pero si es de verdad, ¿de quién es? ¿Y por qué estaba ahí?

      —No lo sé. Tal vez es falsa, tal vez no, pero me da miedo solo pensarlo. —Hizo una pausa—. ¿Cómo te encuentras? —Jeff le cogió la mano y se la llevó a los labios, pero ella la apartó rápidamente.

      —Estoy bien. Lo peor ha sido la inyección.

      Cuando al fin Jeff se calmó, Faye dijo:

      —Sé sincero, dime por qué crees que hay una calavera detrás de una pared en la casa de tu tía.

      —Por favor, Faye. Deja de hablar del tema. —Se levantó de la cama—. He tenido un día difícil, y el tuyo ha sido aterrador. Bebe el té y échate una siesta.

      —Creo que deberíamos decírselo a la policía.

      —No. No podemos hacerles perder el tiempo. —Jeff se volvió hacia la puerta.

      —¿A dónde vas?

      —Tengo que hacer un recado para mi jefe en Dublín. Luego debo regresar y recuperar el tiempo que he perdido esta mañana. Llegaré a casa sobre medianoche.

      —No quiero quedarme sola. Ese gato me ha dado un susto de muerte.

      —Pensaba que te asustaba más la calavera.

      —Sí, pero me has dicho que no hable del tema.

      —Mira, cariño, tengo que trabajar. Intenta echarte una buena siesta, ¿vale? —Sonrió y se inclinó sobre ella para darle un tierno beso en la frente. Faye levantó los brazos para intentar abrazarlo, pero cuando se dio cuenta, ya había salido de la habitación.

      El té estaba insípido. Le habría gustado tomarse una copa, pero Jeff no se la había ofrecido, y, de todos modos, estaba embarazada. Al pensar en el bebé, se acarició la barriga con la mano ilesa y trató de centrarse en cosas alegres, como pintar la habitación del bebé de amarillo, porque no sabían si era niño o niña.

      Pero ahora, la idea de decorar la habitación para su bebé estaba contaminada con la imagen que se le había grabado en la memoria del gato desquiciado saltándole encima para atacarla. No creía que consiguiera borrarla nunca. Como en señal de protesta, sintió un escozor en la mejilla y un pinchazo en la mano. Tenía que hacer algo. Y esta vez, le llevaría la contraria a Jeff.

      Cogió el móvil y buscó en Google el número de la comisaría de Ragmullin. Antes de llamar, echó un vistazo a Twitter para ver las últimas noticias. Lo que vio hizo que saltara de la cama. Se puso un vestido ligero de algodón, lo que tenía más a mano, una chaqueta larga de punto y se calzó unas zapatillas. Volvió a mirar el móvil. La noticia del hallazgo de un torso estaba por todas partes. ¿Cómo no la había visto? Sintió náuseas, y el bebé se revolvió en su útero.

      Habían encontrado un torso sin cabeza en las vías del tren.

      Ella había encontrado una calavera.

      Las piezas comenzaban a encajar.

      Cogió el bolso, metió dentro el móvil y salió sin llamar a Jeff ni enviarle un mensaje. No le iba a gustar, pero tenía que contárselo a la policía.

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