La Fantasma. Nuri Abramowicz
hondo y sentí en todo mi cuerpo la certeza de que el verano sería la muerte.
—Miseria, estás acá. Amanda vino de lejos, yo dejé lo que estaba haciendo… ¿Querés cancelar todo? No tengo problema, soy empleado del canal, si no es con vos, habrá otro que quiera hacer el cierre de programación.
Miseria lo miró con odio, pero se sentó. Le dio una honda calada al cigarrillo, que se consumió casi hasta la mitad, y me hizo un gesto para que le pasara la computadora. Lo hice y él se puso al mando.
—Fecha, hora y lugar de nacimiento.
No me miraba, tenía la vista fija en la página que había abierto.
Ahora pienso que lo que siguió a continuación me lo gané por idiota. No se le da información personal a un desconocido. Pero en ese momento no sabía lo que hacía y le pasé los datos. Él se quedó un instante frente la pantalla, entornando los ojos.
Silencio.
Levantó la vista, me miró, hizo una mueca; no sé si fue de asco o era una sonrisa. Aplastó el cigarrillo en el cenicero y me miró de nuevo.
—No, no creo. Guido, busquemos a otra persona.
—¿Qué ves?
Para mí, la astrología, el espiritismo, el tarot y todo lo que se vende en los estantes de autoayuda y terapias alternativas eran respuestas mágicas para personas desorientadas y agobiadas con la realidad. Yo, no cabe dudas, estaba atravesando una especie de crisis existencial, de ahí el interés que tenía en lo que Miseria estaba viendo en ese gráfico.
—¿Es mi carta astral? —Lo miré de reojo entusiasmada e insistí—: ¿Qué ves?
Mi voz sonó despreocupada y ligera. Un tono que jamás volví a usar con él.
Me miró y se tiró para atrás contra el respaldo de la silla de plástico. Puso los ojos en la pantalla y no los levantó hasta que terminó de hablar.
—Sos lo menos. El cero y la nada. Una condena, un fantasma, humo. El grito, el vacío, el horror reprimido, almacenado y abandonado en el fondo del cuerpo. El cáncer dormido. Lo que se intuye pero se desestima. Lo que lastima. Lo negado, lo robado, lo muerto y enterrado, lo putrefacto, lo fermentado. La voluntad amordazada, suprimida, secuestrada, cautiva sin chances de ser rescatada. La sobra, una abandonada. Malamente domesticada, cumplís con lo que se espera que hagas y no hay nada más para dar. Te esfumás, no dejás nada. El olvido es tu presencia más fuerte, te aventaja y te espera en la línea de llegada. Hija no deseada, manoseada, manipulada, sometida. Madre vampira, soreta, ladrona, jodida, envenenada, viciosa, clandestina, tullida. Mentirosa, falsa, cagona, vaga, cobarde, incapaz, cómoda, autocomplaciente, carente de iniciativa, avestruz. En síntesis, una infeliz. Igual viste que esto es subjetivo, por ahí otro agarra tu carta y ve otra cosa…pero lo más probable es que nunca llegues a nada por tu cuenta y te muevas para siempre a la sombra de los demás.
Me devolvió la computadora empujándola con la mano. Guido tragó saliva, mudo. Yo clavé la vista en el Cid Campeador y hablé sin darme cuenta de lo que decía.
—Sí que tengo voluntad propia.
Miseria no me contestó; encendió otro cigarrillo mientras escribía un mensaje. Guido evitó mirarme y empezó a buscar algo en su celular. Yo percibía como se iba acumulando en mi garganta la necesidad de irme de ahí lo antes posible y la impotencia por sentir que estaba obligada a quedarme, dar una imagen profesional y hacer de cuenta que aquí no había pasado nada.
—Entonces, tal como hablamos, —Guido se esforzó por poner un manto de levedad al bajo astral en el que cayó la reunión—, la idea es que Miseria diga unas palabras sobre astrología, signos, esas cosas. Pero claro, con cierta estructura y una vuelta de rosca, porque astrólogos hay miles y apuntamos a diferenciarnos del resto.
