Los ángeles sepultados. Patricia Gibney

Los ángeles sepultados - Patricia Gibney


Скачать книгу
¿Jack y tú usáis el dron todas las mañanas?

      —Solo algunas, no siempre. —Gavin parecía avergonzado de su madre, y miraba por la ventana de la cocina, manteniendo los ojos fijos en algún punto que había fuera. Llevaba el pelo rapado en un lado y largo en el otro. Iba vestido con una camiseta de fútbol y pantalones de chándal.

      —¿De qué equipo eres? —preguntó Kirby.

      Lottie sonrió cuando el chico puso los ojos en blanco igual que su madre y señaló el escudo de la camiseta.

      —Del Mánchester.

      —Me parece que son buenos.

      Lottie intervino antes de que Kirby hiciera más el ridículo.

      —¿Esta mañana no has tenido miedo de que pasara un tren de repente?

      —Me sé los horarios. Tengo una aplicación en el móvil. Me dice cuándo pasa el próximo tren. Me interesan ese tipo de cosas.

      —Deberías haber ido directo a clase. Tal vez sea mejor que no veas a Jack durante una temporada. —Tamara se volvió hacia Lottie—. Estos dos son como uña y carne. Dios sabe en qué líos se meten.

      —Pero Jack es mi amigo —gimoteó Gavin—. Mi único amigo.

      —Me tienes a mí, ¿no?

      —¡Mamá! Qué asco.

      —Tal vez debería haberte llevado al colegio después de que declarases. Pero me has dicho que estabas demasiado afectado y no podías ir.

      La falta de empatía era casi palpable. Tamara era una egocéntrica redomada. Lottie quería explicarle al niño que era normal sentirse mal. En vez de eso, dijo:

      —Dime, Gavin, al bajar a las vías, ¿qué habéis hecho?

      El muchacho tiró del escudo de la camiseta.

      —Ha sido todo idea de Jack. Yo no quería ir a las vías, pero es su dron, así que lo he seguido. —No era capaz de mirar a Lottie a los ojos, y la inspectora pensó que tal vez mentía.

      —¿Cuántas veces te he dicho que no te acerques a las vías? —dijo Tamara—. Y deja de jugar con la camiseta, la vas a romper, y me costó casi cien euros.

      —No es verdad —rezongó Gavin—. Te la dieron gratis cuando me grabaste para una de tus historias de Instagram.

      —Mire, Tamara —interrumpió Lottie—. Solo quiero saber lo que han hecho los chicos esta mañana. Puede regañarlo más tarde, ¿de acuerdo?

      —Ya, pero estoy ocupada.

      Lottie se contuvo para no responder.

      —Gavin, ¿sabías que ibas a encontrar algo en las vías esta mañana?

      —¿Qué clase de pregunta es esa? —Los ojos de Tamara refulgieron más que su pelo superhidratado. Lottie tuvo que reconocer que era rápida.

      —Solo estoy determinando los hechos.

      —Está tratando de incriminar a mi hijo.

      —No pasa nada, mamá. —Gavin se volvió hacia Lottie con las mejillas coloradas—. Yo lo he visto primero, en la pantalla del móvil conectada a Jedi. Así es como llamamos al dron. He visto ese bulto en las vías. Ya sabe, como un saco de carbón, pero no era un saco de carbón. La verdad es que daba miedo. Jack se ha vomitado encima.

      —¿Qué habéis hecho después? —Lottie había leído el informe, y sabía que era Gavin el que había vomitado.

      —Parecía un zombi sin cabeza. Hemos vuelto corriendo hasta el puente y he llamado a la policía. Eso es todo. Esperamos a que llegaran los gardaí, y luego nos han llevado a la comisaría, y hemos esperado a que nuestras madres nos vinieran a buscar y hemos declarado.

      Lottie notó que Tamara había palidecido bajo la capa de bronceador.

      —¿Por qué le está haciendo revivir eso? —preguntó Tamara.

      —Estoy bien. —Gavin le apartó la mano.

      —¿Jack y tú jugáis con el dron todas las mañanas? —Lottie volvió a repetir la pregunta.

      —Casi todas.

      —¿Y por las tardes?

      —No mucho, solo a veces.

      —¿Has visto a alguien más por allí esta mañana, o tal vez ayer? —preguntó Lottie—. ¿Crees que quizá interrumpisteis a alguien?

      El chico se puso pálido.

      —¿Quiere decir que podríamos haber visto al asesino? ¿O haber acabado muertos?

      —En absoluto. Solo intento establecer una línea temporal de los hechos de esta mañana y los días anteriores.

      —No he visto a nadie. A menos que haya algo más en la cámara de Jedi. Ustedes la tienen, compruébenlo.

      —Lo haremos —afirmó Kirby.

      —Esta es una zona tranquila —explicó Tamara—. No lo parece, pero la mayoría de los vecinos trabajan en Dublín. Se marchan a primera hora, vuelven tarde y están en casa toda la noche. Una zona muy tranquila.

      —Este es mi número —dijo Lottie mientras le tendía su tarjeta a la mujer—. Si Gavin recuerda algo, lo que sea, por favor, llámeme.

      —Por supuesto. —Tamara cogió la tarjeta con sus largas garras rojas.

      —¿Jack está bien? —preguntó Gavin.

      —Igual que tú, sigue conmocionado —dijo Lottie.

      Tamara los acompañó a la puerta.

      —Lo siento por lo de antes. Por ser una borde y todo eso. Soy muy protectora con Gavin. Su padre murió cuando era un bebé, de un ataque al corazón. Soy lo único que tiene.

      —Lamento mucho su pérdida. —Lottie sabía lo difícil que era criar a los hijos sola.

      —Cuide de él —dijo Kirby.

      —¿Creen que está en peligro por lo que ha encontrado?

      —No lo creo —respondió Lottie—, pero le agradeceríamos que estuviese más alerta que de costumbre. Y llámeme si ve algo inusual o si recuerda alguna otra cosa.

      —Lo haré. Y todo eso de ahí dentro… —Tamara señaló con la cabeza hacia el salón—. Son regalos. Solo en caso de que pensaran que lo he robado.

      —Por supuesto —dijo Kirby, y Lottie lo empujó para que saliera por la puerta.

      17

      Ya en comisaría, Lottie no tuvo tiempo de sumergirse en el papeleo. Jane Dore llamó para contarle que había terminado el examen preliminar del torso. Lottie cogió el coche y voló por la autopista hasta el hospital de Tullamore, donde se encontraba la morgue.

      Aparcó en el primer espacio libre que encontró y pensó de inmediato en Boyd. Pasaba varias horas a la semana en aquel hospital, ya que era donde recibía tratamiento. Cerró el coche, angustiada. Ya no estaba segura de si creía en Dios, pero rezó en silencio pidiendo que Boyd mejorara. Con Adam, sus ruegos no habían sido escuchados.

      —Me debes una —susurró al cielo.

      La morgue estaba al final de un pasillo serpenteante, y el olor era más intenso a medida que avanzaba. Pensaba que, a esas alturas, ya se habría acostumbrado, pero ese aroma se aferraba a su garganta, así que cogió una mascarilla de un armario de material. Al depósito lo llamaban la Casa de los Muertos. El nombre le iba que ni pintado, aunque lo habían modernizado hacía diez años.

      Lottie se quedó de pie en el despacho de Jane mientras la patóloga estudiaba sus notas.

      —Sin duda, el torso de las vías es de sexo femenino.


Скачать книгу