Manual de ética aplicada. Luca Valera

Manual de ética aplicada - Luca Valera


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por ejemplo, el siguiente caso: Juan Pérez ha prometido a Diego Sánchez prestarle una cantidad de dinero para adquirir medicamentos para su madre enferma, ya que Diego no tiene los recursos suficientes para cubrir estos gastos. A la fecha, Juan se encuentra sin dinero y no puede pedir un crédito al banco ni un préstamo a otra persona, ya que no tiene un trabajo estable. La madre de Diego, sin esos medicamentos, seguramente morirá, y Juan es la única esperanza para el amigo. ¿Qué puede hacer Juan, ya que no tiene la posibilidad de pasar los fondos prometidos a Diego, y esto causará la muerte de su mamá? Caminando por la calle, Juan pasa delante de una iglesia totalmente vacía, en la que vislumbra la canasta de las ofrendas abandonada arriba de una banca. Se acerca. La canasta está llena de dinero y hay fondos suficientes por lo menos para pagar una primera parte de los medicamentos requeridos por la madre de Diego. Juan decide robar el dinero de la canasta y llevarlo a la casa del amigo, para que pueda cuidar a su madre.

      Cabe preguntarse, entonces: En relación con las normas de la moralidad común, ¿cómo actuó Juan, bien o mal? Si observásemos estrictamente las normas propuestas, no podríamos dar ninguna respuesta. Robando, Juan salva la vida de la madre de Diego y por eso:

      • Respeta por lo menos tres de las normas de la moralidad: “mantener las promesas”, “no causar dolor o sufrimiento a otros” y “prevenir que ocurra el mal o un daño”;

      • Sin embargo, no observa por lo menos otras tres normas: “no robar”, “no causar dolor o sufrimiento a otros” y “prevenir que ocurra el mal o un daño”.

      De hecho, por respetar algunas normas, Juan no solo no observa otras, sino –y esto es lo más curioso del paradigma de la “moralidad común”– ¡está, al mismo tiempo, respetando y no respetando la(s) misma(s) norma(s)! La madre de Diego, con toda probabilidad, no sufrirá más, pero las personas a las que estaba destinada la ofrenda de la parroquia sí sufrirán… Asimismo, previniendo un daño para una persona, Juan ha dañado a otra persona (el cura) u otras personas (los indigentes que la parroquia iba a ayudar).

      Justamente en casos como estos es cuando surgen los problemas éticos, casos en los que nos enfrentamos a un “ambiente que entra en crisis”. Pero la moralidad común, como vemos, no soluciona el conflicto, sino que lo deja abierto para la interpretación.

      2. Intuiciones morales valiosas. La experiencia moral “espontánea”

      Por un lado, para tratar de defender el paradigma esbozado, podríamos afirmar que “no es tarea de la ética resolver conflictos, pero sí plantearlos” (Camps, 2004, p. 27), y en este caso se habría alcanzado el objetivo propuesto: hemos planteado un problema, pero la solución es todavía inalcanzable. Por otro lado, siguiendo a Cortina, podemos también afirmar que “la Ética es un tipo de saber normativo, esto es, un saber que pretende orientar las acciones de los seres humanos” (Cortina y Martínez Navarro, 2001, p. 9). Si esta es, efectivamente, la tarea de la ética, no podemos quedarnos contentos con un sistema de reflexiones tan aproximativas como la moralidad común. No es cierto que algo que todos sentimos como intuitivamente malo o bueno debe ser así: puede serlo, pero hay que mostrar el porqué, es decir, las razones que hay detrás de una cierta afirmación de valor. Por cierto, esta es la segunda tarea de la ética y de quienes se ocupan de ella: argumentar en favor de una u otra decisión, aclarando las razones de dicha decisión.

      Tenemos que detenernos un poco más en las “intuiciones morales” que tenemos –que muy a menudo son las mismas que las de otras personas y que, por lo mismo, se recogen en una llamada “moralidad común”. Estas intuiciones, aunque insuficientes para fundamentar una ética, pueden ser un primer punto de partida. Hasta el momento hemos destacado la insuficiencia de estos “principios intuitivos”, pero ahora intentaremos rescatar algunos elementos valiosos de ellos en nuestra vida cotidiana.