De repente tenía frío y sentía la transpiración bañándome las axilas y la espalda. Seguro estaba enfermándome.
—¿Cuándo empezamos a grabar?
El astrólogo estaba impaciente por irse y yo por renunciar antes de empezar.
—En un mes tenemos aire, grabamos en quince. Amanda estaría bien que tuvieras los dos primeros signos para el miércoles o jueves, ¿podrás?
Guido me miraba preocupado, yo permanecí inmóvil. Miseria se puso de pie y me miró.
—¿Tenés mi dirección? Quiero leer lo que mandes antes que los productores.
—No te preocupes. Vas a tener una copia impresa y otra en tu correo, yo personalmente voy a encargarme de que sea así.
Guido podía dejar que Miseria me basureara, pero no iba a permitir que fuera él quien pusiera las condiciones de trabajo.
—Que demuestre que sirve y ahí nos fumamos uno todos juntos. Si me manda una boludez, entonces el que más negra la va a tener vas a ser vos: Aníbal se va a enterar que trajiste a una idiota para guionar.
Miseria sacó el atado de cigarrillos vacío, anotó su dirección de mail ahí y me la pasó.
—Si mandás mierda, recibís mierda. —Miseria me hablaba y yo no era capaz de mirarlo—. Adentro y afuera es lo mismo, ése es el ABC de los pelotudos que estudian astrología, deberías saberlo si querés el trabajo.
Se rió como si hubiera dicho algo gracioso.
—¿Y yo qué mierda hice para que me dijeras todo lo que me dijiste recién?
—Me pediste que te dijera qué veía en tu mapa natal. —El tono de Miseria era genuinamente casual y desapegado—. ¿Paga el canal, no?
Guido asintió. Miseria se puso de pie y luego de hacer un gesto parecido a un saludo empezó a bajar las escaleras.
TRES
Todos los meses le paso plata a mamá. Se la doy en mano, no quiere transferencias bancarias. Mamá está convencida de que la AFIP vigila cada uno de los movimientos de su cuenta para multarla. Ella tiene un par de cocheras y un departamento que le aseguran una renta mensual, yo si no facturo no tengo dónde caer muerta; ella no trabaja desde hace años, yo desde los dieciséis tuve que arreglármelas sola; ella vive en un departamento de cuatro ambientes, aunque aproveche menos de la mitad del espacio, yo alquilo un dos ambientes interno. Así y todo, le paso plata todos los meses. En mano.
Me abrí camino para entrar al cajero automático pasando por encima de un tipo que dormía sobre cartones, justo en la entrada. Retiré diez mil pesos y fui hasta la parada del colectivo tratando de recordar qué fue lo que me dijo Guido. Creo que quedamos en que me llamaba en estos días o yo a él, no sé. Sentí la vibración en la cintura, saqué el teléfono segura de que Guido me llamaba para pedirme perdón de rodillas por el infierno de recién. Era mamá; quise ignorarla pero me di cuenta de eso tarde, cuando la escuché hablar.
—Qué hacés, nena, dónde estás.
Mamá grita cuando habla por teléfono porque dice que con el ruido de fondo no oye.
—Mamá, cómo te va.
—Te llamé dos veces y no me contestabas.
—Acabo de salir de una reunión de trabajo.
—Ah. Oíme, ¿cómo hago para bloquear a alguien de Facebook sin que se dé cuenta?
—Le ponés acceso restringido, pero se va a dar cuenta porque no va a poder ver tus fotos ni lo que posteás.
—No me importa. No quiero tener a Nélida chusmeando mi vida, se la pasa mirando mis fotos para después criticarme. Bastante con tenerla de cuñada. ¿Venís?
La familia política: ese oscuro espejo que nos refleja.
Le corté sin contestarle, pensé que el colectivo que doblaba en la esquina era el mío y tenía que apurarme en subir, pero me equivoqué. De todas maneras mamá no se haría problema. A las personas prepotentes no