Manual de ética aplicada. Luca Valera

Manual de ética aplicada - Luca Valera


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del ser humano, que no es otra que la vida racional, en donde se puede expresar la excelencia en el obrar. El argumento aristotélico culmina reafirmando esta idea:

      […] el bien humano [la eudaimonía] es una actividad del alma conforme a la virtud y, si las virtudes son varias, conforme a la mejor y más perfecta, y además en una vida entera. Porque la golondrina no hace verano, ni un solo día, y así tampoco hace venturoso y feliz un solo día o un poco tiempo. (E.N. 1098a)

      Solo el aquel que vive bien es realmente feliz, decía Sócrates, porque la virtud es el único bien duradero que poseemos (todas las otras cosas van y vienen). La respuesta de Aristóteles es que la felicidad es una “actividad del alma de acuerdo con la virtud”, lo que quiere decir que el bien del ser humano radica en sus acciones, en concreto, en sus acciones virtuosas. Todas las actividades de nuestra vida persiguen diferentes fines, pero todas y cada una de ellas se subordinan a un solo bien superior, la felicidad, que se alcanza por medio de las acciones buenas, es decir, de acciones virtuosas15.

      Platón va un paso más allá y argumenta que el hombre justo es feliz, porque tiene una completa armonía interna. En él, todas las partes de su alma (su razón y sus deseos) funcionan armónicamente, como una sinfonía bien compuesta. Por el contrario, el injusto y vicioso se debate internamente entre deseos que luchan por gobernarlo. Un hombre de este tipo, sostiene Platón, jamás será feliz y dichoso, pues se encuentra en desorden, en una interminable pugna interna. Es más, un individuo vicioso a la larga termina dañándose a sí mismo, porque el vicio daña la cohesión y el correcto orden de su alma. Después de todo, el mito del injusto feliz de Trasímaco no es más que eso, un mito, que no tiene fundamento en la realidad del ser humano.

      Desde la perspectiva de la ética de la virtud, resulta fundamental que los individuos distingan entre bienes primarios (las virtudes) y bienes secundarios (dinero, salud, etc.), y que fomenten con preferencia los primeros, ya que solo de esa forma pueden lograr la verdadera realización humana, evitándose así sufrimientos y confusiones. En su defensa ante el tribunal ateniense, Sócrates recoge esta idea en una célebre sentencia: “No sale de las riquezas la virtud para los hombres, sino de la virtud, las riquezas y todos los otros bienes, tanto los privados como los públicos”. (Platón, Apología 30b)

      4. Ventajas y desventajas de la ética de la virtud

      A modo de conclusión, repasaremos algunas ideas vistas, desde una óptica más crítica, para ilustrar elementos ventajosos y problemáticos de la teoría.

      4.1. La formación del carácter

      La ética de la virtud pone mucho énfasis en desarrollar el carácter de los individuos, y es que se entiende que individuos con un carácter bien formado (aquellos que han adquirido buenos hábitos) son personas mejor dispuestas a hacer el bien y ayudar a los otros. Crear buenos hábitos ayuda a que las acciones se realicen de mejor manera sin tener que reflexionar cada vez que vamos a hacer algo; si nos habituamos a ser puntuales, la puntualidad no resulta algo forzado, sino que incluso podemos decir que nos resulta naturalmente. Por medio de la costumbre es que el modo de ser de alguien (que, por definición, es adquirido) se transforma realmente en una cualidad, es decir, en una conducta interiorizada de tal modo que pasa a ser “como si fuera propia” del sujeto. Una persona que se ha criado en un ambiente de justicia y amabilidad se encuentra mejor dispuesta o está más propensa a actuar con justica y amabilidad en su vida, porque ha desarrollado la prudencia o sabiduría necesaria para conducirse correctamente.

      Pero los malos hábitos pueden generarse por motivos análogos. Si la educación de los individuos no ha sido la mejor, si el apoyo familiar, escolar y social apunta en dirección opuesta al bien común, entonces tendremos individuos con un carácter débil, incapaces de hacer el bien a otros y preocupados solo de sí mismos y de su beneficio personal (Hursthouse, 1999, p. 80; Camps, 1990, p. 103). Los críticos de la teoría de la virtud sostienen que es un ejercicio riesgoso confiar mucho en las personas, pues la experiencia nos dice otra cosa. La mayor parte de las veces, en efecto, los individuos no eligen lo mejor (ni para ellos ni para el resto), sino lo que tienen más a la mano o simplemente lo que les resulta más placentero (Mill, 1984, p. 55). A veces los hábitos son vencidos por los deseos o por la simple conveniencia; quizá el carácter de las personas no lo es todo. Algunos dirían que necesitamos de ciertas reglas o imposiciones externas para forzarnos a actuar con rectitud.