      Escuchando la radio, o mirando el noticiario en la televisión, muy a menudo escuchamos noticias impactantes relacionadas con comportamientos reprochables de algunas personas… “¡Es un escándalo!”, gritamos inmediatamente. O, al revés, si es que se habla de una persona que ha hecho algo excepcional –como un actor que ha donado muchos fondos para la investigación científica sobre una enfermedad rara–, “¡Qué admirable!”, afirmamos. O, en otra situación, cuando nos damos cuenta de haber provocado sufrimiento a un ser querido… “¡Qué estúpido que soy!”. Todas estas expresiones –“¡es un escándalo!”, “¡qué admirable!”, “¡qué estúpido que soy!”– son juicios de valor que pronunciamos casi intuitivamente y sin reflexionar demasiado.

      Se trata de indicadores importantes, aunque no todavía suficientes, para demostrar nuestra sensibilidad para las cuestiones morales. Tenemos experiencias morales y las juzgamos casi espontáneamente. Podríamos tratar de emprender una “fenomenología”3 de algunas de estas experiencias tan intuitivas para nosotros, distinguiendo entre el juicio que emitimos respecto de los otros (el escándalo y la admiración) y el que emitimos respecto de nuestras propias acciones o comportamientos (el remordimiento y el sentido de mérito) (Vendemiati, 2008, pp. 48-53):

      • El “escándalo” (del griego skándalon, “trampa” u “obstáculo”) es un juicio de valor negativo sobre el comportamiento de otros. Podría ser traducido por la siguiente frase: “¡No deberían pasar hechos como este, esto no se debería permitir!”. Por ejemplo, un hecho que provocó escándalo fue el derrumbe de un edificio en Lahore, Pakistán, en noviembre de 2015:

      El edificio de la fábrica en cuestión, propiedad del fabricante de bolsas de polietileno Rajput Polymer, sufrió daños a consecuencia de un terremoto acaecido más de una semana atrás; además, se estaban realizando obras de construcción en el edificio para agregar un cuarto piso, aparentemente sin permiso oficial. […] Los trabajadores han informado que se les pagaba menos del salario mínimo de 13.000 rupias al mes (US$ 122) y que trabajaban turnos de doce horas. […] Refiriéndose a la tragedia […], Kahlid Mahmood, director de la Labour Education Foundation de Lahore, señaló: “Estos incidentes se producen porque en Pakistán no se realizan inspecciones adecuadas de las plantas de producción. Están matando a trabajadores y trabajadoras debido a que los dueños de las fábricas buscan ahorrar dinero que debería haberse gastado para crear lugares de trabajo seguros. No hay voluntad política en el gobierno para implementar inspecciones de fábricas y otras leyes laborales. No había ningún sindicato en esta gran fábrica: si hubiera habido alguna representación sindical, los trabajadores se habrían hecho oír y se habrían salvado muchas vidas”4.

       Frente a un hecho como este, la reacción inmediata es la de un juicio de rechazo e incomprensión al mismo tiempo. Dicho juicio de valor negativo espontáneo –que surge en todos– se basa implícitamente sobre una “axiología compartida”, esto es, sobre un horizonte de valores comunes a la luz del cual podemos decir que algunos comportamientos son escandalosos y otros no lo son.

      • La “admiración” (del latín ad-mirari, mirar a), “presupone por esencia un conocimiento del valor del objeto. […] El objeto […] se nos ha de presentar como importante en sí mismo” (Von Hildebrand, 1997, p. 101). Estamos acostumbrados a pensar en que solamente los héroes, santos y personajes famosos del cine o de la televisión son dignos de admiración. Sin embargo, la admiración es un sentimiento común, cotidiano, que se hace más presente cuando vemos personas excepcionales en uno u otro aspecto de la vida. Escuchando la historia de Steve Jobs, por ejemplo, podemos admirar su tenacidad o genialidad, así como leyendo el Critón o la Apología de Sócrates podemos admirar la personalidad de Sócrates mismo. De la admiración –que, a diferencia del escándalo, es un juicio de valor positivo– puede surgir la idea de “modelo o ejemplo moral”5, es decir, la idea de que el “objeto de admiración” puede ser imitado por cada uno de nosotros. Así como el sentimiento moral del escándalo produce rechazo, la admiración atrae a la persona que está mirando.

      • El “remordimiento” (del latín re-mordere, volver a morder) es el sentimiento espontáneo de sentirnos culpables por algo hecho (u omitido). Se trata de una experiencia trágica, de una fractura insanable entre el pasado y el presente, de una herida que no se puede remover de la conciencia. Es el abismo de quedarse a observar el mal cometido, de una desproporción con respecto a un principio que nos transciende y que no hemos puesto


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