La Fantasma. Nuri Abramowicz
hablar. Ya estás acá, en una hora salís como nueva.
Luisa me llevó a la pileta, me mojó el pelo aunque le dije que estaba limpio y lo envolvió con una toalla. Listo: estaba atrapada, no podía irme. Me senté en un silloncito, saludé a la que estaba sentada con el gorro puesto y esa actitud de entrega y pasividad que tenemos cuando nos hacen color, y ella me sonrió simpática. Frente a un espejo, una chica de veintipico esperaba a que los químicos del alisado hicieran su trabajo. Me sumergí en la revista que tenía un dossier con 5 Test Para Re Descubrirte:
¿SOS MONÓGAMA O FIEL POR MANDATO? ¿SIEMPRE EN ROL DE VÍCTIMA? ¿NACISTE PARA JEFA O EMPLEADA? ¿TUVISTE ALGUNA VEZ UN ORGASMO O DE TANTO FINGIR TE LO CREÍSTE? ¿QUÉ PIENSAN LOS DEMÁS CUANDO TE CONOCEN?
Me decidí por el de la monogamia y empecé a anotar mis respuestas en el celular.
—En una pareja siempre hay alguien que quiere más y alguien que se deja querer. Bueno, yo soy la que quiere más. —La de la tintura hablaba sin inhibiciones—. Las mujeres somos así: nos enamoramos más que los hombres.
Luisa me dedicó una mirada fugaz, chequeando que siguiera sentada.
—Nada que ver. —La del formol le cebó un mate y se lo alcanzó. Quizás eran dos amigas que habían ido juntas a la peluquería—. Los hombres también se enamoran.
—No digo que no. Pero es más común que se calienten y se confundan pensando que es amor.
—Qué prejuicio viejo. Aparte, discúlpame, la que le mete los cuernos sin piedad a Darío sos vos, tía.
En todo este tiempo parecía que, fuera de mi pequeño mundo, los vínculos familiares habían cambiado más de lo que me imaginaba.
—A Darío lo amo, hago todo por él. Todo. Me mato. Llevo y traigo a los pibes al colegio, a los médicos, al club. Laburo, voy al gimnasio, me ocupo de que la heladera esté llena y de que a la noche haya comida lista, armo programa con amigos los fines de semana y le recuerdo que tiene que llamar a su vieja por lo menos una vez cada dos días. Lo mío no es meter los cuernos, es un recreo.
Luisa y la sobrina se rieron, yo dibujé una sonrisa, como para no quedar antipática.
—Esa es tu excusa para tener amantes. Por eso no pienso casarme nunca. Odio necesitar excusas.
—Sería mala gente si te dijera que estar casada es lo mejor que te puede pasar.
—Serías de esa gente que miente y se les nota. Como a la mayoría de la gente.
El comentario de la sobrina nos hizo reír a todas y decidí abandonar la revista.
—Chicas, paren un poco. No coman delante de los pobres. Se olvidaron de lo agotador que es tener citas espantosas.
Luisa terminaba de envolver el pelo en papel film. Trabajaba con precisión y delicadeza. ¿Cuántos años tenía? No tenía ganas de preguntárselo ahora. Éramos cuatro mujeres deslizándonos entre los veintipico y los cuarenta y pico.
—Pensar así es una trampa: si te la pasás recordando tus citas horrendas, vas a terminar conformándote con cualquier cosa, te lo digo yo que tengo récord en eso de salir con tipos que me piden que les jure que no le voy a contar a nadie que estuve con ellos.
—¿Y qué hacés?
Sin darme cuenta, ya había caído en el hechizo de la sobrina que hablaba con la seguridad que da estar surfeando la ola de la juventud. Yo ya había empezado a descubrir que después de cierta edad, las certezas empiezan a mostrar sus fisuras de manera irreversible. Ella me miró cómplice mientras levantaba el teléfono y me lo mostraba a través del espejo.
— Esta es la caja negra que guarda todas las pruebas.
—No te des tantos aires. —La tía le puso un freno—. No sos de las que después salen a chantajear. Guardá ese teléfono para sacarte fotitos con filtro y hacerte la viva por ahí.
—Yo estoy sola, me acuerdo de las citas fallidas y confío en que un día voy a encontrar a alguien.
Luisa habló con un optimismo melancólico que me hizo quererla más. Irradiaba esa combinación digna y honesta que tiene la gente que más me gusta.
—Sos una romántica, Luisa. Te merecés lo mejor.
La sobrina le hizo un guiño y Luisa le devolvió una mirada enigmática.
—Vení, vamos al lado de la ventana que te paso el secador.
Cuando el secador empezó a trabajar sobre el pelo cargado de formol, todas cerramos los ojos porque el vapor que salía nos ardía fuerte. No había dudas de que era insalubre, lo curioso era someterse a eso por voluntad propia.
—Ya está. Acordate de no lavarlo, mínimo, durante las próximas 48 horas.
La sobrina asintió y se sentó al lado mío. Quise saber si estaba segura de que la absorción de químicos no le haría daño al organismo, pero Luisa me hizo una seña para que fuera a ocupar la silla que estaba libre. Cuando me senté y la miré a través del espejo me devolvió una sonrisa profesional, esperando que le dijera qué quería que me hiciera. Yo tenía una foto del corte que había elegido en el celular, a lo mejor también le pediría que le diera un toque de color a algunos mechones, unos reflejos discretos.
—¿Tenés o no tenés ganas de estar de novia?
En vez de mirarla a ella, me miré a mí cuando hice la pregunta. Sin embargo, Luisa me contestó con cuidado, pensando la respuesta.
—No sé. Tuve uno cuando era más chica, antes de venir a Buenos Aires. La verdad es que estoy bien conmigo, a veces mejor, otras peor, pero básicamente me gusto. Pasar un par de noches con alguien más o menos puede ser, pero para novio… —Luisa estudiaba minuciosamente mi pelo, separándolo en mechones y levantó la mirada hasta clavarla en la mía—. Tenés las puntas re secas ¿Qué querés?
—Que me cambies un poco la cabeza.
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