      4.2. Ética y motivaciones

      Para algunos autores, la ética de la virtud tiene la ventaja de explicar de una manera más “natural” nuestras motivaciones, sin recurrir a conceptos como el deber o las consecuencias (Rachels, 2006). Las buenas motivaciones, se puede decir, nacen de un buen carácter y no todo depende de las obligaciones, del “deber por el deber”. Imaginemos una situación hipotética, como aquellas en las que el protagonista de una película se hace amigo de un androide. Pensemos, por ejemplo, en la amistad entre John Connor, el líder de la resistencia humana, y el T-800, un exterminador creado para defenderlo. Debido a su programación interna, el T-800 cumple a la perfección con los deberes asignados: proteger a John y servir como robot de compañía. En sus acciones, el T-800 demuestra ser mejor que cualquier amigo de carne y hueso: es inquebrantable en su voluntad de resguardar la vida de John, valiente a la hora de enfrentar peligros e, inclusive, es amable y jovial hasta en las conversaciones más triviales. El T-800, por lo tanto, es el modelo de virtud que buscamos, ¿verdad? No realmente desde la perspectiva de las virtudes que aquí presentamos. Si bien el T-800 cumple adecuadamente con lo que de él se espera, no hay una real elección en su actuar, por lo tanto, no hay virtud, sino solo acciones que se parecen a virtudes.

      Pero, además, en este caso nos incomoda su motivación. Hay una importante diferencia entre “hacer el bien” y “querer hacer el bien”. La ética de la virtud nos dirá que las personas virtuosas “quieren el bien” y se complacen haciendo bien las cosas. No solo basta “hacer lo correcto”, es preciso encontrar una motivación personal para hacer eso16. Hay un cierto aspecto estético en esta manera de ver las cosas (recordemos que, en el canon griego, lo bueno es también bello y placentero). Como dirá Rachels (2006, p. 282), para dar un sentido “estético” a nuestras acciones correctas: “Necesitamos una teoría que subraye cualidades personales como la amistad, el amor y la lealtad; en otras palabras, una teoría de las virtudes”17.

      Un bello pasaje de la Ética a Nicómaco refuerza esta idea:

      Es más, ni siquiera es bueno el que no se complace en las buenas acciones, y nadie llamaría justo al que no se complace en la práctica de la justicia, ni libre al que no se goza en las acciones liberales y del mismo modo en todo lo demás. Si esto es así, las acciones de acuerdo con la virtud serán por sí mismas agradables. Y también buenas y hermosas, y ambas cosas en sumo grado […] Por tanto, lo mejor, lo más hermoso y lo más agradable es la felicidad y estas cosas no están separadas, como dice la inscripción de Délos: «Lo más hermoso es lo más justo; lo mejor, la buena salud; lo más agradable, alcanzar lo que se ama…». (Aristóteles, E.N. 1099a)

      Al mirar las cosas de esta manera, no resulta extraño que para Aristóteles la amistad sea una virtud fundamental, ya que es, sin duda, el primer pilar sobre el cual se construye una comunidad. “Nadie querría una vida sin amigos”, dice el filósofo, “aun cuando se tuvieran los mayores bienes”. Y, sin embargo, la amistad también se debe cultivar, tal como se cultivan las otras virtudes. Puedo tener buenos y malos amigos, amigos verdaderos o solo en apariencia; amigos por placer o por interés. El individuo virtuoso sabrá elegir a sus amigos y sabrá entregar un verdadero amor a los otros. El verdadero amigo es el que quiere al otro “como si fuera uno mismo”. La amistad no es simplemente una pasión, algo que acaece ajeno a mi voluntad, sino que es una elección, por lo tanto, es una virtud que requiere de buenos hábitos e inteligencia.

      4.3. Indeterminación y conflicto entre virtudes

      Quizá una importante dificultad que enfrentan los defensores de la ética de la virtud tiene que ver con una cierta indeterminación que aparece en el seno de las virtudes, aquello que Hurtshouse (2003, p. 649) llama the Conflict problem. Y es que ocurre que las virtudes se definen como cualidades que se reflejan en situaciones concretas, pero ¿qué sucede cuando hay más de una virtud para cada caso?

      Suponga


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